“Anoche soñé que había vuelto a Manderley.” Así empieza Rebeca de Daphne du Maurier, una de las historias que más me ha fascinado en lo que llevo de existencia. De hecho, cada cierto tiempo yo también vuelvo a Manderley. Primero fue gracias a la magistral versión que Hitchcock realizó. Ahora, desde la pasada noche de Reyes, también puedo optar por la novela original. Nada más abrir el envoltorio, el libro ya me quemaba en las manos. Así que emprendí mi viaje de inmediato. Con solo leer la primera frase empezaron a reproducirse uno a uno los fotogramas en blanco y negro tantas veces disfrutados: la letra picuda de Rebeca, la adoración enfermiza de la señora Danvers, la fastuosidad de Manderley frente a la inseguridad de la anónima segunda señora De Winter, entre tantísimos otros detalles. Y a medida que se acababan las palabras iba creciendo la gran duda. ¿Cómo sería el final? Ciertamente, Hitchcock convirtió en imágenes el desenlace que escribió Du Maurier. Ahora bien, logró dejar intacta la propuesta de la autora. De esta manera, por mucho que haya visto la película, el lector accede a un material fascinante y desconocido. Un final a través del cual conseguí imaginar por primera vez las facciones de la inmortal Rebeca. Unas palabras que, tras leer repetidamente, acabé transformando en celuloide. Un final que cierra el ciclo y me regala un nuevo pasaje a Manderley. ¿Para cuándo? Para muy pronto. Seguro.
© Elisabet Gimeno Aragón 2017