Revista Cultura y Ocio

Las vueltas que da la vida – @_soloB + @CosasDeGabri

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Suena «I Put A Spell On You» de Nina Simone. El saxo recorre mi espina dorsal. Mi entrepierna. Bebo un sorbo de mi copa de vino blanco. Calor. Mi mente empieza a pensar en sexo. Suelto mi melena agitándola, entreabro mis piernas desnudas y deslizo mi dedo índice por mis labios con una gota de Enate. Estoy pensando en llamar a Edu, pero deseo que sea él quien lo haga. Me tienta tentarle. El mero hecho de saber que no puedo tenerle cada vez que lo deseo, me excita más.

No sé en qué momento se produjo el cortocircuito en mi cabeza que lo cambió todo. Antes solo vivía para los demás, ahora vivo por y para mí. Antes era oruga, ahora vuelo sin miedo. Antes estaba cohibida, ahora desenfrenada. Antes era hoja en blanco, ahora páginas y páginas con la tinta corrida.

«Disfruto más el chardonnay cuando lo bebo de sus labios», pienso, mientras me masturbo despacio recordando sus caricias. Las vueltas que da la vida, lo que antes me hacía sentir culpable ahora me hace estar viva. Me sobresalta el sonido del portero automático y parte de la copa se derrama en mis muslos. No puede ser él, aunque lo deseo con todas mis fuerzas.

Contesto al teléfono del portero automático:

—¿Quién es?

—Abre.

Esa sencilla orden recibida de su voz me hace temblar, porque me recuerda lo mucho que adoro que me diga lo que tengo que hacer. Pulso el botón para abrir y, mientras sube hasta mi puerta, me pongo la bata. Recojo con rapidez el pequeño desorden del salón y me da tiempo a mirarme al espejo del baño justo antes de que llame con los nudillos a la puerta.

Abro. Me penetra con esa mirada. Da un paso hacia adelante y cierra la puerta. Tira de mi pelo con ternura y firmeza. Su lengua recorre mis labios hasta meterla en mi boca cortando mi aliento entrecortado. Me estremece. Mi corazón late con fuerza. Mi sexo se humedece solo con sentirle así. Lo sabe. Noto su erección bajo ese vaquero.

—Te necesito, mi niña.

Mi cabeza da vueltas, me emborracha su sensualidad, su fuerza, su ternura, su necesidad de complacerme a través de su propio placer.

Me dirige bailando lentamente hacia el salón. Sabe que soy suya. Una ola de calor recorre mi cuerpo, desde mi mirada hasta la punta de mis pies.

Cualquiera no entiende esto. No se trata de un juego de cama. No. Es pasión con sentimientos. JODER, JODER, JODER. ¿Qué me has hecho maldito hijo de puta adorable?

Me ordena que me quede de pie en medio del salón, pone una silla a mi lado y se retira a unos pasos para tener mejor perspectiva. Apoya su hombro derecho en la pared, saca un cigarrillo y lo enciende sin dejar de mirarme. Sus ojos son tan penetrantes que no puedo evitar bajar la mirada. Consigue someterme clavando sus pupilas en las mías, no me explico cómo lo consigue. Tras dar un par de caladas, me habla, mejor dicho, me da instrucciones:

—Abre la bata para que pueda verte y ahora déjala caer hasta el suelo.

Hago lo que me dice y me siento observada como si fuera la presa de un lobo. Sonríe con satisfacción al ver que no llevo bragas, sólo una camiseta blanca de tirantes, y prosigue:

—Ahora quítate la camiseta y déjala caer al suelo.

El olor a tabaco inunda toda la estancia y sé que el salón de mi casa se ha convertido otra vez en su territorio. Me mira como si no me hubiese visto nunca desnuda, atravesándome la piel de forma indolora. Apura el cigarrillo, tira la colilla al suelo y la apaga con el zapato.

—Siéntate en la silla y abre bien las piernas. Ahora pon ambos brazos detrás de la espalda.

Se acerca lentamente a mí mientras se quita la corbata y camina en círculo, rodeando la silla. Me pasa la corbata por el hombro izquierdo y me roza los pezones con ella, mientras siento que la humedad de mi sexo pronto mojará la tela del asiento. Se pone de pie frente a mí, mientras bajo la mirada.

—Mírame a los ojos —me ordena.

Lo miro subyugada, con una mezcla de impaciencia y temor, como cada vez que me ordena que no deje de hacerlo. Vuelve a rodear la silla en la que estoy sentada y me susurra al oído:

—Voy a atarte las muñecas, confía en mí, cariño.

Mientras me ata las manos con su corbata cierro los ojos dejándome embriagar por su mezcla de perfume y tabaco. Su olor significa sexo.

Apoya sus manos en mis muslos y me besa, no puedo negarle mis labios. El índice de su mano derecha dibuja una línea sinuosa desde el interior de mi rodilla izquierda hasta mi sexo y su mirada de aprobación ratifica que le gusta la humedad de mis labios.

