Revista Viajes

Lava no arde. Imbabura

Por Marikaheiki

La Esperanza, 1 de octubre de 2014

Hay una casa en La Esperanza en la que soy yo quien pela las zanahorias, las cebollas, quien corta en cuadrícula las lonchas de beicon y lo pone todo al fuego con cariño, porque si hemos llegado hasta aquí es para que cada acto ocupe su tiempo adentro de nuestros días, para no sentir la prisa, también por  el deseo de la comida caliente y casera y una cama fija en la que comenzar a hilar sueños.

No voy a intentar resumir este mes de escritura críptica.

Conocí a alguien a quien le excitaba la idea de partir en viaje en busca de animales invisibles. El goce es la búsqueda: el encuentro con lo que se anda a buscar es mitológico, casi imposible. Todo el peso del viaje, todo el objetivo del viaje recae en la búsqueda. Eso es. ¿Qué estamos buscando?

Pero digamos la gran ilusión. Todos estos trucos, todas las sincronías –el libro de Bogotá, Sara en Cali, el camino, La Tertulia, contarle todo esto a la gente y que de repente tengan un papel en este truco magnánimo y magnífico, como Michay, como otros muchos que han pasado y han dejado un regalo, como los chamanes, sobre todo como Juan y todas esas percepciones antiguas acerca de la propia vida del presente. Y también todo ese simbolismo con la Montaña porque he aquí alguien que se acercó con prudencia a los volcanes y a las grandes moles de tierra unificada y fue atraída irremediablemente, fue atraída y perdió el pulso, perdió la velocidad acompasada y todo fue rápido. Fue telúrico: en una relación entre Montaña y Marina, no hay una que acabe ganando. Entre todos los romances, elijo este: la satisfacción es de adentro y no de piel -aunque déjame decirte que la piel es, sin dudarlo, mi órgano favorito de todos-.

He titulado un libro que aún no existe “Cartografía en piel”. He titulado una casa que aún no existe “Casa de Gatos”. He recibido cartas de T, de D, de J, de M, he hablado con Maga en la boca del volcán y acordamos encontrarnos para la gran erupción. Todas esas cartas, todos esos racimos de ideas, toda esa manera de compartirse uno, ¿no es cierto que es lo único que permanece? He dejado de creer en la autoayuda. He bebido agua, M, no sabes cómo tus palabras llegaron en el momento preciso de la deshidratación y después contribuí al flujo del planeta con un sorbo. Estoy escribiendo por inercia, porque yo ya sabía que no podía sumirme en la crisis creativa, ya sabía que no podía ponerle un orden a todas estas palabras, qué es eso, estructurarlas, esquematizarlas, qué mierda importa que yo quisiera hablar de Cartagena primero y después del Tayrona y los ojos amarillos, qué importa todo eso. YA LO HE DICHO. Pero por dentro, y este sí es un caudal perenne, por dentro y esta sí es una fuerza irreductible, estoy sintiendo oleadas volcánicas y es que nunca es anecdótico estar en la boca del volcán justo cuando las explosiones se sienten bajo la tierra. Lava no arde. Nosotros destruimos y creamos y yo me he destruido primero a mí misma en la idea que tenía de mí para prestar mi cuerpo a otras historias. No soy Marina. Siempre en los videos y en las fotos tengo curiosidad por conocer a esa que está al otro lado y que evidentemente no soy yo.

