La historiadora alemana Miriam Gerbhardt en su libro "Cuando llegaron los soldados" (Als die soldaten kamen) asegura que casi 900 mil mujeres fueron violadas por las fuerzas aliadas durante su avance hacia Berlín, y niega la idea general de que las violaciones de ciudadanas alemanas las realizaron exclusivamente los soldados soviéticos en su avance desde el este.
Gerbhardt asegura que las tropas norteamericanas cometieron al menos 190.000 violaciones partiendo de que cerca del 5% de los llamados “niños de la guerra”, menores nacidos de la relación entre mujeres alemanas y soldados aliados, fueron productos de violación. Sus cálculos estiman que 1.900 niños son de padres norteamericanos y si de cada nacimiento hay unos 100 casos de violación, 190.000 son las violaciones. En muchas ocasiones los norteamericanos pedían personal femenino, en grupos, supuestamente para atender en las tareas de secretariado o cocina. Un tipo de trabajo que a menudo encubría violaciones indiscriminadas. También proliferaron las escapadas nocturnas en busca de mujeres.
Aunque las cifras no sean del todo reales, el libro de Miriam Gerbhardt incluye un buen número de testimonios de primera mano sobre los ataques sexuales producidos por los soldados estadounidenses.
Uno de los casos, registrado por un cura de Munich, es el de tres violaciones cometidas por soldados borrachos, una de una mujer casada, otra de una joven soltera y la tercera, una niña 16 años. Otro de los casos fue el de la violación de 17 mujeres entre las que había una niña de sólo 7 años.
La mayoría de los caso que aporta en el libro son los que fueron registrados por los sacerdotes en 1945 a instancia de los arzobispados de Munich y Freising. Aunque breves, los registros son dramáticos. Su información también procede de actas judiciales en las que se dan testimonio de suicidios de adolescentes después de ser violadas. En el libro también se incluyen los testimonios de numerosas víctimas que cuentan su dramática historia por primera vez.
Elfriede Seltenheim, cuando tenia 14:
No había agua corriente y mi madre y yo habíamos salido a buscar agua con cubos. Al llegar al puente, los soldados americanos dijeron que mi madre debía pasar, pero que yo tenía que esperar allí. Mamá hizo ademán de volver atrás, pero la empujaron y la obligaron a atravesar el puente. Ella miraba hacia atrás sin perderme de vista, pero no podía hacer nada.No habló jamás del asunto, ni jamás desde entonces se le ha ocurrido reclamar ningún tipo de reconocimiento o indemnización, al igual que la mayoría de las victimas que han fingido que no ocurrió o han guardado silencio durante décadas por vergüenza.
No recuerdo haber gritado ni una sola vez. Estaba aterrada... Algo quedó muerto en mí, perdí la sonrisa para siempre. Después perdí las lágrimas. Se puede vivir sin sonreír, pero no se puede vivir sin llorar.
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