Revista Opinión

Legado de amor

Publicado el 11 diciembre 2019 por Carlosgu82

Mientras escribo estas líneas, algo así como una carta de amor, escucho el viento agitar las ramas del viejo roble que chocan contra mi ventana, a veces parece que quisiera romper los cristales para arrebatarme la pluma con la que plasmo mis sentimientos hacia ti. Quizás celoso de mi dicha o furioso por su incapacidad para hacerlo él. De vez en cuando, un alarido de dolor se cuela por alguna rendija de mi vieja mansión, y en su eco los cantos de sirena resuenan como palabras que hipnotizan. ¿Cómo llamarías tú al sonido de las olas cuando retroceden acariciando con dulzura la arena blanca de la playa? Escríbeme y cuéntamelo. Cuéntame de esa manera tan tuya, colocando las palabras como estrellas luminosas, una detrás de otra, íntimas, nuestras, sin estorbarse en un cielo límpido como un lienzo hecho para ti. Cuéntamelo a tu manera. Ya sabes lo que quiero leer.

Cada día te quiero más, cuando afirmo lo que afirmo bajo estas circunstancias nuestras tan complicadas. Y te quiero con este amor poderoso que poseo, el más elevado de todos los sentires, pues desde las más negras sombras, te quiero.

Y te quiero mientras escucho nuestra canción del otoño que muere, aunque no sepa aún cuál es y por ello tenga que escuchar tantas, hasta que el último sonido se agota, hasta que la última nota deja de resonar en el silencio de mi habitación. Siempre así, siempre igual, sin remedio, sin bendiciones, sin que me proteja ley alguna, te quiero.

Y lo hago diga lo que diga el destino, Dios, la vida, o todos los envidiosos e hipócritas de entumecida frente encogida, esos, aquellos a quienes sus necias aspiraciones proteccionistas de la moral obligan a mantener el respeto bajo palio. Te beso donde quiero, y te toco y me pego a ti, a tu cuerpo encendido allí donde el mío reclama tu calor. Que repudien, si así lo desean tal demostración de amor, como si nunca se hubieran amado dos enamorados de la manera en que tú y yo nos amamos.

Escucha, mi vida, te lo digo hoy, mañana y siempre, en primera persona, alto, claro, sin adornos, asomado a la luz de tu ventana, mientras tú, ajena lees mis palabras en ese portátil que tan dulcemente reposa sobre tus piernas. Y yo, fuera, batiendo las alas te observo extasiado. Te quiero niña de mis ojos, y te voy a querer siempre, estés o no estés, estés aquí o en la China, en tu cama o en la mía, en mi pensamiento, entre mis brazos o junto a mi pecho. Porque te quiero de verdad, con las entrañas, con el alma. Te quiero con ganas, con delirio, con ansias, sin vergüenza, con las manos abiertas, con los labios prestos, con la piel preparada.

Te quiero, mujer perfecta, musa de mis artes, abarloado a tu boca todo yo entero, así te quiero. A veces de manera egoísta, absurda, desesperada, solo para mi; otras, porque simplemente te quiero. Hasta serenamente lo hago. Te quiero cuando te lo susurro, cuando me lo susurras tú, cuando nos enfadamos, cuando nos reconciliamos, cuando no estás, cuando vienes o te vas, te quiero siempre.

Te quiero.
Y aquí lo dejo escrito, mientras sobrevuelo tu ventana y te veo dentro, para que pasados mil años, o dos mil, o cinco mil quinientos si me apuras; cuando el mundo de ahora solo sea un recuerdo vago en los libros de arqueología, una sombra, polvo, cenizas…, para que esas generaciones futuras entiendan como te amé un día cuando el mundo aún era joven y tú y yo vivíamos en él.


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