Revista Cultura y Ocio
“Trópico de Cáncer” (1934), para muchos la gran novela de Henry Miller (Mario Vargas Llosa, “El nihilista feliz” en “La verdad de las mentiras”), es un libro que empieza pareciendo una cosa y afortunadamente termina siendo otra.
Luego de leer el primer cuarto nos parece estar frente a un libro de anotaciones de escritor, fragmentario y caótico, de reflexiones escritas al calor de las vivencias marginales de Miller con sus amigos en el Paris de esos años. Desfilan por estas páginas un ejército de personajes que cuesta terminar de dibujar, al igual que las historias son poco nítidas y abundan las anotaciones al margen un tanto caprichosas. Es un artefacto literario que va de lo lírico a lo ensayístico.
Me animo a afirmar que es entre las páginas 80 y 90 (Ediciones Club Bruguera, Barcelona.1980. 347 páginas) cuando se empieza a perfilar más claramente la senda por la que transita el resto de esta obra. Los episodios, cuadros, escenas, se hacen más claros, al tiempo que el perfil de los personajes se va tornando más identificable. No desaparece ni lo lírico ni lo ensayístico pero emerge con claridad la dimensión narrativa.
A partir de este momento se suceden, entre otros, los siguientes episodios:i) la del camionero ruso distribuidor de herbicidas, Serge, que le ofrece pagarle a Henry con techo y comida las clases de inglés; ii) la de los indios Nanentetee y Kepi que prácticamente esclavizan a “Endri” por una cama y algo de comida de dudosa calidad (mantequilla rancia, pan duro, leche agria y queso enmohecido). En esta historia se puede incluir el episodio del seguidor de Ghandi al que encomiendan a Henry que lleve de putas y termina con el escándalo del sorete en el bidet del lupanar; iii) la de sus amigos con pretensiones de escritores, Carl y Van Norden, que trabajan en una oficina como correctores de textos. Incluye ésta las escenas del affaire de Carl con la americana rica Irene, las relaciones con putas varias de Van Norden, la muerte del infeliz de Peckover (corrector, compañero de trabajo de sus amigos) y el ingreso en su reemplazo de Henry a la oficina; iv) la relación de Henry con Tania, la rusa, cuando ella estaba lejos de Sylvestre, su pareja.
Miller se propone terminar con el mundo, “meter una bomba por el ojo del culo a la creación y hacerla saltar por los aires”, para dejar lugar a los sentidos. Para quien escribe estas líneas está claro que Miller se sentía parte de algo fundacional. Miller tenía un objetivo superior: dar a conocer su revulsiva visión del mundo. A lo largo de las páginas nos habla, entre otros, de Matisse, Papini, Whitman, Goethe, Dostoievisky, Shakespeare y el Dante. Nos marca referentes porque hay un proyecto literario en Trópico de Cáncer. Hay en Miller un proyecto literario y algo más. “Hemos elaborado una nueva cosmogonía de la literatura Boris y yo. El último libro...Vamos a agotar el siglo. Después de nosotros, ningún otro libro...durante una generación por lo menos”. (Pag. 35).
Cuando Miller escribe “Trópico de Cáncer” hacía unos años (entre 1921 y 1926) que habían pasado por Paris Hemingway y sus amigos de la Generación Perdida (Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, Ezra Pound) que él mismo retrataría en “Paris era una fiesta” recién en 1964, pero faltaban casi trés décadas para que tuviera lugar la bohemia que Cortázar nos describe en Rayuela casi simultáneamente con la crónica de Hemingway (1963). Es, sin dudas, interesante leer esta novela en clave de esa trilogía parisina.
