Revista Cultura y Ocio

Las visiones de Hildegarda de Bingen

Por Manu Perez @revistadehisto

En 1098, cuando nace Hildegarda, el mundo observaba con estremecimiento la situación en Oriente, sitio al cual, desde 1095, el papa Urbano II había intentado reconquistar, exhortando a los cristianos.

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Los cruzados conquistan Antioquía después de un año de durísimas luchas; luego de esta victoria se construyen edificios religiosos en distintas ciudades, tanto en Occidente como en Oriente.

Hildegarda de Bingen

Hildegarda era hija de una familia de la nobleza del condado de Spanheim. Cuando cumple ocho años es entregada al monasterio de San Disibodo. Según Morsel, esta operación de entregar un miembro de la familia al monasterio se denominaba oblación. Esto consistía en la donación de uno de los hijos del noble, al que se lo llamaba nutritus, destinado a convertirse en monje. La “oblación” es una de las herramientas de la aristocracia eclesiástica que utilizó con el objetivo de quedarse con el poder, que hasta el siglo XI estaba en manos de la aristocracia laica. A partir de este siglo, la Iglesia busca liberarse del poder laico e imperial a través de las “reformas gregorianas”.

Respecto a la formación de Hildegarda. La niña fue confiada a Jutta, la madre superiora del monasterio de San Disibodo, que era la hija del conde de Spanheim y se sorprendió por lo especial que era esta muchachita. Hildegarda se formó bajo la tutela de esta abadesa, y una vez fallecida, ocupó su lugar como abadesa en el monasterio en el año 1136, cuando tenía 38 años. A partir de ese momento, ella expresa a las autoridades eclesiásticas las visiones que tenía desde muy pequeña:

“A los tres años de edad vi una luz tal que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto”

Comparece ante un grupo de autoridades eclesiásticas, quienes rechazan la idea de que ella puede recibir visiones de parte de Dios; sin embargo, Hildegarda insistirá escribiendo a Bernardo de Claraval, fundador de dicho monasterio y principal reformador de la orden cisterciense, que surge el mismo año del nacimiento de Hildegarda: 1098. San Bernardo finalmente le dio su apoyo y le comunico al Papa Eugenio III las visiones que tenía, quien incentivó a la monja para que las escribiera:

“Fueron presentados mis escritos al papa Eugenio, que se encontraba en Traer. Con agrado hizo fueran leídos delante de una gran asamblea y también los leyó para sí mismo. Con gran fe en la gracia de Dios me envió su bendición con cartas y me ordenó que escribiera con cuidado lo que viera u oyera en la visión”

A partir de allí, comenzará un intercambio epistolar con el pontífice, aunque también mantendrá correspondencia con otros papas, otros religiosos y nobles. También se comunicaba con otra mística alemana, Isabel de Schönau, quien también decía tener el don de Hildegarda, pero no fue reconocida, así como de gente llana que le solicita su consejo, o le piden oraciones.

El primer monarca que la contactó fue el emperador Conrado III de Hohenstaufen, a quien había llegado a sus oídos la fama de la monja de tener visitas del Espíritu Santo, y por eso se decidió a escribirle. Pero el contacto con la casa imperial no se detuvo allí; Federico, sucesor de Conrado III, fue coronado en 1152 y se apura a pactar una reunión con Hildegarda, que se decide realizar en el palacio de Ingelheim ese mismo año.  En dicha reunión, la pequeña monja exhortó al emperador a mantenerse vigilante contra ciertos peligros que le amenazaban, pero también a mantener la rectitud en su reinado, puesto que esa era la actitud que le corresponde a alguien en su posición.

El tono de la correspondencia va a sufrir el efecto del distanciamiento entre la Iglesia y el Sacro Imperio Romano Germánico en la época de los antipapas nombrados por el propio emperador alemán. Otro importante personaje laico que le escribirá a Hildegarda va a ser Felipe de Alsacia, conde de Flandes.

