le recuerdo así: tumbado entre la madreselva con sus calcetinitos blancos y un bolsillo lleno de semillas. sacaba una con mucho cuidado de su envoltura transparente y la comida despacio. entonces le brotaban pequeñas hojas de rúcula y achicoria en las rodillas y los muslos por las que trepaban las lombrices para alimentarse. después repetía el gesto y comía otra semilla de otro envoltorio y en sus antebrazos nacían bayas dulces a las que venían a comer los pájaros. de su cuello y los hombros nacían plantas aromáticas y olía a esencia de romero salvia eneldo albahaca. yo iba cortando los tallos y los ponía en frascos de cristal para suavizar el aire de la casa. así se convertía en vegetal. por la noche esa criatura con ojos de trébol recuperaba su aspecto humano y descansaba en la madreselva que le nutría. un día no lo encontré. esperé un tiempo pero no volvió. yo cerré la casa para siempre.
María Jesús Silva