Aunque al propio Jesucristo y a sus apóstoles les costara creerlo, hay un lugar en el mundo donde se da prioridad a la reconstrucción de los templos en su honor levantados antes que a las necesidades más perentorias de sus gentes. Somos muchos, católicos incluidos, los que no entendemos los motivos por los que es tan importante arreglar las iglesias mientras las viviendas que daban cobijo a sus moradores, tras ser devastadas por un seísmo, al parecer no gozan de esa prioridad. Ya lo hemos visto en la ciudad de Lorca, donde sendos terremotos destruyeron casas, colegios, comercios y, por supuesto que también iglesias.
En Galicia, un rayo ha provocado esta Navidad un incendio en el santuario de A Virxe da Barca en Muxía que casi lo destruye por completo. Los gobernantes, siempre tan oportunistas ellos, se fueron hasta allí para decir a las cámaras y micrófonos que invertirán unos 800.000 euros en restaurarlo cuanto antes. Eso mientras muchos compatriotas forman filas interminables a las puertas de los comedores sociales, es decir, en eso mismo en lo que el Papa Francisco ha convertido de foma ejemplar estos días algunas iglesias romanas.
Leemos en los Evangelios que Jesús echó del templo a los mercaderes con una virulencia inusitada, látigo en mano, y diríamos que con cajas destempladas. Me temo que a los que obran así en la España de hoy solo cabe una de forma de echarlos algún día: con la fuerza que impliquen nuestros votos, y que estos actúen a modo de latigazos de democracia.
['La Ventana de la Región'. SER Murcia. 27-12-2013]