Revista Música

Led Zeppelin, Royal Albert Hall 1970

Por Alberto C. Molina

Led Zeppelin, Royal Albert Hall 1970

Dos fogonazos disipan la oscuridad. Las figuras abandonan las sombras para encaminarse una a una hacia la luz. No se trata de ningún Poltergeist. Al otro lado no hay médium, en todo caso alguna que otra joven rubia extasiada. Les recibe un  sinfín de gritos y aplausos, los focos se encargan de devolverles su naturaleza humana; recuperan sus rostros, sus facciones, sus perfiles. Aunque el espejismo es breve y no tardarán en convertirse en seres más cercanos a lo espiritual, con ese halo de semidioses que lucen cada vez que se encuentran en una situación semejante. Es como si fueran conscientes de que por cada uno de los pasos dados terminarían siendo considerados por muchos como la mejor banda de Rock ´n´Roll de todos los tiempos, cuando ya ni siquiera formaran una. Aquel público que abarrota el Royal Albert Hall de Londres lo sabe tan bien como ellos, y por este motivo no ha dudado en jalear a sus héreos desde que irrumpieran en el escenario.  El concierto del 9 de enero de 1970 comienza al ritmo que marcan las baquetas de John Bonham.

Eléctrico, electrizante batería, su sonido es el trueno que se interpone entre el relámpago y la tromba de agua. Su frenesí no cesa, la canción podrá ser más o menos agitada, pero él siempre tocará con la misma energía. Y así sucede con la primera, We’re Gonna Groove, no da tregua. Ni él ni sus compañeros John Paul Jones, Jimmy Page y Robert Plant. Éste último es su proyección más allá de los platillos; un nervio que se desata junto al pie de micro en forma de continuos requiebros vocales y aspavientos. Page y Jones son sus antítesis, o al menos lo parecen, pues cuando los acordes se suceden y encadenan hasta el infinito, sus manos hablan un lenguaje muy diferente del que enseñan sus rostros cuando no se ocultan tras las melenas, impasibles.

Tal es así que la segunda canción, I Can’t Quit You Baby, trae consigo la primera exhibición del guitarrista, alcanzando su nombre cada rincón del Royal Albert Hall en boca de Plant. Imposible seguir con la mirada ese ir y venir de dedos a lo largo del mástil de su Gibson Les Paul. Su intervención más sorprendente llega a continuación cuando hace uso de un arco de violín para continuar tocando la guitarra como si de un sintetizador se tratara. White Summer, What Is and What Should Never Be… una tras otra van cayendo las piezas del listado del concierto, pero de forma lenta porque los  solos de Page, de Bonham y las convulsiones de Plant las alargan hasta los quince y veinte minutos. Y a nadie le molesta, los espectadores no dejan de corear y agitarse contagiados.

A partir de Moby Dick vuelven a acortarse los tiempos, que no la intensidad como dejan claro con Whole Lotta Love, espectacular versión en directo, más psicodélica de lo habitual, y con Communication Breakdown, antes de que  ellos recuperen sus formas humanas y regresen a las sombras de donde salieron.

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Todo esto, amén de otras míticas actuaciones comprendidas entre 1969 y 1979 como la del Madison Square Garden de Nueva York, se muestra en Led Zeppelin, doble DVD lanzado en 2003.


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