Evitamos pensar en ello, pero la muerte es una realidad de la que resulta imposible escapar. La idea de nuestra propia mortalidad es difícil de digerir, pero al fin y al cabo, una vez desapareces -cuando te conviertes "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada", como decía Góngora- qué más da todo. Lo verdaderamente duro es la muerte de los demás, de aquellos a quienes amas. Nada, ni la enfermedad más larga, ni el diagnóstico más sombrío, te prepara nunca para eso. Te enfrentas entonces al abismo, a un inmenso vacío imposible de llenar. Este dolor, este largo proceso de duelo es además totalmente individual, incomunicable. Es un camino que sólo tú puedes hacer. Como dice Julian Barnes "es banal y a la vez único". Cuando Barnes perdió a su mujer, Pat, hace unos años, quedó devastado. Llegó a pensar en el suicidio. Afortunadamente, recordó a tiempo que si él también moría, morirían con él los recuerdos de la vida conjunta de ambos, del amor, de la complicidad. Debía vivir, pues, para que ella siguiera viva, aunque fuese sólo en su memoria. Y para escribir un libro como Niveles de vida (Panorama de narrativas)">Niveles de vida, una obra sobre el dolor y la pérdida estremecedora y memorable..
"Si ella estaba en algún sitio era dentro de mí, interiorizada. Esto era normal. Y era igualmente normal- e irrefutable- que no podía matarme porque entonces también la mataría a ella. Moriría por segunda vez, y mis luminosos recuerdos de ella se perderían en la bañera enrojecida. De este modo, al final (o, por el momento, al menos) quedó zanjado el asunto. Y también la cuestión más amplia, pero relacionada: ¿cómo voy a vivir? Debo vivir como ella habría querido que viviera."
Tal como dice Barnes, los amigos pueden tener la mejor voluntad del mundo, pero a menudo no son la solución. Unos son demasiado solícitos, otros se empeñan en rehuir hablar del fallecido, otros se muestran demasiado prácticos ("Te conviene hacer esto o lo otro"). Y el afligido no sabe lo que quiere o necesita, pero sí sabe lo que no. En palabras de otro doliente, C.S. Lewis:
“Percibo cómo los demás, cuando se aproximan a mí, intentan decidir si me 'dirán algo sobre eso' o no. Odio que lo hagan, y odio que no lo hagan."
Para momentos así están las lecturas donde otro ser humano, con un dolor seguramente muy distinto y en una época también distinta, ha volcado su trayectoria por "los trópicos de la aflicción". Como lo hace Julian Barnes, como lo hizo Una pena en observación (Panorama de narrativas)">C.S. Lewis en Una pena en observación, o El año del pensamiento mágico (Palabra de Mujer)">Joan Didion en El año del pensamiento mágico. Lecturas que ayudan, que acompañan. Escritores que tienen el don -valiosísimo para los que se debaten en un dolor que cuesta explicar- de darle voz a la pérdida. De darnos la mano para atravesar ese territorio oscuro y desconocido.
"La aflicción resulta ser un lugar que ninguno de nosotros conoce hasta que llegamos a él."
Una vez más, leer puede ser la salvación.