Porque soy ojos de adentro ojos de afuera, y en esta casa con olor a leña importa más tener el tiempo para acariciar al perro o para llevarlo a la compra dos puertas más allá a la corrida para que se mueva y nos movamos y con la energía de nuestros pasos contribuyamos al movimiento de la Tierra. En esta casa me vale más el amanecer a horas tempranas, me vale más siete días de inflexión corporal como declinaciones griegas, me vale más este lugar ahora y por fin a solas porque había deseado la Montaña y no la tengo, pero sí un cúmulo de ahoras, ahoras, ahoras. Me presento ante el volcán como una ofrenda y me devuelve melodías incendiarias. Necesito del fuego: he sobrepasado un estado de crisis, un estado en el que la no-belleza me impulsaba a comprar pantalones en centros comerciales para sentirme linda. En Neiva casi me pongo a llorar porque lo gris se había comido la ciudad. ¡Tan sucia! ¡Tan dolorosamente sucia la ciudad y el deseo siempre latente de un café en una terraza como en la Barcelona lejana–solo memoria! No he sentido nostalgia en todo este tiempo de la ciudad abandonada pero, de repente, después de perder un vínculo con la tierra, he extrañado hacer la compra en el Keisy, la calle Sant Pere mes Baix, la última noche cuando el rap en la calle y las llaves perdidas y esa canción de Oscar and the wolf tan linda y que me retrotrae sin pensárselo a los días que dolieron y que ahora, en la distancia, se cubren de un halo dorado. Eso hacen las películas: ensordecen el ruido que hace daño y dejan solo el detalle lúcido para que lo mordamos. Es hace el recuerdo: ha cristalizado la ilusión de Barcelona y olvidé el agua en el balcón y todas las hojas que me recomendé quemar. Ahora que no estoy decido que necesito saber quién estaba a ese otro lado. Quiero leerme. Por qué escribimos no tiene nada que ver contigo. Los vasos comunicantes no importan: no habla la lengua, habla una roca viva adentro mío.

Entonces vuelvo. He pasado orgasmos en un baño amarillo y verde oscuro. He sentido otra vez llamaradas – me tumbé sobre la esterilla y al cerrar los ojos un hombre venía y caíamos sobre el piso mordiéndonos como nos mordíamos Nick y yo en las islas del sur-. Recupero una parte de mí que vive en presente. Igual, ¿cómo podría recibir calor y orgasmos si he estado viviendo en el futuro desde Barichara? Barichara fue un pueblo de abandono y cine francés pero eso los libros de geografía no lo saben. Recorrimos el camino entre los pueblitos del cañón de la Chicamocha a la mañana y tuvimos que pedir a un profesor de colegio que nos levantara a mitad del regreso en su moto. No probamos nada nuevo, o nada, al menos, que no me hubiera imaginado mucho tiempo antes.

Y ahora aquí, sí, presente. La voz de los chamanes retumbándome: plantaron la semilla de otra cosa. Yo pensaba que me marchaba para nunca volver y lo cierto es que los últimos días he estado recibiendo ondas electromagnéticas del tiempo en espiral pasado. Recuerdos libres a los que nunca había prestado atención antes o no había tenido la suficiente limpieza de adentro para constelarlos en el mapa conceptual del cielo adentro mío. No hablo de Cali porque todo fue dicho en las cartas. El río Pance de noche fluye al ritmo de una tormenta en relámpagos, ¿y qué podíamos hacer nosotros salvo retarnos, besar, dormir a oscuras en medio de una montaña de sal, al costado de los farallones de Cali, al costado de ninguna ruta, internados, profundos?

