Nos situamos en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972. El finlandés Lasse Viren era un atleta promesa de veintitrés años que competía en las pruebas de 5.000 y 10.000 metros con la esperanza de repetir la proeza que muy pocos habían conseguido antes, conseguir el oro en dos pruebas de fondo distintas en unos mismos Juegos Olímpicos. Una vez conquistada la medalla de oro en la prueba de 5.000 metros tocaba hacer lo propio en la de 10.000. La carrera empezó a buen ritmo entre el grupo de competidores. Viren se encontraba bien situado entre el resto de atletas con las perspectivas puestas en acelerar cuando se cumpliesen los tres cuartos de prueba para dejar atrás a sus rivales, quienes estarían cansados y contaban con menos fondo que el gran físico de Viren.
Cuando se llevaban recorridas doce vueltas, ocurrió algo que Viren no hubiese imaginado ni en su peor pesadilla. Tras tropezar con su más inmediato competidor delante de él, tuvo que ralentizar la velocidad y retroceder, lo que causó que tropezara también contra su rival que venía detrás de él, lo que tuvo como inmediata consecuencia que Viren se trastabillara y perdiera el equilibrio. Su rodilla derecha se arrastraría por el suelo y finalmente su pie izquierdo no alcanzaría a pisar fuerte contra la gravilla, yendo a caer al césped que cubre la pista de atletismo. El estupor invadió al gran número de espectadores finlandeses que invadían el Estadio Olímpico de Múnich con la esperanza de ver a su héroe coronarse en su segunda prueba de estos juegos y dar una medalla más para este país. Parecía que las ilusiones de Viren por hacer historia y de su país por conseguir una medalla se desvanecían.
Sin embargo, no dispuesto a rendirse de ninguna manera, Viren sacó fuerzas para levantarse y continuar en la carrera, no sin antes derribar involuntariamente a un atleta rival. Una vez de pie, Viren continuó su carrera de manera enérgica, teniendo en cuenta que debía recuperar la distancia perdida con el resto de competidores, sin pensar demasiado en lo que había ocurrido o en los posibles daños que hubiese podido sufrir físicamente. Una caída que a casi cualquier atleta le hubiese supuesto una losa imposible de superar, para Viren supuso un motivo añadido para conseguir el oro en dicha prueba. Si ganaba no sólo sería campeón olímpico, sería además una leyenda. Fue con este pensamiento en la cabeza con el que prosiguió su carrera.
A falta de un par de vueltas para el final, Viren consiguió situarse en un buen lugar con respecto del resto de atletas, liderando un grupo de cinco competidores, aunque aún quedaban unos cuantos más que se habían descolgado del grupo general, pero que, sin embargo, se mostraban visiblemente cansados debido al esfuerzo que venían realizando para conseguir adelantarse. Fue en este preciso momento en el que las piernas de Viren le respondieron de manera majestuosa, comenzando a acelerar con unas zancadas cada vez más amplias e imponiendo un ritmo de carrera casi imposible de seguir. A pesar de ello, el belga Emiel Puttemans y el etíope Miruts Yifter no se dieron por vencidos e intentaron mantener el ritmo impuesto por Viren. Estos tres atletas protagonizarían una llegada a meta espectacular y aquellos que se encontraban liderando la carrera no pudieron hacer otra cosa que observar como estos tres pasaban a su lado como una exhalación hacia la meta.
En los metros finales, ni el belga Puttemans ni el etíope Yifter pudieron con la velocidad final de Viren y éste cruzó la meta en primer lugar con una marca de 27 minutos y 38 segundos, estableciendo lo que en ese momento sería récord del mundo. Los aficionados finlandeses que se habían congregado en el Estadio estallaron de júbilo tras el triunfo conseguido por su compatriota y sobre todo por la manera en la que lo había conseguido. Viren también celebraba la medalla y el récord conseguidos levantando las manos al cielo casi sin poder creerse que había conseguido la hazaña que tan cuesta abajo se le había puesto con la caída sufrida a mitad de carrera. La gesta alcanzada por Viren también da una lección al resto de aficionados al deporte y es que no importa lo fuerte que sea la caída que se sufra, sino las ganas y las fuerzas con las que te levantes tras sufrirla.
ANDER JAVIER AGUIRRE CARRION