Dejarse llevar por la historia es uno de los grandes placeres de la lectura. Pero, una vez saciado el hambre por saber qué ocurre en ella, sólo diseccionando el texto, rebuscando en él, se saca el máximo partido de una obra. Sin este análisis, no es posible comprender a fondo un texto. Aún así, es frecuente que los escritores se sorprendan al ser conocer las interpretaciones que hacen los críticos sobre el significado de tal o cual suceso o personaje en su obra. Los textos parecen encerrar más carga significativa que la que el autor conscientemente ha puesto en ellos. Hasta cierto punto.Hace poco tuve oportunidad de hojear un artículo académico titulado "Una lectura poscolonialista de Mansfield Park". Les recuerdo que, en esta novela de Austen, el padre de la familia que acoge a la protagonista tiene propiedades en Antigua, a las que debe viajar durante un tiempo para ocuparse de algunos problemas que han surgido allí. Esto -y no en muchas más palabras de las que yo he empleado aquí- es todo lo que la autora dice al respecto. Pues bien, de esas pocas frases hay quien es capaz de sacarse de la manga todo un tratado sobre la esclavitud en las colonias británicas a finales del XVIII, su situación social y laboral, las opiniones de Jane Austen sobre la trata de esclavos... para acabar prácticamente concluyendo que la obra toda ella gira en torno a la opresión colonial que ejerce el Imperio sobre los países oprimidos. Ahí es ná. Como lectora de Mansfield Park, resulta inevitable preguntarse si estamos hablando del mismo libro. Cuanto más reputado el autor, más peligro corre de sufrir este tipo de análisis descabellados. Shakespeare, por ejemplo. Un interesante artículo en la revista del Smithsonian gira en torno a su relación con los descubrimientos científicos de su época. Se trata de saber si el bardo era consciente de estar viviendo en una era de gran efervescencia científica y de si en sus obras puede encontrarse algún rastro de ello. Según Dan Falk, autor de The Science of Shakespeare, sí. En su libro, imagino, dará argumentos para corroborarlo y no soy quién para discutírselo. Pero lo que me ha llamado la atención es que menciona a un tal Peter Usher, astrónomo, quien ha desarrollado una compleja teoría sobre Hamlet. Para él, la obra es una alegoría sobre tres diferentes cosmovisiones: la antigua cosmovisión ptolemaica, con la Tierra como centro del universo, la nueva visión de Copérnico y la de Tycho Brahe. Para Usher, los personajes que aparecen en Hamlet personifican a diversos astrónomos y matemáticos. Así, Claudio -el malvado tío que ha matado al padre del príncipe para casarse con su madre-, que lleva el mismo nombre que Ptolomeo, representa a este astrónomo griego y a su teoría sobre el cosmos. Hamlet, por su parte, sería Thomas Digges, un copernicano de pro. Las teorías de Tycho Brahe, por su parte, estarían encarnadas por Rosencrantz y Guildenstern. Y ya tenemos un Hamlet astronómico. Prueba de que, buscando bien y retorciendo convenientemente el texto, se puede encontrar casi cualquier cosa. Lamentablemente, nunca podremos saber con total exactitud qué pretendía decir Shakespeare, pues ya no está para aclararlo.
A saber si no estaba pensando en la rotación de los astros