Revista Diario

Las voces olvidadas: pérdidas gestacionales tempranas

Por Belen
El 4 de febrero se cumplirán seis años que nació y murió nuestro primer hijo. Un niño buscado, deseado, querido. Tardamos mucho en conseguir aquel embarazo, quizá demasiado. La ciencia nos ayudó a que llegara, dos inseminaciones y por fin se obró el milagro. ¡Estaba embarazada!. Contra todo pronóstico, y aunque el embarazo había cursado con absoluta normalidad, en la semana 18 de gestación comencé a manchar. Un manchado entre rojizo y marrón. 
El tocólogo que me atendió de urgencias en el hospital por poco se ríe de mi en mi cara cuando le despertaron a las 7 de la mañana para atender a una primípara con cara de terror. ¿Por qué razón los médicos nunca prestan atención a esos manchados inexplicables?. Ni me pudo decir a qué se debía, ni puso mucho interés en averiguar. 
Dos semanas más tarde comenzaron las contracciones fuertes, me encontraba mal pero sobre todo tenía mucho miedo. 
La recomendación fue reposo absoluto, ni más ni menos. Ni medicación, ni tratamiento alguno, ni ningún tipo de atención hospitalaria. 
Acudimos cinco o seis veces a urgencias, pero nadie nos hizo caso. Reposo, reposo, reposo, era lo único que escuchaba. 
Acudí a mi ginecólogo privado que me derivó directamente al hospital, se lavaron las manos, literalmente. 
El 3 de febrero, después de una noche de dolor y lágrimas, estando de poco más de 23 semanas rompí aguas, en casa, en mi cama, sola. Sabía que nada iría bien. Horas más tarde me confirmaban que no podían detener el parto, que había signos de infección y que el bebé era muy inmaduro. No me dieron ninguna esperanza. En una fría habitación del servicio de urgencias me comunicaron, sola, que mi hijo no saldría adelante. 
Después de ingresarme, llevarme a la sala de partos, de estar rodeada de seis o siete estudiantes asquerosos que no supieron tratarme, una doctora llegó dando voces y diciendo algo que no comprendí. Me sacaron de allí y me hizo una eco el neonatólogo. El bebé tenía inmadurez extrema, los análisis no daban buenos valores. Decidieron esperar. Pararon las contracciones y durante todo el día no supimos lo que sucedería. Por la noche una doctora me confirmaba el diagnóstico: corioamnionitis, la infección le había afectado en grado extremo a él y a mi empezaba a llegarme. Dejarían que la naturaleza obrase y me quitaron la medicación. Pocas horas más tarde tuve a mi hijo, en un parto con dolor, más que físico del alma. 
No le vi, se le llevaron. Me dio terror pedirle, y no lo hice. Esa es una decisión que me pesa y que arrastraré toda la vida. La pediatra me confirmaba en el quirófano, con lágrimas en los ojos, que no podían hacer nada por él y se lo llevaron. 
El próximo 17 de febrero se presenta en Madrid un nuevo libro, de Mónica Álvarez: Las voces olvidadas. Pérdidas gestacionales tempranas. 
Las voces olvidadas: pérdidas gestacionales tempranas

Quisiera estar allí, para poder tener ese libro, para conocer a Mónica, que aún sin saberlo tanto me ha ayudado años después de perder a mi pequeño. Para apoyar esta iniciativa, quisiera estar allí. Porque nos olvidamos de estas mujeres, nos olvidamos de estas criaturas que se van. Y no, no debemos olvidar, nunca se debe olvidar. 
Hace tiempo que intento ayudar, en la medida de mis posibilidades, a toda aquella mujer que llega a mi con una pérdida de un hijo. Da igual de cuántas semanas estabas. Da igual si fue pronto o tarde. El dolor que una mujer siente cuando sufre una pérdida es inmenso, y cuando te sucede crees que no podrás volver a vivir. 
A todas aquellas mujeres y parejas que me escriben, que me llaman, les cuento mi historia. Superé mi duelo, lo cual no fue fácil pues me quedé embarazada de mi Peque tres meses después de sufrir la pérdida. El duelo vino después, mucho tiempo después. Pero aquí estoy, he logrado sobrevivir, que no superar. Las muertes de los hijos no se superan, se aprende a vivir con ellas, a vivir de otro modo, pero se vive y lo más importante: se consigue ser feliz. 

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