Menuda está cayendo ahora sobre el Tribunal Constitucional. Una vez más, se pone de manifiesto que la justicia en el Estado español es un coto cerrado de los partidos políticos, concretamente de dos, que no sólo mueven los hilos de un poder, que se presupone independiente, sino que incluso designan a sus protagonistas, según su afinidad ideológica, y éstos se limitan a interpretar un papel pactado, cuyo guión escriben PSOE y PP, en función de sus intereses y estrategias.
No deja de ser curioso que dos formaciones políticas supuestamente enfrentadas estén, en cambio, de acuerdo en legitimar un Tribunal, en el cual cuatro de sus magistrados, con voz y voto en materias tan sensibles como el Estatut de Catalunya, continúan ejerciendo tan campantes, pese a que su mandato ha caducado. Increíble pero cierto. Claro que el PSOE ya sumó sus votos a los del PP en el mes de marzo para rechazar en el Congreso una iniciativa que abogaba por limitar estas situaciones de interinidad.
La Carta Magna, en su artículo 159, establece un periodo de ejercicio de nueve años para los miembros del Tribunal Constitucional, que se renovarán por terceras partes cada tres, y añade que las magistradas y magistrados “serán independientes”. Dan ganas de reír, pero en realidad es para llorar. Quienes se presentan como adalides de la Constitución para negar, por ejemplo, el derecho a decidir, son los primeros en incumplirla, y lo hacen sin sonrojo ni vergüenza. Toda una lección de coherencia.
Así las cosas, el Tribunal Constitucional está tan desacreditado como el Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional, pero si vamos aún más allá caben las siguientes preguntas: ¿Con qué legitimidad pueden sólo doce personas, sean jueces o no lo sean, condicionar la voluntad libremente expresada por la ciudadanía en referéndum, que es lo que ocurrió en Catalunya? ¿Dónde reside la democracia? ¿En el pueblo? ¿En el voto de doce magistradas y magistrados, que, ¡oh casualidad!, representan, en cada caso, los intereses del PSOE y el PP? Centralismo y nacionalismo español, más allá de matices, unen a Zapatero y a Rajoy.