Revista Cultura y Ocio

Las vueltas que da la vida – @sor_furcia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

¿Os acordáis del cartel que había en los ambulatorios, que salía una enfermera indicando con el dedo sobre sus labios que había que guardar silencio? Ya no se ve esa foto en las salas de espera, pero tampoco hace falta. Cuando he llegado a la consulta había cinco personas más sentadas en este habitáculo de paredes blancas y luz aún más blanca, y todas ellas estaban absortas en la pantalla de su móvil. Silencio absoluto. En un primer momento he estado tentada de hacer lo mismo, pero entonces he pensado en los mensajes de wasap que tendría diciéndome que reconsidere la decisión que he tomado. Pidiéndome que me lo piense. Advirtiéndome que la vida da muchas vueltas. Que me puedo arrepentir… Y se me ha ocurrido que podría descargarme la imagen de la enfermera pidiendo silencio y mandársela a todos ellos, pero prefiero que sea mi silencio el que predomine entre todo su ruido.

Hace años que tomé la decisión de no ser madre. Tampoco podría decir cuántos porque, si soy sincera, creo que es algo que he tenido claro desde que tengo uso de razón. De primeras era algo que no llamaba mi atención. De pequeña no me interesaban las muñecas ni los carritos, ni jugar a imitar a las mujeres cuidando a sus hijos. Y crecí con ese sesgo. Nunca he sabido interactuar con un bebé, pero los niños siempre me han gustado, me encanta hablar con ellos,  reírme, enseñarles cosas, aprender de su elocuencia… volver a ser pequeña a su lado. Pero solo por un rato. La sola idea de “tener uno en propiedad” nunca me atrajo en absoluto. Así que llegó un momento que lo decidí “jamás tendré hijos”. No es una determinación que haya tomado a la ligera, sino que la he meditado mucho (mucho más incluso que algunas personas que tienen hijos “porque es lo que hay que hacer, lo que toca” y ni siquiera se plantean los motivos). Le he dado vueltas a los pros y los contras (estos, sobre todo, se encarga muy bien la sociedad y mi entorno más cercano de recordármelos constantemente). He recapacitado sobre todas y cada una de las razones que me han llevado a tomar esta decisión, como si quisiera aprendérmelas de carrerilla porque sé que tendré que exponerlas a menudo para justificarme ante la gente que no es capaz de entender mi libertad para vivir la vida a mi manera. Me he visualizado a mí misma en un futuro. No me asusta la idea de estar sola, como me amenazan constantemente, al fin y al cabo será una “soledad” que yo habré elegido. Y, además, estoy harta de ver a personas mayores que tienen hijos y que aun así sufren de una soledad no deseada. Yo por lo menos tengo todo este tiempo, hasta mi vejez, para hacerme a la idea de qué es lo que me espera. No me asusta. Yo lo he escogido así. Además, sé que la soledad no es un estado, es una emoción. Uno no está solo, sino que se siente solo. Y yo me encargo a diario de tejer a mi alrededor una red de personas que sé que, cuando las necesite, no me abandonarán.

Así que aquí estoy, en esta sala de espera, sola, pero por elección, porque no quería hacer partícipe a nadie de mi decisión y asumo todas las consecuencias. Porque a la gente le hablas de esterilización, en una mujer joven y sana, y se les ponen los pelos de punta. E intentan acojonarte con las posibles secuelas, cuando las que puedes tener tras un parto (pérdidas de orina, desprendimiento de matriz, prolapso rectal…) ni siquiera se nombran, porque son riesgos que debes asumir para hacer algo socialmente aceptado. Pero ¿a la gente qué más le da lo que haga yo con mi cuerpo? Es mío ¿no? Así que, inconscientemente, vuelvo a repasar otra vez mentalmente mis motivos. Que son muchos: ideológicos, laborales, económicos, políticos, logísticos, feministas… Hace tiempo que pienso que no quiero traer a este mundo a nadie a sufrir, a malvivir, a servir de mano de obra barata para que otros se enriquezcan mientras él, o ella, sobrevive. Ya somos demasiados en este planeta y estamos acabando con todos sus recursos y ¿quién sabe cómo estará el mundo dentro de 20 años? Además, ¿por qué por ser mujer tengo que asumir que la finalidad de mi existencia es procrear?, ¿por qué no puedo aceptar que es una opción pero no una obligación? Estuve leyendo sobre la corriente antinatalista, un movimiento que no conocía y que me resultó la mar de interesante; me interesé por las libertades que habíamos ido consiguiendo gracias a la planificación familiar, a los métodos anticonceptivos, al aborto, y por cómo el ser dueñas de nuestros cuerpos era una de las mayores muestras de empoderamiento; indagué sobre Luis Bulffi, sobre la huelga de vientres, y sobre como, con ella, conseguiríamos una verdadera revolución feminista; me informé sobre las teorías neomalthusianas… Y así, poco a poco, descubrí que no era la única a la que le preocupaba esta realidad, había mucha más gente que pensaba como yo, que tenía mis mismas inquietudes. Y entonces, en este aspecto, también dejé de sentirme sola.

“Me parece una decisión muy egoísta, que lo sepas”. Estas fueron las últimas palabras que formuló mi madre sobre el tema, antes de colgar el teléfono hace poco más de dos horas. Y quizá en parte tenga razón, no lo niego. Tal vez me gusta demasiado mi independencia, tener todo mi tiempo y mi dinero a mi disposición. Pero no son los únicos motivos que tengo. Además ¿acaso ser madre no es, en ocasiones, un acto también egoísta? Como cuando alguien dice: “Quiero ser madre porque quiero sentir lo que es llevar a un niño dentro de mí”, lo haces por y para ti, ergo es egoísta. “Así tendré a alguien que me cuide cuando sea viejo”, egoísta a más no poder.  “Quiero que sea mío y de mi pareja para dejar algo nuestro en este mundo”, otra vez lo haces por un deseo, un capricho tuyo… Cuando alguien me da este argumento me dan ganas de decirle lo mismo que les digo a quienes me comentan que quieren tener un perro: “No compres uno de raza, adopta uno en la perrera”. Pero no, la gente quiere que sean suyos. Y son perfectamente libres de quererlo ¿eh? Pero por lo menos que asuman que esa sí que es una decisión egoísta. Porque todos tomamos decisiones pensando solo en nosotros mismos a diario, sí, pero lo mínimo que podemos hacer es ser sinceros y reconocer que, en esas ocasiones, la motivación de nuestros actos no es, ni más ni menos, que nuestro propio beneficio. Pero no, la gente no se sienta en una sala de espera a pensar sobre cuáles son sus verdaderas razones para querer tener hijos y, sin embargo, aquí estoy yo… dando vueltas una y otra vez a una decisión que cada vez tengo más clara y sobre la que, invariablemente, todo el mundo me dice que en un futuro me voy a arrepentir.

Una vez mi padre me dijo “Hija, he de pedirte disculpas porque, sinceramente, lamento haberte traído a este mundo”, y a mí me pareció una declaración de amor preciosa. Así que me miro la tripa, pongo las dos manos sobre ella y pienso “Queridos, a todos los que podríais ser pero que no seréis, os quiero, y por eso os voy a evitar el sufrimiento de existir”. Y en ese momento se abre la puerta de la consulta, la enfermera mira la lista y dice “¿Señora Durán?”, y yo me levanto y me encamino hacia ella sintiendo que, por una vez, yo gano, reconquisto mi cuerpo y lo convierto en un espacio donde me siento libre, donde me hago fuerte, y me dirijo con paso firme hacia el destino que yo misma he elegido.

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