El Real Jardín Botánico de Madrid todavía no está en su máximo apogeo. Está más o menos como la primera foto de hoy: a punto de explotar. Aún así ya hay mucho color en él, como os iré mostrando los próximos días. Hoy sólo una pequeña muestra a modo de introducción.
La vida es más bonita a color, creo yo. Recuerdo que de niño, viendo unas fotos en blanco y negro de cuando mi madre era joven le pregunté que si en esa época había colores en el mundo, “Claro que sí -respondió ella-. Había incluso más”. En su afán por hacerme creer que el mundo era mejor y más bonito antes, en el pasado, mi madre se inventaba colores en su mente (sano ejercicio por otro lado).
Es lo que hacen todos aquellos que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, se lo inventan, le ponen color, te hablan como si la vida de hoy no valiese la pena vivirla, como si lo mejor, lo más bonito, lo más limpio, lo más sabroso, lo más ético y lo más bello perteneciesen al mundo que había antes de que tú nacieras. Y claro, yo creo que en realidad lo que pasa es que se están refiriendo a su propia niñez y juventud, donde el mundo siempre es más bonito pero no porque lo sea en sí mismo, sino porque para un niño o un adolescente siempre lo es. Y el recuerdo mucho más. Todo se magnifica y se exagera. Cualquier cosa menos admitir que hemos tenido una vida mediocre y sin sustancia.
Por eso le ponen color, más que nada para ellos mismos. Así pues, es mejor dejarles y no entrar en contradecirles. Si quieren creer que tuvieron una juventud fantástica pues que lo crean. Cada uno en su fuero interno sabe bien a qué cosas renunció, cuándo se arriesgó, cuánto se divirtió y si valió la pena todo ello. Claro que también hay que tener en cuenta este viejo refrán: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Así que nada, el presumido que quiera presumir, que presuma. No seré yo quien le invite a la depresión destapando sus mentiras.