Revista Arquitectura
Desde que en 1991 comenzamos a intervenir sobre edificios históricos (todos los edificios, aun los más modestos, tienen su historia y la de todos los que en alguna ocasión los utilizaron o pasaron por allí), nos interesó el reto de intervenir sobre ellos sin renunciar a nuestro propio tiempo. Acercarse a un viejo o antiguo edificio es un ejercicio que requiere, por igual, un cierto equilibrio entre modestia y vanidad; una dualidad que nos permite equilibrar la necesaria inconsciencia de intervenir sobre lo que han propuesto, en otro tiempo, arquitectos más dotados y, a la vez, sentirnos capacitados para aportar, cuando menos, la serenidad necesaria para devolver una pieza arquitectónica al lugar que nunca debió dejar de ocupar. Ciertos edificios no precisan más que una sencilla reparación; otros, una profunda revisión. En contra de lo que suele aceptarse como dogma en los textos universitarios y académicos (necesarios, sin duda, al comenzar en esta o cualquier otra profesión), de lo único de lo que hoy por hoy estamos seguros es de la absoluta convicción de huir siempre de la falsificación, tan común en muchas de las actuales intervenciones. Falsificar es reconstruir, reinterpretar, mentir; pero también es detener o congelar sin sentido. Recuperar técnicas y materiales tradicionales es vital para conocer e intervenir sobre el patrimonio construido, pero eso no obliga a hacerlo con un lenguaje tímido, casposo o simplemente vulgar. Restaurar no es sinónimo de disecar. Y cuando aprendimos eso, dejamos inmediatamente de ejercer la taxidermia. Luis Cercós (LC-Architects & Cabas y Cercós Arquitectos) http://www.lc-architects.com