Editorial Los libros del lince.
181 páginas. 1ª edición de 2013.
Prólogo de Ray Lóriga.
La semana pasada hablé de Criaturas
abisales (2011) el primer libro de relatos de Marina Perezagua (Sevilla, 1978), y en esa entrada me preguntaba
cómo se enfrentaría esta autora a un relato más realista. La respuesta se puede
encontrar en este segundo libro que le vuelve a publicar la editorial Los libros del lince, Leche,
y que como ya conté su editor, Enrique
Murillo, me envió a casa.
Leche, al igual que Criaturas
abisales, está formado por catorce relatos; pero mientras que los de Criaturas abisales tenían una extensión
más pareja (de unas doce páginas, más o menos), lo de Leche van desde las casi cuarenta del primero, titulado Little
Boy -prácticamente una novela corta-, hasta las escasas dos páginas del
titulado Blanquita.
Little Boy cambia más de uno de los parámetros bajo los que está
escrito Criaturas abisales: los
escenarios de esta novela corta -así como las épocas evocadas- sí que son
reconocibles dentro de un contexto puramente realista; con frases como:
“Estábamos en el 2008 y ella me había dicho que en 1945 tenía trece años.”
(pág. 14). En realidad, el relato es puramente realista y narra el viaje de una
joven que comparte piso en Nueva York con su pareja japonesa al país de él, y
la relación que allí establece con una vecina anciana, H., que es una
superviviente de las bombas atómicas sobre Japón en 1945. Perezagua ha
investigado sobre algunos aspectos del Japón de 1945 y nos habla de las
consecuencias de los lanzamientos atómicos sobre la población, con algunas
imágenes que parecen sacadas de libros testimoniales como el de Tamiki Hara y sus Flores de verano. Más de
una de las imágenes evocadas (personas a las que se les desprende la piel como
si fuese un calcetín, por ejemplo) son muy poderosas, son imágenes
incontestables. Pero siempre he pensado que para saber qué pasó en Auschwitz lo
mejor será leer el testimonio de primera mano de los que estuvieron allí, como Primo Levi, Paul Steinberg o Tadeus
Borowsky; y para saber qué pasó en Hiroshima lo mejor será leer a Tamiki
Hara. Me provoca cierto recelo leer a autores que no estuvieron allí, que han
leído los mismos libros testimoniales que tú y luego te los cuentan, autores
que parten del conocimiento que dan los libros para evocar una realidad no
vivida; cuando creo que es al revés, que el escritor, después de haber
aprendido a expresarse a través de lo leído en los libros, después de haber
aprendido a tener una visión literaria sobre la realidad, debe mostrar su mundo
–o su época- a otros. En todo caso he de decir que, pese a estos pequeños
reparos, la novela corta que es Little
Boy funciona, porque Perezagua sabe darle a la historia su toque personal,
sabe transferir a los personajes su extrañeza ante los límites del cuerpo: H.
sufrió una transformación física gracias a la bomba que tiene que ver con su
condición sexual, una transformación que se mueve entre los límites del
realismo y los del expresionismo. El lenguaje de esta novela corta me ha
parecido más seco, más preciso, que el empleado en Criaturas abisales.
El alga, segundo relato
del conjunto, donde se habla de una mujer que finge su propia muerte,
conteniendo la respiración, me ha recordado al de Fredo y la máquina del
libro anterior, con esos personajes que perciben el mundo desde su postración,
metáfora de la imposibilidad de actuar sobre él. Más cerca del realismo de
nuevo.
Él, el tercero, nos
vuelve a mostrar un escenario histórico realista: la Segunda Guerra Mundial en
Europa, y en este cuento Perezagua vuelve a inquietarnos con su obsesión sobre
las deformidades del cuerpo. De intenciones similares a Little Boy, pero de mucho menor alcance.
La tempestad –el cuarto-
me puso sobre aviso de una posible nueva influencia sobre la obra de Perezagua,
la de Julio Cortázar: en La tempestad la acción se sitúa a
finales del siglo XIX, en una finca de California, y la extrañeza que provoca
la actuación de una actriz polaca en una cena me ha recordado a esa extrañeza
cuando lo inesperado irrumpe en un escenario realista de Cortázar.
En el quinto, Aniversario, volvemos al realismo,
ligeramente expresionista con sabor a Kafka, donde se muestra el odio de una
hija hacia un padre que le leía a su hija La
metamorfosis antes de dormirse.
Esta incursión en el mundo del
realismo falla (desde mi punto de vista) sobre todo en el cuento Trasplante, donde se narra la atracción
de un profesor de matemáticas por una alumna ingresada en el hospital. Un
cuento demasiado convencional para lo que nos esperamos de esta autora. En
cambio, da grandes frutos en dos de los mejores cuentos del libro: Las
islas, de estirpe cortazariana, donde se habla de la felicidad de un
hombre que se mueve por la costa en una isla hinchable, y en El
piloto, donde se habla de un camionero que recorre la misma ruta cada
día, cinco horas de ida y cinco de vuelta, pero que no puede recordar ninguna
imagen del trayecto de ida.
En el cuento titulado Leche, Perezagua vuelve a elegir un
escenario histórico muy concreto, la invasión japonesa de China en la década de
1930 para narrar una historia realista con un componente de extrañeza sexual; y
este tipo de relatos, por su atrevimiento para elegir una época lejana y
personajes ajenos al autor, y narrar una historia con una resolución extraña y
potente, me ha recordado a algunos de los cuentos de Roberto Bolaño.
Aurática es destacable
por el extraño mundo creado, un mundo distópico de nieve y carruajes tirados
por caballos.
Un solo hombre solo, el penúltimo, donde se habla de un
condenado a muerte y se repasa toda su estirpe genética me ha parecido uno de
los más flojos, fruto de una pura ocurrencia.
Me dejo el mejor cuento para el
final: MioTauro, el segundo más largo, donde se habla de la obsesión
sexual de una mujer por el ganado y por los minotauros, que existen en el mundo
primitivo creado. El lenguaje con el que está escrito y las imágenes creadas
son realmente sugerentes; y de nuevo nos volvemos a encontrar aquí con uno de
los grandes temas de la autora: el del sexo anti convencional.
Leche (el libro, no el relato) me ha parecido, con algún pequeño
altibajo, un conjunto de relatos poderoso, con un abanico temático mayor que el
presentado por la autora en Criaturas
abisales. Unos cuentos imaginativos, arriesgados, que abren continuamente
nuevas puertas ante el lector, que no se arredran ante lo fantástico sin
desdeñar enfoques realistas.
Si escribí la semana pasada que Criaturas abisales suponía un notable
debut, Leche es la obra sólida, de
una autora joven con mucha madurez narrativa, arriesgada y con un gran
potencial aún de crecimiento futuro.