Un precioso poema
¿Cómo puede alguien que apenas sabe pronunciar
unas cuantas palabras arar un camino tan hondo
y entrar a saco por cuanta ranura hay abierta
en mi invisible palpitante centro?
A díario, niña, acumulo tu amor
como avaro guardando expectantes tesoros.
Tu cuerpo menudo y caliente entre mis brazos
me lleva tan cerca de la felicidad
que, temiendo semejante abundancia,
te susurro mi dicha como un largo secreto clandestino.
No sé por qué en las noches cuando te sostengo
hasta que cerrás las alas
resignándote a la oscuridad y el sueño,
siento que, contrario a las apariencias,
me tiraste una cuerda de plata en un naufragio
y es mi cordón umbilical
el que ahora descansa en tus pequeñas manos,
como si, hija mía, fuera yo también hija de
esos profundos ojos que un día sabiamente
soltaron hacia mí sus relucientes anclas.
Hija de mi esperanza, diminuta mujer sobreviviente,
no sé qué hay en vos que cierra y da sentido
a los círculos misteriosos de mi vida,
sólo sé que cuando la flecha de la tuya
giraba buscando espacio en el espacio,
agua y sed se encontraron
y ahora henos aquí madre y pequeña niña
apretadas, envueltas, enlazadas,
como si jamás hubiésemos existido
apartadas la una de la otra.