He tenido volcán adentro y aún lo tengo. Me salvo de la lava a través de los incendios de piel. Solo deseo quedarme así parada y que los dedos anden por sí solos sobre el teclado: elegí no escribir a mano hoy por la velocidad, por el simple atajo que supone no tener que dibujar todas las letras. Imbabura volcán de fuego que se yergue sobre una colina de rosales o flores espigadas. Imbabura: centrarse en su silueta como se centra uno en la pintura de uñas o los trazos de un dibujo a medio hacer. Salir de mí para encontrarme: eso me lo dijo G alguna vez, en un café en la ciudad, el día que hablamos sobre sí mismo. Hay una iglesia pequeña, consagrada a Marinilla, y entonces sé que ahora lo sagrado me pertenece en este lugar porque he sido yo sagrada ahora, después de mucha lucha, después de creer durante tanto tiempo que iba a morir rápido, casi ahora, y no cabalgando los caballos en Tayrona, no con ¿cómo se llamaba? Jorge, sí, Jorge, porque en su pose de actor yo encontré una mirada dulce y quise besarlo, sí, pero terminamos todos en ruinas en medio de una selva apocalíptica. Tayrona: en ese lugar me he sentido atrapada por las primeras veces. En lo alto de la roca en la playa he observado la luna como un ojo, y es que con los ojos estos días estoy encontrando que puedo ver más allá de algunos rostros, en los niños a veces, en personas que han sido muy maltratadas, en rostros feos, en carnes duras, en ojos de niño aún selváticos o apenas encumbrados en la superficie del volcán. Tengo que explotar de algún modo y qué más me da ya no tener trabajo, me siento libre, y ahora puedo regresar a una Barcelona sin cordón umbilical, puedo agarrar una bicicleta y todavía sentir con el fervor antiguo el viento golpeándome los pechos, las sienes, las caderas, y sentir que me arranca de la tierra, que no soy sumisa ya más al lugar, al tiempo, a las circunstancias ni al día lunes porque soy volátil, no ya más un ser sobre la tierra, porque los pies, ah, los pies encontraron en los talones una marea de luciérnagas y se calzaron los zancos y ahora lo veo todo desde arriba como en un sueño.

Lo onírico. Lo onírico de este lugar es que he reencontrado una parte de espíritu perdida. Tú sabes cómo me he dolido a mi misma durante tanto tiempo. Tú sabes, también, de las subidas y bajadas sobre una cama en cualquier lugar -no ya los besos de Nick, qué importa, si nos amamos deprisa porque había lanchas partiendo-.

Los chamanes. Toni y su pelo largo su tabaquito su percepción demasiado lúcida y me pregunta por la madre por su nombre pero él ya lo sabe, y ve manchas oscuras en la imagen de la madre que tengo yo misma de mí. Pero Juan, Juan me llevó al éxtasis y los espíritus del sur llegaron cuando se abrieron las puertas arriba a la montaña.

Semillas: tengo semillas todas ardiéndome dentro.

Los demás van al río y yo me escondo bajo las cobijas para seguir escribiendo en este flujo que no dice nada pero que tratra de salvar del incendio final todas las cosas. Porque las cartas, porque los mensajes y todo esto que escribo no es otra cosa que salvar de la muerte los instantes, no deseo describir ni compartir ni expresar, solo salvar, solo ahuyentar de la muerte el tiempo ya ocurrido con sus trazas y con sus vértices, hacerlo triangular y que una de sus esquinas siempre permanezca presente mientras continuamos viviendo, qué sé yo. Por eso no hemos salido del refugio en días: no necesito decirte de dónde soy ni a dónde voy después, no necesitas saber de mí más que un color de ojos cuando el cielo abierto, o tal vez qué opino del futuro porque, ah, he vivido tanto en el futuro en los últimos días que no sabía como agarrarme a la corriente del presente de nuevo. Pero he dejado de preocuparme por si nos veremos alguna vez en esta vida o en las siguientes o por si estaré en Egipto en febrero o en el primer otoño del cono sur indisfrutado. Qué voy a hacer: qué importa si ahora estoy aquí adentro de esta cama, mojada yo, mojada de ducha y también de los flujos de la pasión por la vida. ¡La prioridad es el presente! Estar presente aquí y ahora en este cuerpo vida y he soñado cosas y no sé por qué no las estoy escribiendo y durante el día tantas adventuras, ¡tantas! Que me parece estar viviendo pasado y presente a un tiempo, y lo siento todo, y ayer me acordé de C y vi su boca en una foto y sentí la llamarada que sentía siempre al observarle desde lejos.

Qué será de las ciudades que aún no he visto o qué importa si van a seguir allí para otras vidas.

Puro sol. Suena algo extraño. Suena.

SENTIRSE CUERPO.

No tengo proyectos salvo este: vivir. Escribir como vivir. Forman parte de la misma cosa.

QUIERO

DESEO

QUIERO

MORDER MORDER MORDER

 

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