Era una persona normal, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni morena ni rubia. Con unos ojos entre azules, verdes y grises, con ligeras tonalidades marrones. En su cara nada destacaba, no sonreía, pero lo parecía. Vestía con unos pantalones grises de fina loneta, una camisa azul cielo de algodón y una chaqueta azul marino. Siempre, sobre su hombro izquierdo, colgaba un bolso de mano negro. Y, sin estar morena, no era pálida. Una persona normal, que, decidida, subió los seis escalones de piedra de la casa y llamó al timbre.
— ¿Qué tal? Soy Cruz Bien y tengo una cita con usted.
— Perdón, ¿cómo ha dicho?
— Cruz Bien, con “B” de bien.
— No, no, me refiero a lo siguiente.
— Que tengo una cita con usted.
— ¿Conmigo?, no, no sé, me extraña. Es la primera vez que le veo.
— Lo sé, pero usted dijo que le gustaría comprender porqué su vecina tiene ese comportamiento.
— ¿Mi vecina?, ¿cuál? ¿la estirada esa que parece que desayuna una escoba?
— Seguro, si usted lo dice.
— Es que me saca de quicio. Antes de que viniera vivía tan tranquila, y desde que llegó, ésto es un sin vivir.
— ¿Le molesta?
— ¿Molestarme? ¡Si ni siquiera me habla! No he visto una cosa más seca en mi vida.
— Y, ¿usted le ha hablado?
— ¿Yo?, ¿a esa tía?, si no quiere hablar conmigo que no hable, a mí me importa un bledo.
— Pero, entonces ¿porqué le molesta?
— Es que… parece mentira ¿Usted cree que nos cruzamos todos los días, cuando viene al mediodía, y ni me mira?. Y ya hace dos años que vive al lado y no hemos cruzado una palabra. Se baja de su cochazo y sube las escaleras como si todo el mundo le estuviéramos mirando. ¿Qué se habrá creído? ¡Como si a mí me importaran mucho los coches!
— ¿Entonces?
— ¿Entonces, dice?, mire, yo llevo aquí, viendo sola, cuidando de mi madre, veinte años, Y hace tres que murió, que en gloria esté. En todo ese tiempo he tenido tres familias de vecinos, y con todos ellos me he llevado estupéndamente; bueno, con Luis, el marido de Feli, tuve mis más y mis menos; no había forma humana de que lavara el coche sin salpicar mis rosales, y ya sabe usted que los rosales son muy delicados. ¿Y ahora viene ésta a perdonarme la vida?, ya, hasta aquí podíamos llegar.
—Y, ¿usted se ha puesto en su lugar?
— ¿Qué quiere decir?
— Que si ha pensado qué estará pensando su vecina sobre usted.
— ¿De mí?, que piense lo que quiera, bastante me importa.
— Pero, si quiere tener buena relación con ella deberá intentar acercarse a ella, conocerla; de hecho por eso estoy aquí, por sus deseos de comprenderla.
— Bueno, ¿qué ha dicho que yo quería?, perdone, soy una maleducada, pase, pase, le ofreceré una taza de té, ¿le parece bien, ….?
— Bien, Cruz Bien, bien, gracias.
— ¡Mejor siéntese ahí!, en el porche, ahora las tardes son cálidas y se está muy bien, si no se levanta viento.
— ¡Gracias!
— Pues como le decía, mi madre murió…