Revista Cine
Director: René Clair
No vamos a negar que las películas de la época, me refiero a los veinte, o, en su defecto, al cine mudo, destilan un encanto irresistible (será, a lo mejor, ese halo de infinita creatividad, ese aura visionario), pero eso no las hace necesariamente excepcionales; ciertamente no en su totalidad, pues siempre han habido piezas que es mejor olvidar. Es cierto, en todo caso, que "antes" el cine se hacía y veía, y hasta sentía, de otra manera, acaso más transparente. No lo sé, habría que pensarlo largo y tendido, y luego intentar explicarlo. El caso es que "El fantasma de Moulin Rouge" es una película entretenida, sí, una relativamente encantadora historia que, partiendo de una premisa argumental enraizada en la fantasía, es más bien una previsible comedia de enredos amorosos. No se puede decir que esta película no funcione, porque todos sus personajes y tramas se desenvuelven de una manera correcta y efectiva, pero durante el metraje no dejaba de pensar que, no obstante este "orden", la trama seguía pareciendo una cosa anecdótica, con personajes como carentes de peso y un conjunto argumental al que le falta cohesión, incluso coherencia. Y es que el entuerto parte con un hombre de negocios al que le va perfectamente bien, salvo por el detallito de un periódico que no deja de criticarlo en todo lo que hace. El hombre de negocios tiene un romance a escondidas con una muchacha y ambos planean casarse, pero el padre de la chica es chantajeado nada menos que por el dueño del periódico que critica al hombre de negocios, y el chantaje consiste, más o menos, en "o me caso con tu hija, o le revelo al mundo a través de mis páginas el terrible secreto que tengo sobre ti, revelación que te hundirá en la vergüenza y el fracaso". Con esto ya teníamos una buena comedia romántica con los fugaces toques de gravedad que impone el chantajista. Luego el hombre de negocios, y ahorrándome las explicaciones, se hace fantasma (sólo diré que lo ayuda un psicólogo capaz de separar el espíritu de los cuerpos ¿?), se divierte a costa de los mortales de carne y hueso escondiendo sus sombreros y abrigos, y de repente un periodista (que trabaja para el periódico de las críticas) investiga el extraño caso de los objetos que desaparecen, y ya por el final al fantasma le da por solucionar los problemas de su futuro suegro presentemente chantajeado (porque con ello soluciona de paso los suyos). Y como ven, la trama no deja de funcionar porque todos sus elementos nunca se disparan hacia la inconcreción (siempre se mantienen cerca del núcleo gravitatorio del relato, no olvidan su predestinado final), todo confluye derechitamente hacia el desenlace previsto (tan previsto, que hasta parece hacerlo de manera perfectamente natural y lógica, no obstante lo a veces disparatado del guión), pero supongo que los diferentes tonos y estilos me confundieron y desconcertaron.
Con todo, no deja de ser una entretenida y hasta ingenua comedia fantástica de enredos amorosos. Curiosa, singular, encantadora a veces (por el nivel de producción de ciertas escenas, como las del Moulin Rouge)... Acaso sirva como antecedente, como una manera de adelantar esas historias llenas de imaginación, riqueza visual e interés humanista propias de René Clair.