Dentro de la estructura eclesiástica, Hildegarda era una figura constante que se carteaba con  los distintos papas que accedieron al sillón de Pedro. Iniciando con Eugenio III, aquel que leyó parte del Scivias en el concilio de Tréveris. Anastasio IV, su sucesor, va a dirigirse a ella en términos admirativos. La respuesta de la abadesa, sin embargo, va a ser bastante crítica para con el jerarca católico.

Adriano IV también aprovecha su ascenso para escribirle a Hildegarda en muy buenos términos, lo mismo que su inmediato sucesor Alejandro III.

Pero este poder del que gozaba no se consideraba sólo terrenal sino que se le han atribuido algunos milagros o curaciones en esta época. Pernoud cita una serie de milagros y curaciones producidos por la abadesa en esa época, sacados de  La Vida de Santa Hildegarda, redactada por los monjes Gottfried y Dieter. Entre ellos se puede destacar el caso de una mujer que logra curarse de una fiebre muy extraña, quien llevaba mucho tiempo enferma y el de una sierva de un monasterio quien no podía ingerir alimentos o bebidas; el signo de la cruz sobre la hinchazón fue suficiente para sanarla. En algunos casos de más sencilla resolución, Hildegarda sólo recomienda agua bendita y los dolores se calman.

También se le atribuyen exorcismos. El caso más notable es el de Sigewise, una joven de Colonia. El abad de Brauweiler le había escrito solicitándole su ayuda. Si bien fue “curada” en un principio, la mujer volvió a caer bajo la influencia del espíritu maligno, por lo que, finalmente, fue llevada ante Hildegarda, a pesar de que ésta se encontraba muy enferma. Esto demandó una extensa cadena de oración que llevó aproximadamente dos meses, hasta que el sábado santo, en el momento en que se consagraba el agua bautismal, la mujer comenzó a temblar y emitió horribles gritos  por el espíritu que la oprimía. Entonces la abadesa ordenó a Satán que se alejara de ella, lo que hizo no sin antes provocar a la mujer horribles dolores y vómitos.

En el año 1150, y debido a una serie de visiones divinas, Hildegarda decide marcharse del monasterio de San Disibodo, a pesar de una gran resistencia por parte del abad Kuno y los monjes de dicho monasterio. Dicha resistencia procedía de varias causas: las exacciones económicas que ingresaban al monasterio procedente de la nobleza por la popularidad de Hildegarda y el patrimonio de las monjas.

Hildegarda se marcha a fundar el nuevo monasterio de San Ruperto, con 18 o 20 monjas, a orillas del Rhin, en la localidad de Bingen.

Allí se va a comenzar a ver la gran oposición de la monja, y del clero regular en general, a las iglesias seculares. Para entender esto, tengamos en cuenta que, alejados de las invasiones bárbaras, se produce un auge económico que comprende el desarrollo tanto del comercio como de la producción manufacturera. Dentro de este proceso se fortalecen las ciudades ya existentes (de tradición románica) y surgen nuevos asentamientos. Aquí actúa un clero secular, propio de la ciudad. Este clero se relacionaba con el poder laico y empieza a intervenir económica y políticamente en la administración de los espacios urbanos. Frente a esto, el clero regular, así denominado por estar sujetos a reglas (ejemplo: regla benedictina), sostiene que estos clérigos son vanidosos y sólo buscan el enriquecimiento, incumpliendo, así, los mandatos de las Sagradas Escrituras. Propone una vuelta a las Escrituras, el renacimiento de la hagiografía y la circulación de libros de autores clásicos, como filósofos-griegos (siendo una herencia greco-árabe). Se plantea la vuelta al ideal ascético. Esto se relaciona con la idea de pobreza, la cual tiene que ver, no sólo con no poseer bienes, sino también con la humildad, la actitud de servicio, la renuncia a sí  mismo para poseer a Dios.

Es decir, además de que reivindica la pobreza, se observa cómo en la sociedad del siglo XII, y en la Edad Media en general, el pobre ocupa un lugar fundamental en el pensamiento eclesiástico, siendo responsabilidad del rico mantenerlo. Estamos ante la naturalización de la pobreza.

