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El perfume a carne asada procedente de la cocina acentuaba su apetito. De estómago insaciable, se adentraba entre los muros de su pequeña bodega para escoger el perfecto maridaje, mientras la cena daba sus últimos coletazos dentro del horno.
Era una noche de celebración. El doctor Esteban Garrido cumplía veinticinco años al frente del Departamento de Neurología del Hospital y eso no pasaba todos los días. Había invitado a Rebeca, su enfermera favorita, pero ella le había sonreído y, como siempre, con la mirada nerviosa, había declinado educadamente la proposición. Así que, una noche más, estaba solo en casa.
Ya no recordaba la última vez que alguien había pisado su guarida. Quizás aquella profesora que le había estado ayudando con su proyecto para el fomento de la utilización de las nuevas tecnologías como solución en casos de alzhéimer. La doctora Ángela Peláez, Geli para los amigos, cuyos ojos habían descubierto su secreto. Una pena. Se notaba a leguas que era una buena mujer, pero él no podía permitir que nadie lo supiera. La mente humana todavía no había evolucionado lo suficiente para comprenderlo, se decía. Afortunadamente, Geli había resultado de lo más aprovechable.
Cuando el doctor salía a cazar, las sombras le ocultaban. Usaba un viejo coche que nadie sabía ni diría que era suyo, montaba la mercancía en los asientos de atrás y se dirigía hacia aquel lugar recóndito, entre árboles y maleza, que le había costado tiempo y esfuerzo cimentar. Una pequeña cabaña en medio del bosque, el acogedor refugio de un montero meticuloso, que guardaba ordenadamente algunos de sus tesoros bañados en formol.
Lo normal era elegir a yonquis y chicas de la calle. Por suerte para él, nadie preguntaba por esa clase de gente. Geli había sido una excepción y le había costado tener a la policía detrás durante un tiempo. Finalmente, decidió que tenía que colaborar con ellos como asesor en los casos que requirieran su ayuda profesional. Este voluntariado terminaría con las sospechas y, de hecho, acabaría encumbrándole como un todo un maestro de la Neurología Forense. Y, realmente, lo era.
El Bancales Moral de barrica 2011 sería perfecto para acompañar la carne. Solía bautizar sus platos con nombres conmemorativos, sobre todo, en noches especiales. Descorchó la botella, llenó su copa y comenzó a deleitarse en los sabores que inundaban su boca. “Le coeur de la femme”, una delicatesen. Si es que, como ya sabemos, Geli había resultado de lo más aprovechable.