Revista Coaching

lecciones urbanitas

Por Bitacorarh

 

Geoffrey Westes un físico teórico cuya obsesión es buscar leyes fundamentales que le permitan explicar cómo funcionan las cosas. De la lectura de su trabajo resulta espectacular comprobar como dichas reglas existen, y aunque no ajenas a las excepciones, el resultado de su trabajo nos deja gran cantidad de evidencias sobre las que reflexionar y sobre las que pensar para construir un mundo mucho más sostenible.

 

En la actualidad, West y su equipo están tratando de explicar cómo funcionan las ciudades. El análisis de los datos que éstas generan (consumo eléctrico, kilómetros de autopistas, índices de criminalidad, enfermedades venéreas, ...) les ayuda a predecir con un porcentaje de acierto de un 85% el nivel de ingresos o la dimensión del sistema de alcantarillado. Nueva York no es tan diferente a Tokyo, lo que las hace diferentes son los detalles, pero la esencia de ambas urbes es la misma. 

Según West, el descubrimiento de las ciudades es uno de los mayores inventos de la humanidad. La creación de urbes responde a un sistema eficiente en el consumo de recursos. Cuando una ciudad dobla su tamaño, el incremento en recursos energéticos que ésta necesita sólo crece un 80%. Pero el incremento constante del volumen de las ciudades no responde a cuestiones de eficiencia energética o consumo de recursos, lo que realmente explica el éxodo del campo a las ciudades son las interacciones humanas. Los datos de West muestran claramente que cuando las personas están unidas su capacidad productiva se incrementa. Pero sus investigaciones también muestran como en las últimas décadas, el rápido crecimiento de las ciudades con sus áreas satélite no ha supuesto un incremento en los niveles de renta per capita o de innovación de las mismas. Es más, dicho crecimiento lleva asociado el crecimiento de variables menos amigables, por ejemplo, el doble de tamaño de una ciudad supone un incremento de un 15% en los niveles de criminalidad, tráfico o de SIDA. El crecimiento económico supone también un incremento sustancial de aquellas cosas que no nos gustan. 

 

La representación gráfica del crecimiento de las urbes es una curva que crece de manera exponencial. A medida que una ciudad crece, sus mayores niveles de productividad atraen a nuevos habitantes, lo que la hace aún mayor. West analizó la diferencia que esto supone respecto a las ecuaciones que definen el mundo de la biología, según las cuales, a mayor tamaño menor velocidad ... sería difícil que un elefante fuese tan rápido como un ratón, ya que esto supondría una cantidad de energía difícil de conseguir para el elefante. Las ciudades no están sujetas a las reglas de la biología, todo lo contrario, a mayor tamaño mayor volumen de energía. Para ilustrar esta diferencia podemos pasar a consumo en vatios la vida de una persona. Una persona en reposo consumiría 90 vatios, si esta misma persona tuviese que cazar para conseguir el alimento que necesita para vivir el consumo se iría a los 250 vatios. Pero en las ciudades, la cantidad de vatios consumidos para mantener el nivel de vida se dispara hasta los 11.000 vatios ... mucho más de los que necesita una ballena azul parar vivir, y este planeta no podría mantener 7 billones de ballenas azules, es por eso que nuestro estilo de vida es insostenible.

 

El ser humano descubrió, ya hace muchos años, la receta para hacer frente a esta limitación. Se trata de la innovación constante. La historia de la humanidad es un retahíla de descubrimientos que han permito al hombre hacer frente a los periodos de carencia: el fuego, la rueda, la máquina de vapor, internet, ... diferentes vías para crear riqueza. Cada invento es un paréntesis, un tiempo extra que nos permite caminar hacia el siguiente invento que nos permita escapar del vértigo del precipicio. 

El crecimiento constante de las ciudades, y el cada vez más caro estilo de vida que llevamos, ha provocado que los ciclos de innovación sean cada vez más cortos. El resultado final es que las ciudades no sólo han incrementado nuestro nivel de vida, también han incrementado el ritmo al que la vida cambia. Hasta ahora, la innovación generaba revoluciones que duraban aproximadamente 200 años, hoy las ciudades generan un volumen tal de innovación que el tiempo que transcurre entre ellos es de tan sólo 15 años. Es la primera vez en la historia de la humanidad que durante la vida de una persona ésta puede vivir varias revoluciones.

 

Resulta lógico comparar las ciudades con las empresas. En ambos casos se trata de aglomeraciones de personas organizadas en espacios físicos bien definidos. Pero hay una diferencia fundamental entre ambas que resulta muy llamativa. Mientras que las ciudades permanecen en el tiempo, las empresas tienen una esperanza de vida media de entre 40 y 50 años. La bomba de Hiroshima no borró del mapa esta ciudad, pero dónde están empresas como Enron. Y la pregunta es obvia: ¿por qué resultan tan efímeras las empresas?.

West analizó datos de miles de compañías para tratar de responder a esta pregunta y lo que descubrió es que éstas atienden a un comportamiento similar al que sigue el mundo de la biología. A medida que las compañías crecen, el beneficio por empleado se reduce... algo similar al caso del elefante del que antes hablábamos.

Cuando nace una empresa, el objetivo fundamental es sacar adelante la idea del negocio. Si esta idea tiene la suerte de abrirse camino, todo resulta apasionante, el dinero comienza a llegar, esto provoca que se siga esa línea y que parte del beneficio se reinvierta en tratar de hacer esa idea más grande. Pero llega el punto donde los niveles superiores de la organización sólo piensan en vigilar lo que hacen las personas en los niveles inferiores de la compañía, poco a poco las economías de escala se ven anuladas por el alto coste que suponen los sistemas burocráticos necesarios para controlar la organización, la idea original se desvanece entre otros objetivos ajenos a la esencia de la compañía. Ésta es la crónica de una muerte anunciada. El afán de crecer por crecer es el motivo principal de la desaparición de las empresas, elefantes que corren como locos en busca de más alimento hasta el punto en el que éste se agota y mueren a causa de su propia voracidad.

 

West indica que es la realidad empresarial la que muestra el secreto de la inmortalidad de las ciudades. Mientras que las empresas se atan a organigramas y estructuras de control excesivamente rígidas, las ciudades son lugares donde las personas poseen la libertad de escoger, de decidir por ellos mismos. Aquí no valen las reglas del management, nadie te dice donde tienes que vivir o como te tienes que vestir, es precisamente la libertad que se respira en las urbes la que las hace estar vivas.


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