Dos anotaciones a pie de página. Primera anotación: pegarle una mirada al Diario de Anaïs Nin (Volumen I: 1931-34. RBA Libros. Barcelona, 2009) la amante parisina que lo cautivó a Miller, en el que cuenta sus visión sobre esos años y la relación a tres bandas que mantuvo con este y su mujer June (sobre el que se basa la famosa película de 1990 “Henry y June”). Dice Anaïs “Henry es como un animal mítico. Su estilo es llamativo, torrencial, caótico, traicionero, peligroso. Nuestra época necesita violencia. Me gusta la firmeza de sus estilo de escritor, esa horrible fuerza, destructiva, valiente, catártica. Esa extraña mezcla de adoración por la vida, entusiasmo, interés apasionado por todo, energía, exuberancia, risa y repentinas tormentas destructoras. Me desconcierta. Todo lo lanza lejos y a estallidos: la hipocresía, el miedo, la mezquindad y la falsedad. Es una afirmación del instinto. Emplea la primera persona, nombres reales; repudia el orden, la forma y hasta la ficción misma. Escribe con la falta de coordinación con que sentimos, a varios niveles al mismo tiempo” (Pag. 16).
Segunda anotación. Es posible que cierto exceso y regodeo con la temática sexual haya quedado demodé y parezca hoy algo gratuito pero no hay que descontextualizarlo y tener en cuenta que ese elemento que tenía una centralidad en ese relato fue tan revulsivo que determinó su censura en Estados Unidos hasta casi tres décadas después de su publicación en Francia (1961).
¿Cómo leer a Miller? Si es posible en voz alta porque lo que escribe tiene música (inclusive su traducción). Miller es muy oral. Si tienen dudas de esto prueben con el párrafo transcripto a continuación:
“Día y noche pensaba en ella, incluso cuando la engañaba. Y ahora a veces, e medio de los acontecimientos, a veces, cuando me siento absolutamente libre de todo eso, de repente, al doblar una esquina quizá, aparece una plazuela, unos cuantos árboles y un banco, un lugar desierto donde nos paramos a discutir, donde nos trastornamos mutuamente con amargas escenas de celos. Siempre un lugar desierto, como la Place de l’Estrapade, por ejemplo, o esas calles sucias y sórdidas por los alrededores de la Mezquita o a lo largo de esa tumba abierta de una Avenue de Breteuil que a las diez de la noche está tan silenciosa, tan muerta, que te hace pensar en el asesinato o en el suicidio, en cualquier cosa que pudiera crear un vestigio de drama humano. Cuando comprendo que se ha ido, que quizá se haya ido para siempre, un gran vacío se abre y siento que voy cayendo, cayendo, cayendo en un espacio profundo y negro. Y eso es peor que las lágrimas, más profundo que el remordimiento o el dolor o la pena; es el abismo a que fue arrojado Satán. No hay modo de volver a trepar, ni un rayo de luz ni el sonido de una voz humana ni el humano contacto con una mano.Cuántos miles de veces, al caminar por las calles de noche, me he preguntado si llegaría de nuevo el día en que ella estaría a mi lado: todas las miradas anhelantes que dediqué a los edificios y estatuas, los había mirado tan ansiosa, tan desesperadamente, que ahora mis pensamientos deben de haberse convertido en parte integrante de los propios edificios y estatuas; éstos deben de estar saturados con mi angustia. Tampoco podía por menos de pensar en que, cuando habíamos caminado uno al lado del otro por aquellas calles sórdidas y sucias tan saturadas ahora con mi sueño y anhelo, ella no había observado nada, no había sentido nada: eran como cualesquiera otras calles para ella, un poco más sórdidas tal vez, y nada más. No recordaría que en cierta esquina yo me había detenido para recoger su horquilla ni que, cuando me agaché para atarle los cordones, se me quedó grabado el lugar en que había descansado su pie y que permanecería allí para siempre, incluso después de que se hayan demolido las catedrales y de que haya quedado barrida para siempre jamás toda la civilización”. (Pags 197 y 198).
Sin duda esta novela ayuda a fundar una tradición literaria, la de la Gran Novela americana en la que se inscriben autores como John Dos Passos, John Updike, Scott Fitzgerald, Henry Bukowsky, Phillip Roth.
Por todo esto es inexcusable su lectura.Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".