La revista El Cultural dedica la portada de su último número (3 febrero 2017) a Carmen Laforet (Barcelona, 1921 – Madrid, 2004) y a su correspondencia, hasta ahora inédita, con la también escritora Elena Fortún (pseudónimo de Encarnación Aragoneses, Madrid 1886-1952) conocida sobre todo por su exitoso personaje de Celia.
Ya en páginas interiores, la periodista Blanca Berasátegui nos introduce en «un epistolario rico en matices, íntimo, literario, lleno de amor y espiritualidad», que se desarrolla a lo largo de cinco años. A pesar de la diferencia de edad (treinta y cinco años), se establece entre ambas una intensa relación de la que estas cartas son testigo y a la que podemos asomarnos gracias a la obra De corazón y alma (1947-1952). Este libro, que recoge el intercambio epistolar entre ellas, acaba de ser publicado por la Fundación Banco Santander. En su página web, parece reseñado así:
En De corazón y alma (1947-1952) hallamos un testimonio único e inédito hasta la fecha: la correspondencia de dos escritoras de excepción, dos mujeres entregándose hasta el fondo de su alma; dos pioneras, cada una en su generación, defensoras de la libertad de la mujer para ser y sentir con cada una de sus palabras.
Estamos ante un libro revelador como pocos, trenzado de cartas que rebosan hondura y verdad por sus cuatro costados, y que nos llevan de la duda a la certeza, de la alegría a la tristeza y de la literatura a la vida.
Cristina Cerezales y Silvia Cerezales, hijas de Carmen Laforet y escritoras, narran en sendos prólogos el valor extraordinario que para su madre, lectora admirada de Celia, tuvieron estas cartas que cruzó con la periodista y escritora Encarnación Aragoneses desde 1947, año de Nada y el Nadal, hasta la muerte de Elena Fortún en 1952.
Prologa también el volumen Nuria Capdevila-Argüelles, catedrática de Estudios Hispánicos y de Género en la Universidad de Exeter (Gran Bretaña), que junto a María Jesús Fraga se encargó de la selección de obra de Elena Fortún y Matilde Ras para la antología El camino es nuestro (Colección Obra Fundamental, 2014).
El Cultural, como decíamos, nos avanza algunos retazos de ese epistolario. Ofrece, entre otras, una carta escrita por Elena Fortún el 29 de diciembre de 1951, desde un sanatorio de la provincia de Barcelona. En su escrito, expresa una actitud de conformidad ante la muerte, que presiente cerca: “Hay que morir de lo que sea … de la enfermedad de la muerte que decía Santa Teresa”. Líneas más arriba, había recomendado a su amiga un plan de lectura:
«Lee si puedes a Santa Teresa. Primero su vida, luego las fundaciones al mismo tiempo que las cartas por orden cronológico».
Sin embargo, hemos de decir que la autora de Nada, que tenía treinta años cuando recibía este mensaje, se había acercado a la obra teresiana hacía ya bastante tiempo. No en vano, a los dieciséis años, señalaba como su libro preferido la obra cumbre de la santa, las Moradas, y lo justificaba en estos términos:
«…porque me ha hecho pensar más que ningún otro. Ahora, ampliando esto digo: porque me ha hecho soñar como ninguno, porque al terminar su lectura siento como nunca el deseo de ser mejor, porque su estilo fácil y sencillo, y la sana alegría que alienta en sus páginas tratando de cosas tan sublimes, me encantan».
Curiosa coincidencia: en diciembre de 1951 (fecha de la carta de su amiga Elena) Carmen Laforet vivirá lo que ella calificó como su “conversión”, una experiencia de gracia inaudita que luego aparecerá reflejada en una vivencia similar de Paulina, protagonista de su novela La mujer nueva (1955):
«De repente, sintió como una llamarada de felicidad… Mucho más que eso. Lo que sentía no cabe en la estrecha palabra felicidad: gozo.
Por primera vez en la vida, Paulina supo lo que es el gozo. Algo sin nombre le había ocurrido, le estaba ocurriendo fuera de toda la experiencia de cosas humanas que le hubiesen sucedido en su vida…
Como si un ángel la hubiese agarrado por los cabellos y la hubiese arrebatado hasta el límite de sus horizontes pequeños de siempre, y hubiese abierto aquellos horizontes, desgarrándolos y enseñándole un abismo, una dimensión de luz que jamás hubiese sospechado… La dimensión de la vida que no se encierra en el tiempo ni en el espacio y que es la dorada, la arrebatada, la asombrosa, inmensa dimensión del Gozo. El porqué del Universo. La Gloria de Dios. El Gozo.
Jamás Paulina, hasta entonces, había entendido el Cielo».
Cartas surgidas de la intimidad, y destinadas a cultivarla. Será un privilegio adentrarnos en ellas.