

“Igual que un barco de vapor es incapaz de ponerse en marcha sin carbón, lo mismo le sucede a un poeta: no es nadie sin el frenesí mental causado por una buena subida repentina de sangre a la cocorota. Si, por alguna circunstancia, no consiguen que eso suceda, inmediatamente se convierten en seres corrientes y molientes sin otro quehacer en la vida que el de comer y quedarse de brazos cruzados mirando al techo”
Sōseki, Natsume. Soy un gato (2010)El gato sin nombre que habla y habla por los codos, ¡hasta de los poetas habla!. Pero lo hace para nosotros, los lectores, y no para sus dueños. De ellos, eso sí, lo sabemos todo porque el gato nos explica el carácter, los hábitos, la vida y a su vez el reflejo de la sociedad japonesa de principios del S.XX. Una sociedad de la era Meijei con su filosofía de vida y sus contradicciones. El maestro amo del gato, el vecino empresario o el cómico. Sus charlas, sus trifulcas y la ironía que es capaz de captar el felino y relatar de la mejor manera posible. Un libro editado por Impedimentade manera brillante y traducido a cuatro manos por Fernando Cordobés y Yoko Ogihara. Casi 700 páginas que la sumergen a una en la historia y hacen que la viva a través de la mirada del felino. Primer libro publicado por Sōseki en 1905, brutal descripción de la sátira burguesa de la época relatada por un sin nombre famoso en el vecindario. De esos libros que terminan y necesitas que siga explicándote, que no acabe nunca.“Los gatos observan durante horas las criaturas, las actividades y las acciones que les resultan desconocidas. Si alguien hace una cama, barre el suelo, prepara o deshace una maleta, cose, hace punto…, lo que sea, ellos miran. Pero ¿qué verán? Hace un par de semanas, la gata negra y un par de gatitos permanecieron en medio de la habitación contemplando cómo yo cortaba una tela. Observaban el movimiento de las tijeras, el de mi mano, la forma en que yo amontonaba los retazos. Estuvieron absortos toda la mañana. Pero supongo que no ven lo que nosotros nos imaginamos. ¿Qué verá, por ejemplo, la gata gris cuando contempla media hora las motas de polvo en un haz de luz? ¿O cuando mira cómo se mueven las hojas del árbol al otro lado de la ventana? ¿O cuando alza la vista hacia la luna por encima de las chimeneas?”
Lessing, Doris. Gatos ilustres (2016)Doris Lessing creció y se crio en una granja africana, paraje que le concedió la vida para descubrir y amar el carácter loco y aventurero de los gatos. En 1967 escribió la novela-autobiográfica Gatos ilustres y llegó a mis manos en su magnífica reedición de este año por Lumen. Digo magnífica porque es un libro de colección con encuadernación brillante e ilustraciones interiores de Joana Santamans. Narra las vidas gatunas que pasaron por sus años humanos. Sus primeros gatos en la granja, los salvajes. Sus gatas en Londres, su ir y venir, su criar, su observar. Su mirar con detenimiento las palomas, las motas de polvo, el movimiento de la luz. Ese ensimismamiento de los gatitos, que sabes que miran más allá. Que no solo ven donde apuntan nuestros ojos, ellos ven a través. Segura estoy y Lessing lo narra de manera mágica, como solo ella sabe hacerlo.“Ser capaz de este todo,
tener la vocación de este abandono,
la ausencia del gato,
la maravilla dormida de un felino al sol,
y el hueso de la músicametido en las entrañas.”
Jaramillo, Darío. Gatos (2005)Este poeta colombiano escribió en 2005 un poemario, para la editorial Pre-textos, dedicado a los felinos. Un conjunto de versos sobre la divinidad de los gatos, sobre su silencio, su danza en la oscuridad. Seres enviados para ayudar a los humanos, para darnos paz, para aportarnos la música que nos enseñe a estar solos, como ellos. Tras leer este Gatos, una afirma en cada verso con la cabeza y no tiene dudas en decir que Jaramillo es su poeta gatuno.
Tres títulos, reseñados brevemente, por si algún gatuno en la sala no sabe qué pedir a los Reyes Magos. Para mí es siempre una delicia poder leer historias que incluyan a estos animalillos en sus líneas. Páginas donde una vibre con el ronroneo, sienta su roce en las piernas, su caricia en la cara, esa mirada que te habla y te dice bien flojito: todo lo entiendo. Acaba el 2016 y Vic ilumina mi mirada, tras la gran tragedia. Hay que instruirla para que sea junto a mí una gran lectora, tejedora, ronroneadora… porque la mirada de que todo lo entiende ya la tiene.
