Tenía mucho que decir Franz Schubert en una obra como Lazarus. Pero lo que llegase a querer musicalizar al final de esta composición lo ignoramos. Es de suponer que la principal razón, si es que realmente podemos aventurar alguna, de encontrarnos ante una nueva partitura inconclusa dentro de la dilatada producción del compositor vienés, fuera su costumbre de abordar a la vez múltiples proyectos compositivos que luego abandonaba por causas desconocidas a lo largo de su corta y un tanto errática existencia, de la que ciertamente tampoco conocemos demasiados detalles, hasta el punto de no dar firmemente por sentado la causa de su fallecimiento pese a la extendida y romántica hipótesis de la epidemia de la sífilis, a la que siempre nos adherimos por diversas pistas e indicios, que le llevó a la tumba con tan sólo 31 años un año después de Beethoven.
Lo cierto es que Lázaro, o La Festividad de la Resurrección, drama religioso para solistas, coro y orquesta sobre un texto de un poeta aparentemente menor en la literatura germánica como August Hermann Niemeyer, nos presenta a un Schubert insospechado y a la vez inexplorado (la obra apenas posee grabaciones y en España no se escucha desde hace décadas). Es bien sabida la constante lucha del vienés durante su vida por erigirse en el campo teatral, un género que cultivaba pero que se le resistía, en muchos casos por la elección de libretos mediocres para sus óperas, por lo que entendemos que tendiese a refugiarse en géneros más íntimos y que dominaba mejor, como la música de cámara o el lied, del que se convierte en su más consumado artífice.
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