Revista Cultura y Ocio

Lavar, marcar y enterrar. teatro lara de madrid

Por Orlando Tunnermann

“LAVAR, MARCAR Y ENTERRAR”
TEATRO LARA, MADRIDORLANDO TÜNNERMANNWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
LAVAR, MARCAR Y ENTERRAR. TEATRO LARA DE MADRID
(“Una escalera resbaladiza, un lúgubre sótano, unos atracadores muy bisoños y una peluquera de lo más inquietante. Surrealista, divertida, genial”)
En la historia del cine y la televisión uno puede encontrar toda suerte de comedias repletas de disparates de lo más divertidos y memorables. Es el caso de aquellos “Hombres de Paco”, probablemente los agentes de la ley y el orden más inútiles después de los insuperables Mortadelo y Filemón. Siguiendo la estela de los disparates, en este caso bochornoso, a alguien se le ocurrió la “preclara” idea de que si la humanidad se extinguía lo mejor que podías hacer era dedicarte a ligar con el de enfrente y copular si él o ella no ponía muchas pegas. ¿A quien diantres le importa que tus seres queridos hayan fallecido y no puedas volver a abrazarlos jamás cuando tienes un barco para ti solo repleto de hombres y mujeres ávidos de “refocilarse”? Aquél fue el caso de “El barco”, ese navío solitario que buscaba por los océanos un pedacito de Tierra o rastros de supervivientes tras un cataclismo ecuménico (universal). Podría extenderme muchos más acerca de los diálogos y el comportamiento adolescente-pueril de los adultos de ese bajel, pero como decía una profesora mía cuando yo era un niño:
“¿A ti te parece que esto está bien hecho? ¡Anda, vuelve a tu sitio y repítelo de nuevo!”
A vueltas con los disparates, otra vez en grado excelso, “Lavar, marcar y enterrar” de la mano de la compañía Montgomery Entertainment, escrita y dirigida por Juanma Pina, nos propone una historia muy ingeniosa, divertida y surrealista donde unos aspirantes a policías (futuros “Hombres de Paco”, no me cabe duda) acuden a una peluquería de tétrico nombre, “Cortacabeza”, para cometer un atraco. Los perpetradores de tan deleznable acción, encarnados por los magníficos actores Edu Ferres y Juan Caballero, parecen más bien pacientes de una de esas terapias de grupo donde uno recurre a la catarsis para purificar y abrillantar el alma de tanto sufrimiento que acarrea dentro. A Gabriela (Carmen Navarro), al frente del centro estético, sólo le falta acunarlos, arrullarlos entre los brazos y acostarlos deseándoles felices sueños. El atraco en cuestión, un despropósito en toda regla, se convierte en un asunto “vodevilesco” de cooperación entre malhechores y víctimas y en vez de miedo, los que vienen con pistolas suscitan más misericordia que pánico. Edu Ferres y Juan Caballero son paladines de la interpretación, brillantes, mimetizados con sus personajes, sin duda, aunque a la sombra debo decir, son gustos personales, del inefable Mario Alberto Diez (Fernando), una anómala fusión entre el vampiro Nosferatu y un experimento fallido de androide de la mítica Blade Runner. Su estética, un tanto sobrecogedora, queda realzada por ese modo de caminar suyo tan hierático (solemne), acartonado, particular, con esos brazos entecos (magros, delgados) pegados al cuerpo como si fuesen ramas muertas, y la voz robótica, que se repite en un bucle patológico cuando Fer se pone nervioso, que es todo el tiempo, por cierto.
Probablemente mi acto favorito, que no voy a desvelar, ESO HAY QUE VIVIRLO, tiene que ver con una llamada de teléfono intempestiva y un fontanero chino.
Carmen Navarro (Gabriela) se mueve por el escenario como una reina y en su modo de interpretar me parece columbrar (vislumbrar) un cierto apego a la maravillosa Verónica Forqué. Y mientras en Madrid llovía con furiosa copiosidad hace unos días, en este escenario no llueven hombres, como cantaban con Aleluya incluido las Weather Girls allá por los años 80. Aquí lo que llueven son cráneos, carbonizados, tiznados con una mohosa pátina negra que viene a conferirle a las susodichas calaveras calvas un matiz muy de “piratas del caribe”.
En definitiva, una función totalmente recomendable, cuya marea de aplausos y parabienes es como una onda expansiva cuyo eco ha gestado hasta la fecha cinco temporadas. No podía ser de otra manera. Tiempo y dinero bien empleados, créanme. Perdérsela sería un crimen. Cinco temporadas, como digo, una gesta que no nace de la casualidad o la fortuna caprichosa, sino del trabajo denodado y la excelencia de sus artífices: el elenco protagonista, la dirección soberbia y un guión rocambolesco y original que ya enseña sus prístinas huellas de identidad cómico-macabras a los pocos minutos de izarse el telón, para que la magia y la fantasía se confabulen en un espectáculo hilarante matizado con un halo innegable de novela negra, suspense y algún personaje abyecto, cuyo semblante, aparentemente inocuo, apenas insinúa la oscuridad del alma que lleva dentro.ORLANDO TÜNNERMANN.

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