Las historias sobre enfermedad mental, o especialmente, la parte de esas historias en la que toca decidir cuándo una persona está cuerda o no, en función de la comparación que pueda hacerse con el resto de personas, es un tema que me aterra. Nada es más arbitrario que el criterio con el que en un determinado momento alguien puede decidir lo que es 'normal' frente a lo que no lo es. Y si situamos esta decisión en un contexto marcado por el peso brutal de las convenciones y el orden familiar como estructuras infranqueables (principios de siglo), el miedo a que este juicio subjetivo marque la expulsión de alguien de la sociedad cobra un peso mayor y se convierte en una verdadera pesadilla.
Maggie O'Farrell se ha atrevido a tratar este tema con la suavidad de un relato sin estridencias ni emociones desbocadas. La protagonista, Esme (Euphemia Lennox), es una anciana que ha vivido recluida en un centro psiquiátrico de Edimburgo desde su adolescencia: exactamente sesenta y un años, cinco meses y cuatro días. El cierre del centro lleva a los responsables del mismo a contactar con su familiar más cercano, Iris, la nieta de su hermana, que no sabe nada de su existencia.
Esme irrumpe así en la vida de la joven con la actitud quita y serena de quien lleva toda una vida resignada y apartada de todo. Detrás de este encierro hay una historia doméstica sin apenas relevancia... una adolescencia ligeramente rebelde, la incapacidad de su familia por entender estos pequeños matices de diferencia que marcaban su personalidad y tantos otros detalles que fueron suficiente para calificar a Esme de desequilibrada y apartarla así de la familia y de una vida normal... Para siempre.
La historia, sin embargo, ha dado un giro inesperado y la anciana mujer se ve ahora libre, con un pasado borroso y robado, una historia que explicarse y explicar, una edad que la lleva a estar fuera de toda reinserción y una conexión muy liviana con la poca familia que le queda.
Pero las historias no siempre son lo que parecen y la tranquilidad de Esme traerá consigo revelaciones y datos que completarán el mapa agujereado del pasado de Iris. Nada espera de este reencuentro y nada parece esperarle a ella, que se ve agobiada con una carga semejante sin saber cómo gestionarla. El choque entre la vida desarraigada de Esme y la vida llena de parches de su sobrina-nieta darán forma a este delicioso texto, tremendamente equilibrado, en el que la fuerza radica en las propia historia.
Con un ritmo mesurado y un enfoque marcado por lo emocional, la protagonista nos ofrece su propia evolución interior ante los hechos que le 'caen' encima. Vamos descubriendo con ella cómo encaja la llegada de Esme, qué obligación inexplicable la lleva a aceptar esta herencia inesperada y cómo va aceptando la presencia de una mujer que, decididamente, no está loca. El peso de esta idea, con toda su crudeza, basta para hacer de la novela de O'Farrell un territorio que merece la pena explorar.
Como decía al comienzo, el tema me aterra. La capacidad para decidir qué es lo normal y qué es patológico, cuando hablamos de emociones, sentimientos y la mente humana, me parece un poder desmesurado y pone ante nuestras narices la claustrofobia de cómo un diagnóstico de locura puede exterminar toda una vida. Así, limpiamente, sin estrépito y tapado por el oscuro velo de las convenciones sociales y los secretos de familia, una censura atroz es capaz de arrasar con quien no se adapta a un marco de convenciones infranqueable.
Su autora es todo un hallazgo, una joven escocesa que da forma a su cuarta novela con maestría y que es comparada con Katherine Mansfield por el 'Literary Review'. El libro destila una capacidad narrativa plena y mucha agudeza para la definición de los personajes, que van generando empatía con el lector y ganando así la implicación en sus páginas.
Lo recomiendo.