Aurora es una buena novela, que sin embargo no me convence, pero por motivos completamente subjetivos, ya que es una de esas novelas que no te dicen lo que quieres oír.
Pero empecemos por el principio, Aurora es una nave generacional, es decir, que contiene un hábitat en el que la población lleva una vida normal, que se dirige hacia el sistema de Tau Ceti, a doce años luz. Cuando empieza la novela esta nave lleva ya más de un siglo en viaje y se está acercando a su destino, por lo que no está precisamente en buenas condiciones, pero la naturaleza de los problemas es completamente original, ya que son problemas de origen metabólico. Una población con unos recursos finitos tiene que tener muy controlado el ciclo de todos los nutrientes y elementos necesarios para la vida, ya que con que una pequeña parte se pierda puede provocar un grave desequilibrio que conllevaría la destrucción del ecosistema de la nave. Se supone que la nave es estanca, con lo cual no pierde materia en el espacio, pero si hay elementos que salen de los ciclos biológicos porque se combinan entre si, o con partes de la nave como los mamparos o el cableado, siendo casi imposibles de recuperar.
Existe otro problema, relacionado con la genética de poblaciones y el endemismo, y es que en la nave la población se tiene que mantener estable (unas dos mil personas) y esto al cabo de las generaciones supone una pérdida de diversidad genética, que en la novela se presenta como una reducción de la longevidad, la inteligencia y el peso de los recién nacidos, por ejemplo.
Estos dos puntos hacen a la novela tremendamente original. Los grandes desafíos del viaje interestelar ya no son la impulsión necesaria, la exposición a la radiación cósmica o la colosal tarea de construir una nave lo suficientemente grande. Todos estos puntos los explica, y suponen un desafío, pero no son el gran problema y esto es lo que hace que valga la pena leer esta novela.
Otro punto a destacar es un personaje bastante inesperado, la nave. A lo largo de la novela el ordenador de la nave va evolucionando, con ayuda de sus pasajeros humanos para desembocar en la autoconsciencia. Esto también me pareció muy original, pues la nave logra la autocosciencia gracias a la narración de la propia novela. Son también muy reveladoras las reflexiones que tiene la nave sobre su propia consciencia, tanto que a mi me hicieron dudar de la mía.
Y hasta aquí los puntos fuertes de la novela. Solo por ellos vale la pena leérsela, pero ahora vamos con las cosas que no me gustaron.
El autor, que también escribió la trilogía de Marte Rojo y que tan entusiasmado hablaba de la colonización interplanetaria nos habla ahora con un tono distinto, mucho más crudo de la colonización interestelar. Nos hace sufrir en la piel de las gentes que viven en la nave bajo unas condiciones muy duras, con un margen de error mínimo y a años luz de cualquier ayuda. Es más doloroso aún cuando te das cuenta de que nadie en la nave ha elegido estar allí, todos los pasajeros son víctimas de sus antecesores, que los condenaron a una vida difícil. A través de la novela también he sufrido en carne propia la ilusión por llegar a un destino tan largamente esperado y la decepción cuando lo consiguen. En definitiva, y para no hacer spoilers, los colonos son víctimas de una sociedad egoísta que los envía a un futuro incierto.
Básicamente este es el motivo por el que la novela no me acabo de convencer a pesar de ser muy buena. Habla de la colonización como un crimen hacia las generaciones futuras que tendrán que llevarla adelante, además de presentar serios argumentos que dicen que es, simplemente, una tarea imposible. Ante esto, yo que soy un soñador que siempre me imaginé construyendome un chalecito en Alfa Centauri, no me puedo plegar. Quiero seguir soñando que es posible, que la humanidad no está encerrada en el sistema solar y por eso no me gustó la novela, a pesar de lo original que es, y de que aporta una nueva perspectiva en lo que a colonización espacial se refiere.
Por ponerme dramático podría decir que el espíritu de la novela se resume en esta frase:
“Abuelo, ¿Pero qué me has hecho?”
Silvestre Santé