Nadie sabe, en realidad, lo que pasa por la mente de una persona que ha decidido suicidarse, qué fogonazos de luz o de oscuridad inundan su corazón cuando se acerca al terrible acantilado último. Hay una secuencia que siempre recuerdo de la película Volver a empezar y que enlazaría con la médula de este libro: cuando Antonio Ferrandis (en su papel del escritor Antonio Miguel Albajara) reflexiona sobre los comportamientos de un compañero de la universidad de Berkeley que, antes de caer fulminado por un infarto, se pone a hablar en español y a recordar una canción y los paisajes de su infancia. “¿Qué ocurrió en su cerebro?”, murmura Albajara con la vista perdida en las llamas de la chimenea.
Ese mismo interrogante corroe a unos chicos que, en la transición de la niñez a la adolescencia, vivieron una experiencia traumática: asistir impotentes al suicidio de las cinco hermanas Lisbon, que decidieron cancelar sus respiraciones, una detrás de otra, en el espacio de año y medio. ¿Por qué se abocaron a esos actos terribles? ¿Qué las fue impulsando? Vivían en un hogar sofocantemente religioso, con una madre que impedía sus relaciones con los chicos, que consideraba los bailes unas burdas reuniones concupiscentes, que las obligaba a asistir a la iglesia todos los domingos, que les hizo quemar sus discos de música rock y que, ante la menor protesta, levantaba la mano para descargarla en forma de bofetada. Ahora bien, ¿eso fue todo o hubo algo más? Con la ayuda de los noventa y siete objetos que lograron recuperar tras la mudanza de sus padres (fotografías, mechones de cabello, notas manuscritas, un diario) y con una serie de entrevistas que van realizando a las personas que se encontraron cerca de las hermanas Lisbon, se nos va reconstruyendo, pincelada a pincelada, la historia de aquellos dieciocho meses terribles, en los que certezas y suposiciones se van mezclando para intentar reconstruir los motivos de tanta desesperación.
Con un virtuosismo impropio de una primera novela, Jeffrey Eugenides erige una obra donde se analizan con rigor las convenciones sociales, las rigideces de la fe, las mentiras del mundo en que vivimos y, sobre todo, los pasillos más oscuros y más desvalidos del alma de los adolescentes.
Imprescindible.