Revista Cultura y Ocio
En una antología de versos de Lope de Vega que se publicó hace un tercio de siglo (Poesías líricas, Espasa-Calpe, Madrid, 1984) aparece una de esas raras y hermosas afirmaciones que el Fénix de los Ingenios prodigaba de vez en cuando, y que anonadan por su lucidez: “A veces, los lugares son historias”. Y esa línea parece seguir Santa Cruz García Piqueras en su libro de relatos Las voces de Setenil, editado por el ayuntamiento de Molina de Segura, donde observamos el desarrollo de trece cuentos que se construyen alrededor de un mismo lugar (la fuente Setenil), en distintos instantes del tiempo (desde el año 8000 a.C. hasta la actualidad).Llama la atención primeramente la perfección estilística que el autor logra en estas páginas, demostrando que no sólo es un avezado observador de su entorno sino también un fino y cuajado narrador, que sabe manejar los resortes del género y los manipula con solvencia y energía. Cada cuento de este volumen te mantiene absorto, y te instala sólida y creíblemente en el período histórico que pretende mostrar, de tal suerte que comenzaremos acompañando a la aspirante a curandera T’Enil, mientras sana a un cromañón de la tribu rival (I); nos compadeceremos de la amarga historia del tullido Arug, que ha de resignarse tanto a sus limitaciones físicas como a la pérdida del amor (II); seremos testigos de cómo el conde Todmir idea un plan para salvar su reino (V); nos indignaremos con la injusta expulsión de los moriscos, decretada por el débil rey Felipe III, manipulado por la codicia de sus hombres de confianza (VIII); sentiremos el calor de un incendio prodigiosamente contado, que asoló Molina en abril de 1780 (XI); asistiremos a la angustia de la joven María, una muchacha que se pondrá de parto en la Nochebuena de 1858, al mismo tiempo que se estrella un meteorito en la zona de Campotéjar (XII); o, en fin, concluiremos el volumen dejando que Santa Cruz García Piqueras elabore un relato final en primera persona, ambientado en los tiempos actuales (XIII).Como nexo de unión de todas estas historias, espléndidamente contadas y deliciosamente aderezadas desde el punto de vista literario, está la fuente Setenil, un paraje perfumado por una maldición (puesta en marcha por el ibero Mandonio, asesinado en sus aguas), y que es, sucesivamente, refugio para enamorados, lugar de protección contra una epidemia de peste negra, y hasta inesperado paritorio. La mención constante de este lugar hilvana varias de las narraciones del libro, y aproxima la obra a la noción lata de ‘novela’.Gran prosista, Santa Cruz García Piqueras.