Revista Cultura y Ocio

Leer en soledad

Por Mientrasleo @MientrasleoS
Leer en soledad
     Si algo tiene la experiencia de leer es que es una experiencia solitaria. No nos engañemos diciendo que conocemos mundos, que viajamos, que hacemos amigos y odiamos villanos. Y tampoco nos enamoramos. Leemos, y lo hacemos en silencio, solos, ajenos al mundo que nos rodea y siendo simple observadores de aquel en el que nos sumergimos. Estamos solos, sí. Es un lugar privado al que accedemos por propia voluntad sin saber el resultado y del que muchas veces, para qué vamos a decir lo contrario, no salemos ilesos.
     Porque sucede que hay ocasiones en las que nos cruzamos con la mirada del escritor durante esa fracción de segundo en la que cogemos aire y descubrimos que esa frase leída mil veces, estaba ahí escrita para nosotros.
     Dicen, juraría que fue Carlos Castán, que la biografía más sincera de un lector se encuentra en ese estante privado que sólo contiene aquellos libros cogidos con mimo y leídos en silencio, de los que no se habla. Que en ellos, como si fuera un diario, quedan las emociones de quien los leyó en su día y que reflejan sus pasiones y sus desamores, sus temores y sus dudas jamás expresadas. Y todas ellas, las compartió con un desconocido que tal vez se quedaba hasta las dos de la mañana escribiendo mientras buscaba las horas de silencio. O acaso era por las mañanas, con un café a su lado que se iba enfriando mientras daba un paso atrás para contemplar su historia como si de un cuadro se tratara. Él y solo él será el testigo mudo,  que no presente, de la frase que nos golpea el pecho recordando un momento pasado o anticipando lo que aún no hemos vivido. Y allí estamos nosotros, delante del libro, en silencio, aislándonos de forma consciente de todo lo que nos rodea y limitando nuestro mundo al lugar en el que estamos sentados. O ni eso, porque al levantar la vista con un dedo entre las páginas, tardamos dos parpadeos en recordar el lugar en el que nos encontramos. Somos como esas personas que, hartas de tanto viaje y tanto hotel, hay días en los que no saben por qué lado de la cama han de levantarse ni dónde se encuentra la ventana de su habitación. Y todo nos es ajeno. Y somos ajenos a todo, porque aún seguimos dentro del libro, y nadie más ha sabido acompañarnos ni tampoco hemos querido compartir el viaje. Son viajes privados, experiencias jamás compartidas en las que, si acaso al recomendar un libro, abrimos la puerta al viaje de otros sabiendo que jamás serán como el nuestro. Y nos decepcionan si no les causa el mismo impacto y más aún si resulta que su experiencia se asemeja demasiado a la nuestra. Como si precisamente por ello, nos hubieran robado un secreto. Son esos libros a los que no acudimos por puro entretenimiento y que olvidamos pasados dos o tres meses, no con estos. Estos permanecen en la memoria y tememos hacer una relectura igual que el hombre enamorado jamás relee una carta de amor enviada diez años antes. Por si acaso ya no es igual, por no estropear el recuerdo, por no cambiarlo y que deje de ser nuestro. Esos son los que nos convierten en verdaderos lectores.
     Y ahora, cuando estáis ya pensando que esos libros sólo son capaces de encogernos el alma y hacernos soltar una lágrima, es cuando recuerdo los que me hicieron reír a traición, en el momento más insospechado con cualquier excusa pueril escrita al descuido. Esos que aprietan la tecla justa en un día gris, o que nos pillan cuando vemos el mundo en tonos rosados y comparten con nosotros esas pequeñas alegrías que nos acompañan. esos también existen, quizás menos, ya se sabe que es más difícil conseguir hacer reír que llorar. Por eso tampoco los compartimos. Y jamás se nos ocurre leer en voz alta el pasaje dueño de nuestra risa, porque ya lo hicimos una vez y nadie lo entendió, porque estaba colocado allí justo para nuestros ojos.
      La lectura es un acto que se disfruta en soledad. Eso es lo que lo convierte en una pasión para el lector. Porque la belleza, la de verdad, la que importa, siempre ha residido en los ojos que miran. Y los ojos sinceros y las pasiones, no necesitan testigos. Tan solo hacen falta, las páginas de un libro.
     Y vosotros, ¿buscáis la soledad para leer?
    Gracias y Feliz Semana Santa.  Retomamos el lunes.

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