El poder tiende a elevar a quien lo ostenta. Y cuanto mayor es la altura, más divisa y menos detalla.
Estoy escribiendo sentado en una terraza de uno de los paseos más rebosantes de vida del planeta: las Ramblas de Barcelona.
Agustín me acaba de servir una copa de vino blanco. Agustín tiene cincuenta años, y desde los dieciséis es camarero. Es mediodía y me apetece alguna tapa, ese refinamiento de la gastronomía española que entre el AM y el PM marca el ángelus de las papilas gustativas.
No tiene nada que servir: sólo unos insulsos frutos secos.
— “¿Por qué, Agustín?”
—Porque el director nunca me ha preguntado qué piden los clientes, y eso que con unas buenas tapas podríamos aumentar la facturación al menos en un 30 por ciento.
Allí está, tras la ventana, todo el día con su ordenador. Tiene veintiocho años y un título de economista, pero jamás ha vivido la experiencia de servir las mesas, que es donde se hace el negocio.
—Agustín, en todos estos años... .alguno de tus jefes te ha preguntado cómo podríais ser más competitivos y facturar más?
—Nadie lo ha hecho. Para ellos fui, soy y me jubilaré como un porteador de bebidas.
Para los jefes orgullosos, nosotros somos simples brazos, mientras que los jefes débiles o inseguros creen que preguntarnos es degradarse; temen mostrar que no saben, en lugar de aprovecharse de toda nuestra constante experiencia con los clientes.
Conclusiones:
1. No hay mayor aislante de la realidad que un título universitario mal digerido.
2. Hay excesivo directivo gestionando funciones y responsabilidades de un equipo humano, pero sin la menor idea de cómo gestionar su ilusión y su talento.
3. Hay una excesiva incapacidad para abrir atajos por los que irrumpa lo mejor que cada colaborador pueda aportar, como consecuencia de sus experiencias concretas.
4. No hay asignatura más pragmática que la vida en vivo y en directo.
5. Los análisis, estadísticas, estudios y ponencias son fotos que tratan de proyectar la vida. Pero la realidad siempre está en la calle.
6. La ilusión es el aire comprimido que dispara el talento.
Si quieres aprender a nadar, échate al agua. La vida sólo se conoce cuando uno se sumerge en ella.
A cambio de un sueldo fijo y el distanciamiento personal, en el mejor de los casos sólo hay un retorno: cumplimiento fijo y silencio.
Tu gente, la que trabaja a ras del suelo y del cliente, sabe y puede enriquecer extraordinariamente todo lo que tus asesores necesitan preguntar, analizar y deducir.
A todos los necesitas. A los que saben y a los que deducen. Pero jamás olvides a la gente que salta cada día al terreno de juego.
El entrenador puede ser el mejor del mundo, pero el gol sólo y siempre está en la punta de la bota de tus futbolistas.
Fuente: Joaquín Lorente. Escritor y editor.
C. Marco