Revista Literatura
El viaje comenzó al otro lado del espejo, una voz aguda y familiar me dijo: ven, ven. A continuación, no atendí la advertencia de Sancho y mi cuerpo rodó maltrecho después de que los brazos de los gigantes se transformaran en aspas de molino. Don Quijote cayó a mi lado, orgulloso y enrabietado, sin poder creer lo que contemplaba; reímos cuando nuestros ojos se cruzaron. Junto a Luciano me colé en las fiestas del París más lujoso y exquisito, el París de las grandes ilusiones perdidas. Brindamos de madrugada, sedujimos a las mujeres más hermosas y tuvimos que escondernos de los maridos intoxicados por los celos, dispuestos a todo con tal de mantener a salvo su honor. Don Camilo me invitó a sentarme a su lado, en la mesa con tablero de mármol, cerca de la barra. Un café y un suizo, le indicó al camarero con aspecto de carcelero. Los hampones de los versos, los novelistas escuálidos y los gacetilleros de media pluma narraban sus épicas gestas inventadas, sus relaciones imposibles y sus glorias por venir. Ya de madrugada, cuando quise abandonar el establecimiento, el camarero con aspecto de carcelero me agarró de un brazo y me condujo hasta la trastienda: ve pagando ya, y sin dar un ruido, me dijo. Miré hacia la mesa y don Camilo había desaparecido como por arte de magia. Me gustaría pesar un sueño, me dijo Paul; quisiera pesar las palabras, dije yo. Yo he pesado el humo, que pesa lo mismo que el silencio de las palabras, respondió. Afuera, Nueva York se desperezaba con violencia de taxis que forman arterias amarillas y rascacielos que se enfrentan al cielo y a la gravedad. Las ventanas abiertas de Manhattan, justo enfrente, nos guiñaban. He conocido las islas más recónditas del Pacífico, he cazado osos polares, me he perdido en el interior de una pirámide, unos peligrosos terroristas secuestraron el avión en el que viajaba rumbo a Bangkok, he compartido mis tardes con Teresa y cinco horas con Mario, he bailado en salones de mil espejos, he vendido vitaminas a domicilio, podría pasear por Barcelona sin haber estado nunca, sé que Las Afueras son ese punto del Mapa sin determinar y he escuchado el corazón del trapecista antes de saltar al vacío gracias a las emociones, a las vidas, a las historias, que he encontrado en los libros.Como Alicia, crucé la imaginaria frontera del espejo, e inicié este alucinante viaje en el que se ha convertido mi vida gracias a la Literatura. La envidia, la necesidad de inventar/mostrar mi propio mundo, la alargada sombra de los autores más admirados, tomaron mi mano un buen día y me trasladaron al paraíso de las ideas escondidas. Un paraíso alucinante y desordenado, un festín de formas y sombras, un baile sin máscaras, una canción que se te cuela y que ya jamás puedes dejar de tararear. La Literatura es un veneno muy contagioso; una forma de entender la vida que puede llegar a ser esclavista, adictiva y malvada, pero que, sin embargo, te reporta momentos de gran felicidad. Tal y como me ha sucedido con los personajes creados por mis autores preferidos, he sentido el vacío de la despedida, el ahogo del adiós, cuando he vislumbrado que estaba a punto de concluir una novela. He llegado a mantener una relación estable e íntima, de varios meses, de años, con mis personajes, los he criado y recreado, los he tratado de dirigir desde el teclado, pero ellos siempre adquieren autonomía propia, se emancipan y conquistan la isla de las ideas escondidas. Personajes que han sido mis amigos, mis confidentes, mis consejeros; amigos vestidos de palabras de los que me ha costado despedirme. A algunos de ellos he engañado, y les he prometido resurrecciones futuras que jamás llegarán. La Literatura, desde cualquier lado del espejo, desde dentro o desde el cielo, siempre es un viaje alucinante, incierto y maravilloso. Entregamos el billete de ida, pero, muy pronto, perdemos el de vuelta por ese agujero del bolsillo que no queremos coser. Inmerso en el viaje, te asomas alucinado a la ventanilla y ves las ciudades pasar, los ríos, las nubes, las montañas, las vidas que llegas a sentir como propias. La Literatura, a un lado u otro del espejo, es un viaje imprevisible por un río de corriente alterna, un río que te domina y guía, que te acompaña, y que desemboca en ese gran corazón donde laten todas las palabras, todas las historias, todas las emociones.