Me masturba lentamente mientras me besa el cuello y el hombro. Introduce sus dedos en mí y el ritmo comienza a aumentar. Justo cuando estoy a punto de correrme me clava la mirada y me dice entre dientes con la mandíbula firme:

—No lo hagas aún.

Cierro los ojos y me contengo, intentando no correrme, mientras se arrodilla ante mí y me lame los pezones sin dejar de masturbarme con delicadeza. Desciende por mi vientre, besando y lamiendo mi piel; con sus manos me abre del todo las piernas y me lame el coño. Con lentitud. Con ganas. Con lentitud. Con saña. Mis muslos se contraen, retira su lengua y azota uno de mis pechos a modo de advertencia señalándome con el índice mientras vuelvo a mirar al suelo en gesto de sumisión.

—He dicho que no te corras.

Se pone en pie entre mis piernas abiertas y se desabotona la camisa con lentitud, con una sonrisa canalla. Se abre el cinturón y mi mirada se centra en su cintura. Deja caer el pantalón y se baja el bóxer, apartando su ropa y los zapatos con un puntapié.

—Dime qué quieres —pregunta, mientras mi mirada no consigue apartarse de su miembro en completa erección.

Recorro con la vista sus esculpidos abdominales y su torso desnudo, le miro a la cara sintiéndome intimidada por su deseo. Me recoge el pelo haciendo una coleta y dando un tirón hacia atrás exige la respuesta.

—¡Dilo!

—Dame tu polla —le digo tímidamente.

—¿Qué? —exclama tirando de nuevo del pelo hacia atrás.

—Dame tu polla, ¡ponla en mi boca! —exclamo.

—Suplica.

—Por favor, dámela —gimo, ansiosa, mientras intento acercar mi cara a pesar de que me tiene sujeta por el pelo.

Se acerca lentamente a mi boca, entreabro los labios y le permito penetrarme despacio hasta la arcada. Cuando la saca, recupero la respiración y, dado que se mantiene voluntariamente a mi alcance, comienzo a lamerle y chupar con movimientos suaves de mi cabeza.

Comienza a balancearse agarrando mi cara con ambas manos y adivino lo que hará. No sé que me ocurre con su miembro, pero se ha convertido en un vicio comerle sin tregua. Adoro que me folle la boca mientras se humedece de saliva y no sé por qué lo disfruto tanto. La cuestión es que él también lo sabe y no me va negar ese nuevo vicio.

Me folla con fuerza la boca, con las manos atadas a la espalda. He aprendido a abrir mi garganta para él, hasta recibir casi en su totalidad su envergadura. Cuando creo asfixiarme, me libera y recupero el aire. Inexplicablemente, me muevo nerviosa hacia adelante pidiendo más. No puedo evitar gemir disgustada cuando se aparta lo necesario para quedar fuera de mi alcance.

—Por favor. Por favor.

Se acerca a mi oído y me sentencia con esa frase que adoro:

—Te voy a follar.

Libera mis muñecas de su atadura, dejándome las manos libres. Acaricia mi rostro y me besa. Me levanta de la silla, estoy frente a él, libre, sin ataduras. Su mirada dice una cosa y me está pidiendo otra. Ahora soy yo la que de un empujón en su pecho le sienta en esa silla. Me mira sorprendido. Abro mis piernas y me siento lentamente en su polla.

JODER, JODER, JODER. Qué puta maravilla. Esto es casa, cueva, volcán, explosión y puro placer.

Abre mis nalgas, dándome un azote mientras me muevo lentamente sobre él. Sabe que me voy a correr. No puedo aguantar.

—Córrete ahora, mi zorra. ¡Házlo!

Una cascada de placer inunda su miembro, el asiento de la silla, salpicando en su abdomen y en mi pubis.

JODER, JODER, JODER. Me azota más fuerte, muerde uno de mis pezones y me levanta con sus fornidos brazos apoyando mi espalda en la pared.

No puedo parar de correrme, ahora soy su loba en celo. Solo él sabe calmarme y me penetra con más intensidad. Mueve sus nalgas hacia delante y hacia atrás en perfectos movimientos que me llevan a un nuevo éxtasis. Grito, jadeo, muerdo su hombro y me agarro más fuerte a su cuello.

El salón huele a semen, sudor, tabaco, la mezcla de nuestros fluídos. Un puto burdel con dueño y sumisa consentida.

Me abraza en el sofá, fumamos a medias ese cigarrillo. Tiene que marcharse. Sobran las palabras, nos entendemos con la mirada. Me besa como a su niñita. Se levanta, gira la cabeza y me sonríe.

—Hasta luego, Marta.

Enciendo otro pitillo, subo la música, bebo de mi copa. Sonrío. Estoy feliz. No hay culpa, no hay atadura, no hay miedo. Ahora la brisa soy yo. Me quiero. Te vas. Respiro profundo. El placer y la libertad se han hecho presos de mí. Ya era hora, joder, ya era hora…

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