Hasta ahora las sociedades democráticas occidentales habían venido gozando de un derecho fundamental: la presunción de inocencia. Esto se resumía en una frase que la gobiernos nunca habían mostrado por pudor democrático pero que el mundo del cine nos ha enseñado en innumerables ocasiones: todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero esto no es para nada cierto: si tienes un negocio y pones la radio, si eres profesor y haces representaciones teatrales en clase o si tu pueblo hace una conmemoración histórica, unos tipos de la SGAE se arrimarán para sacar tajada. No es que en este blog estemos en contra de que cada cual se gane la vida lo mejor que pueda, sino que nos parece ruin que una sociedad de autores sin autoría trate de aprovecharse del trabajo de otros para que sus liberados vivan de lujo sin trabajar.
Recentrándonos en el tema, cualquier hijo de vecino que se sienta agredido u ofendido por un tercero tiene todo el derecho para acudir a un juzgado y denunciar a su presunto ofensor (a pesar de lo que digan los diez mandamientos, no estamos obligados a perdonar a nuestros ofensores) . Eso sí, el denunciante está obligado a presentar las pruebas que defiendan su tesis, y en caso contrario se puede enfrentar a una demanda por calumnias. Sin embargo la sgae goza de un extraño fuero que parece un privilegio medieval conservado desde tiempos inmemoriales: cuando ellos denuncian no tienen que demostrar nada, y es el acusado el que tiene que demostrar su inocencia.
Es decir, si eres denunciado por ramocín, él no tendrá que demostrar nada, su palabra irá a misa, mientras tú deberás estrujarte la sesera pare desmentir tal bellaquería, so pena de ser condenado a una fuerte multa, aunque estés disfrutando de una melodía compuesta en tu tiempo de ocio e interpretada a la flauta por tu sobrino. Así nos va en esta quema de brujas del siglo XXI: todo aquel que disienta o que no disfrute con salsa rosa u otros gallineros al uso estará en el punto de mira de la sgae. www.alfonsovazquez.com
antropólogo
foto: El juicio final (el Bosco)