Mencionaba líneas arriba que era importante no perder una cardinal distinción leibniziana, a saber, la que se establece entre determinación y necesidad. Aquí lo que hay que examinar es la relación que existe entre lo necesario y lo contingente para ver cómo sale Leibniz del problema que ofrece su concepción del universo en relación a la libertad humana. Este tema está bien desarrollado en los NEEH, así que volvamos brevemente sobre ellos. Allí indica Leibniz, “la verdad condicional «supuesto que la pelota esté en movimiento en un horizonte continuo sin impedimento, entonces continuará con el mismo movimiento», puede ser considerada como necesaria en cierta manera, aun cuando en el fondo esta deducción no sea completamente geométrica, al no constituir más que una mera presunción fundada en la sabiduría de Dios, que no modifica su influencia sin alguna razón […]” (II, xxi, §9). En otras palabras, que el curso de las cosas en el ámbito de la contingencia se rija por el principio de razón suficiente no hace que estas sean necesarias. Esto nos conduce a la importante distinción que ofrecimos casi al inicio de este trabajo: en sentido estricto, sólo es necesario lo que se rige por el principio de identidad y el de no contradicción. En el caso de lo contingente, su contrario es posible en tanto no contradictorio. La pelota continuará moviéndose, sí; pero no es contradictorio, en sentido lógico, que parase de hacerlo. Ahora, es verdad, ella no se detendrá; pero porque procede en atención a un orden causal que deriva de la sabiduría de Dios y no porque su permanencia en movimiento sea necesaria. Así, lo contingente está determinado, mas no es necesario[1]. Es una distinción formal, como se ve, pero importante. En realidad nos encontramos aquí ante una compleja cuestión que tiene que ver con las perspectivas del mundo. Se podría decir que Dios tiene la perspectiva completa del universo, la conocida idea de una mirada sub specie aeternitatis; versus la visión limitada y parcelada de los seres humanos. Sin embargo, es justamente esta cuestión la que nos enfrenta con problemas de orden más difícil aún. Porque si bien es cierto que así planteadas las cosas, Leibniz está empezando a ofrecer una salida para el argumento de la aparente ausencia de libertad humana, está haciendo más compleja la cuestión moral.
Presentemos el argumento de modo sencillo: “[…] the problem was how the existence of evil was compatible with divine moral purity or holiness. Since, they argued, God is the author of everything that exists, and evil is one of the things that exists, God is thereby the author of evil. And if someone is an “author of evil,” they are thereby implicated in the evil and thus cannot be morally pure or holy. Thus, God cannot be morally pure nor holy. Let’s call this problem of evil the holiness problem“[2]. Así, el asunto al que estamos confrontando nos plantea la aparente contradicción entre un mundo creado según la sabiduría de Dios y en el cual, a la vez, existe el mal. Este, como indica la cita, no es sólo un problema epistemológico, sino moral: afecta la pureza y santidad de Dios que le son atributos esenciales según la revelación. Ahora, como es obvio, esta cuestión tiene un doble nivel, como todo en Leibniz. Desde una perspectiva metafísica hay que tratar de entender cómo esta contradicción aparente puede tener sentido; desde el punto de vista fenoménico hay que explicar cómo puede existir el mal si las acciones de la mónada racional están predeterminadas por el principio de razón suficiente. Sobre todo si precisamos que para Leibniz el rol de Dios en el universo es preponderante: “First, God is regarded as the creative cause of everything in the cosmos. Everything which exists contingently is caused to come into being by the creative activity of God. Second, God is the conserving cause of everything that exists. This means that God not only brings into existence every contingent thing that exists, but that every contingent thing which remains in existence does so by God’s continuously maintaining it in existence. Third, every action by a created substance requires direct divine activity as concurrent cause. Thus, every whack of the hammer, every hit of my fingertip on the keyboard, every tug of a magnet on a piece of iron requires not merely that a created substance act, but also that the creator act concurrently with the substance to bring about the particular effect”[3]. Veamos de qué manera aborda Leibniz estos problemas[4]. Anticipo, sin embargo, que a mi juicio la respuesta decepciona. Ahora, no decepciona en tanto inconsecuente, ya que es argumentativamente consistente; decepciona como argumento desde la perspectiva humana de un Dios en el cual creer, me parece. Explicaré esto más adelante.
Entonces, ¿qué argumentos utiliza nuestro autor para explicar cómo la existencia del mal no contradice su tesis de que este es el mejor de los mundos posibles? Para responder a esta disyuntiva, Leibniz diferencia en la Teodicea[5] tres especies distintas de mal: el metafísico, el físico y el moral. El primero consiste en la mera imperfección, el segundo es el sufrimiento y el tercero es el pecado (§21). Antes de desarrollar estas ideas, hay que notar que Leibniz, como Agustín sostiene que el mal es privación, no una entidad positiva. Esto es relevante porque “hablando con toda propiedad, lo formal del mal no tiene nada de eficiente, porque consiste en la privación, como vamos a ver; es decir, en aquello que la causa eficiente no hace. Por esta razón los escolásticos acostumbran a llamar deficiente a la causa del mal” (§20). En otras palabras, no es Dios causa del mal en sentido de causa eficiente del mismo. Veamos un poco mejor este tema.
[1] Es también el modo en que Couturat entiende la cuestión. Cf. Couturat, L. “On Leibniz’s metaphysics” (traducción de R. Allison Ryan). En: Frankfurt, H. (ed.). Leibniz. A collection of critical essays. Notre Dame/London, UND Press: 1976. pp. 31-34.
[2] Murray, M. Leibniz on the Problem of Evil (http://plato.stanford.edu/entries/leibniz-evil/).
[3] Ibid. Cabe destacar que este artículo es un muy actualizado balance de la cuestión, bastante bien documentado y con una clara exposición de varias series de argumentos a favor y en contra del holiness problem.
[4] Es interesante notar, sin embargo, que también podría ofrecerse un tipo de respuesta distinto que no pretenda salvar el problema como ha sido aquí planteado, sino que renuncie a alguna de sus premisas fundamentales, la del poder absoluto de Dios, por ejemplo. En cierto sentido, esa será la línea argumentativa que yo seguiré; no obstante, existen formulaciones relativamente más cercanas a Leibniz que sugerían opciones parecidas. Cf. la breve mención de Leibniz a los socinianos en el §364 de la Teodicea. El argumento de los socinianos ha sido llamado por Murray “the underachiever problem”: “According to the underachiever problem, if there were the sort of being that traditional monotheism describes as God, the existence of this world would represent a vast underachievement on his part; thus there is no such being as this. Atheists take this conclusion to show that there is no God, Socinians take it to show that God is not the sort of being the traditionalist supposes”. Murray, M. Op. cit.
[5] Leibniz, G. W Teodicea: ensayos sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal. Buenos Aires: Claridad, 1946. Indicaré los parágrafos correspondientes entre paréntesis en el cuerpo del texto. No estoy seguro de cómo esté editado este texto en otras versiones, en la que aquí cito (bastante antigua) se presenta en primer lugar un Prefacio, luego el Discurso sobre la conformidad de la fe con la razón y, finalmente, el Ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, en tres partes. Los parágrafos a los que hago referencia pertenecen a este ensayo.