En este monasterio escribirá el Scivias (“Conoce los caminos del Señor”), donde describe sus visiones junto a el monje Volmar y Richardis, su protegida (hija de la marquesa de Stade, quien ayudó a Hildegarda en la fundación de este nuevo monasterio). Sin embargo en 1151, Richardis es selecta abadesa en un convento de la ciudad de Bassum, Sajonia, donde es requerida por su hermano Hartwig, arzobispo de Bremen, a pesar de la negativa de Hildegarda a su partida. Richardis muere un año más tarde.

El siglo XII es un siglo en el que encontramos a disidentes y excluidos, entre ellos a los goliardos, que eran clérigos errantes y turbulentos poetas que criticaban a la sociedad y a la religión. También estaban los judíos, que eran expulsados del mundo rural y que se asentaban activamente en los espacios urbanos, pero eran los grupos minoritarios segregados, aislados junto a los leprosos. Es importante destacar el surgimiento de un nuevo tipo de herejía, que será rechazada por la abadesa Hildegarda: los cátaros.

Los cátaros eran herejes influenciados por doctrinas orientales. Que hayan adoptado  o vuelto a encontrar el antiguo maniqueísmo es secundario frente al hecho de que su doctrina respondió a necesidades profundas de su tiempo, brindándoles  popularidad y facilitando su extensión por el continente Europeo, extendiéndose por Italia septentrional y central, por Provenza, Renania, Flandes y en Languedoc, poniendo en peligro a la Iglesia y al catolicismo, constituyendo una iglesia y un clero antagónicos al clero oficial.

Hildegarda proponía desconfiar de estos predicadores de nuevo tipo que:

“Revistiéndose con apariencia de la piedad, rechazan totalmente la virtud y mezclan las palabras celestes con novedades profanas de sentido o de expresión como se mezcla el veneno y la miel. Desconfiad de ellos como de envenenadores, y reconoced, bajo sus pieles de cordero, a los lobos rapaces.”

Hildegarda no se limitó dentro del claustro sino, que además, con su prédica realizó numerosos viajes a París, Tours, Tréveris, Colonia, Maguncia, Suabia y Metz, entre otros lugares. Dichos viajes fueron facilitados por la creación de los caminos construidos para comerciar con Oriente y entre las mismas regiones europeas. En1165 funda su segundo convento en Eibingen, en la otra orilla del Rhin. Esta política de predica abierta va a cambiar radicalmente para las monjas en 1298, cuando el Papa Bonifacio VIII obliga mediante el Periculoso a vivir a las religiosas confinadas.

Hildegarda falleció en 1179, a los 81 años de edad, en un contexto marcado por el incremento de las peregrinaciones a Tierra Santa, en un tiempo en el que además, la vida intelectual deja de ser exclusiva de los monasterios y empiezan a expandirse a los espacios urbanos.

Autor: Ricardo Méndez Barozzi para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

Andújar, A., “El género de la historia: aportes y desafíos para el estudio del pasado”, en Viano, C. (Ed.), Miradas sobre la historia. Fragmentos de un recorrido, Rosario, Prohistoria, 2012.

Echániz Sanz, M; Las mujeres de la orden de Santiago en la Edad Media, España, Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo, 1992.

Guriévich, A; Las categorías de la cultura medieval; España, Taurus Humanidades, 1990.

Lagunas, C; Abadesas y clérigos. Poder, religiosidad y sexualidad en el monacato español (siglos X-XV), Luján, Comahue, 2000.

Le Goff, Jacques, La bajaedad media, traducción de Lourdes Ortiz, México, Siglo XXI, 1971. (Historia Universal, 11)

Morsel, J; La aristocracia medieval. El dominio social en Occidente (s. V-XV), PUV-UGR, 2008.

Pernoud, R; Hildegarda de Bingen. Una conciencia inspirada del siglo XII, Barcelona, Paidós.

Fuentes escritas:

Carta 15r- al deán de Colonia Felipe de Heinsberg-, año 1163. En: HILDEGARDIS BINGENSIS. Epistolarium

Vida y visiones de Hildegard von Bingen;

Otras fuentes:

Película: Visión. De la vida de Hildegarda de Bingen, Dir. Margarethe Von Trotta, Karma Films, 2009.

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