Hay una línea fronteriza: a un lado están los que hacen los libros, al otro los que los leen. Yo quiero seguir siendo uno de los que los leen, por eso tengo cuidado de mantenerme siempre al lado de acá de esa línea. Si no, el placer desinteresado de leer se acaba, o se transforma en otra cosa, que no es lo que yo quiero. Es una línea fronteriza aproximada, que tiende a borrarse: el mundo de los que tienen que ver profesionalmente con los libros está cada vez más poblado y tiende a identificarse con el mundo de los lectores. Cierto que también los lectores se vuelven más numerosos, pero se diría que los que usan los libros para producir otros libros crecen más que aquellos a quienes les gusta leer libros, sin más. Sé que cruzo esa frontera. aunque sea ocasionalmente, por casualidad, corro el riesgo de confundirme con esa marea que avanza; por eso me niego a poner los pies en una editorial, ni siquiera unos minutos.
Extracto sacado de una novela que terminé en agosto y que tengo intención de reseñar próximamente, aun a sabiendas de que me resultará difícil hacerlo. Un fragmento que cuadra perfectamente con lo que últimamente vengo sintiendo, y que me hizo reflexionar profundamente. Os invito a reflexionar conmigo.