(Foto: www.beeclimb.com)
Hace años, la gente que sentía ganas de hacer deporte se calzaba unas zapatillas y echaba a correr por el parque más cercano. Como no había demasiadas posibilidades de compararse con otros corredores -a no ser los amigos o los que trotaban al lado de uno-, había escasa presión en cuanto a tiempos o marcas a alcanzar. Uno corría, se ponía más o menos en forma y eso era todo. Pero las cosas han cambiado y la presión, propia y ajena, ha aumentado, de manera que ahora ya pocos se conforman con ser corredores (también ha cambiado el nombre: ahora se les llama runners). No, hay que superarse continuamente: correr la milla, la media maratón, la maratón...; o incrementar la dificultad del asunto con modalidades más duras como el cross-country o el triatlón. Y así, en todo. Ha llegado la hora de los deportes extremos. El más difícil todavía: barranquismo, la escalada en solo, el ironman...Este afán competitivo parece estar, lenta e insidiosamente, trasladándose también a la lectura. Cuando lo máximo que se hacía era comentar los últimos libros leídos con un pariente o amigo, no había posibilidad ni ganas de medirse con los demás. Como mucho, observaciones del tipo "Fulanito parece que los devora", "El lento de Menganito ha tardado más de un mes en terminar esta novela", "De este verano no pasa que lea por fin la obra de X." Pero, como en el deporte, parece que no basta. En los blogs literarios florecen los retos de lectura, que cuentan con numerosas adhesiones entusiastas, desde los que funcionan por cantidad (50 libros en un año) hasta los que proponen lecturas de lo más diverso (como el reto de BookRiot para 2016, que incluye "leer el primer libro de una serie escrita por una persona de color" o "una autobiografía culinaria"). Y también surgen, cada vez en mayor cantidad, libros que dan cuenta de cómo su autor ha vivido uno de estos episodios de "lectura extrema". Pues no de otra manera deberían denominarse empeños como el de A. J. Jacobs, que The Know-It-All: One Man's Humble Quest to Become the Smartest Person in the World (English Edition)">se leyó los 23 volúmenes de la Encyclopedia Britannica, o Ammon Shea, que se leyó todo el Oxford English Dictionary (y dejó asimismo Reading the OED: One Man, One Year, 21,730 Pages">documentada la experiencia).La lectura extrema no requiere sólo ser capaz de consumir -¿digerir?- grandes cantidades de texto, se trata de idear listas de lecturas poco comunes, a realizar dentro de un plazo de tiempo determinado. Algo, en cualquier caso, que se salga de los patrones de lectura corrientes y molientes y que suponga una cierta constricción. Así, Christopher Beha restringió su dieta lectora durante un año a la colección Harvard Classics, mientras que otros prometen limitarse a novelas del XIX, o a libros de género. ¿Más difícil todavía? Phyllis Rose, autora entre otras de una popular biografía de Virginia Woolf, es una de las personas que se han embarcado en una aventura de lectura extrema. En su caso -tal como relata en el libro que relata su experiencia (parece que buena parte de estas aventuras extremas, ya sea en el deporte o en la lectura, se llevan a cabo con la intención de hacerlas públicas), The Shelf: From LEQ to LES: Adventures in Extreme Reading">The Shelf- decidió leer todos los libros de una estantería determinada de la New York Society Library, concretamente el de los autores LEQ-LES. ¿De dónde sale esta peregrina idea?
Sala de la New York Society Library
Según cuenta la autora, con ocasión de haber ido a esta biblioteca en busca de un libro concreto -que no encontró- se dio cuenta de que en cambio contenía cientos de libros y autores de los que nunca había oído hablar (precisemos que se hallaba en el departamento de novelas y que dicha biblioteca, la más antigua de la ciudad, es conocida por su amplio fondo de clásicos). Eso le hizo pensar que sería interesante explorar más en profundidad sus fondos pero, en lugar de hacer como todo el mundo, es decir, picotear aquí y allí, optó por una lectura extrema: leyendo todos los libros contenidos en ese preciso estante se aseguraba, dice, de que "Nadie en la historia del mundo habría leído exactamente esa serie de novelas". Asoma así la obsesión por el récord, por hacer algo -por absurdo que sea, como ocurre con buena parte de los récords contenidos en el Libro Guiness- que nunca se haya hecho antes. Dado que la señora Rose es una escritora de demostrada solvencia, no me cabe duda de que, pese a la arbitrariedad de la empresa, la narración de sus aventuras lectoras será amena. Tal vez incluso algún arriesgado lector se anime a emularla; al fin y al cabo, si de experiencias únicas se trata, seguro que nadie ha leído tampoco el estante LET-LIB, ni los que le anteceden o le siguen...Personalmente -y conste que me parece muy bien que cada cual lea lo que le quiera en el orden en que le venga en gana- me resultan un poco inquietantes estas nuevas modalidades lectoras. Siempre he pensado que gran parte de la dicha lectora se encuentra en la ausencia de normas, en transitar de uno a otro libro dejándose llevar por el humor del momento, el lugar o la compañía; en dejar que un libro recomiende a otro y en alternar dulce y salado. De otro modo, impulsados por el afán de la lectura extrema, por hacer lo que nunca nadie ha hecho antes, acabaremos leyendo hasta el listín telefónico. Ah no, que eso ya no existe... Bueno, pero el esforzado señor Shea, si no lo ha leído entero, al menos ha logrado escribir un libro sobre él.