Revista Cine
Director: Aki Kaurismäki
Ya les comentaba en mi entrada anterior qué me parecía esa genialidad que es "Calamari Union", que además es, al menos para mi, un perfecto antecedente de lo que son los "Leningrad Cowboys", banda musical protagonista de esta película que, sin importar su concepción puramente ficticia, causó tal impacto en Finlandia que dieron el salto a los escenarios reales, y ciertamente mucho más grandes en comparación a los que se presentan en este filme. Luego, el '94 -después de haber hecho su buen par de cintas-, Kaurismäki, sin duda motivado por el éxito de la banda, hace una secuela titulada "Leningrad Cowboys meet Moses". Un díptico, dirán, a lo que yo respondo: falso, una trilogía. Los Franks de "Calamari Union", según mi humilde opinión, devienen en lo que son estos estrafalarios sujetos de peculiares peinados y puntiagudos zapatos que se buscan la vida a través de su música... de la música que les convenga. Sobrevivir es la consigna.
Los Leningrad Cowboys son una banda rusa que para el principio de la película se hallan tocando en un granero a mal traer mientras son observados por el manager de la banda y un productor. A pesar de que la calidad musical es incuestionable -no mi tipo de música pero sí muy, muy disfrutable- al productor no le agrada, argumentando su disgusto con un irónico "no es comercial"... visión de productor -no seamos malos ni generalicemos, pues está claro que hay buenos productores que han sido de mucha ayuda a muchos cineastas increíblemente talentosos... sólo que son los menos conocidos, quizás porque hacen bien su trabajo-. Al menos les da un consejo: "Vayan a Estados Unidos: allá se tragan cualquier chorrada". Con tal de ganar dinero y sobrevivir, los Leningrad Cowboys viajan a "América" a cumplir el sueño y convertirse en estrellas.
En realidad la idea de los Leningrad Cowboys surgió en un bar el año '86 entre Kaurismäki y un par de amigos más, quienes pensaron en la banda a modo de broma -pero de esas bromas motivadas por el alcohól y un auténtico deseo de llevarlas a cabo-, lo que no impidió que la formaran e hicieran un par de cortos con la misma como protagonista; cortos que salieron bastante bien, por lo que el salto al largometraje no se hizo esperar. La gracia de llevar la historia de esta banda al cine era la de, justamente, volver famosos a estos sujetos, por lo que la concepción es más musical que puramente cinematográfica y ficticia, aunque hay un elemento común que no se puede quitar: el irónico sentido del humor que raya en lo paródico, pero que no abandona el respeto a la música misma. Eso queda claro ya al inicio cuando se da la mencionada situación con el productor, y luego cuando llegan a Estados Unidos y tienen que ir de acá para allá con tal de encontrar bares y salones en los que tocar con tal de ganar unos cuantos dólares: la música no se las quita nadie a pesar de las tribulaciones que tienen que afrontar.
Eso podría ser incluso bonito si no fuese por el hecho de que los pobres Leninngrad Cowboys tienen que mutar su estilo musical dependiendo del público que tengan frente a ellos, por lo que pueden pasar del rock&roll al country o las rancheras o la música natal de la banda, entre varios tipos más. El viaje que emprenden estos rusos es la constatación de que la industria musical es fría y cruel y, peor aún, sin respeto por el valor musical de los artistas. Nadie dijo que la vida a base de música era fácil, pero al menos nunca dejará de ser hermosa. Esa es más o menos la lección que puedo sacar, o también esta otra: Estados Unidos no es la gran escena musical diversa que se piensa que es. Puros billetes y pocas melodías, esa es la balanza que los Leningrad Cowboys -o cualquiera- encuentran y tienen que vivir y soportar. Cruda realidad, pero así es la vida.
Siendo Kaurismäki es obvio que encontraremos claves ineludibles de su cine, a saber: personajes desadaptados enfrentados a un medio hostil e indiferente, algo acentuado al ver a estos rusos en Estados Unidos, acentuado aún más cuando se encuentran en el sur profundo haciendo de las suyas y encontrando la desaprobación de un par de elementos institucionales; y la misma mirada amarga y ácida acostumbrada, aunque en esta ocasión también hay mayor espacio a la inocencia, lo cual se debe, sin dudarlo, a que ésta es una película mucho más ligera de lo que Kaurismäki acostumbra a hacer. Al menos el finlandés no tuvo que traicionar su estilo al volar a Estados Unidos para hacer su película.
En este caso el hombre nos quiere entretener y ofrecer buena música y dar rienda suelta a lo hilarante y delirante; no podía ser de otra forma, siendo los Leningrad Cowboys parientes más que cercanos de los Franks de "Calamari Union". En otras palabras, una mirada agridulce ya mencionada con anterioridad: la música es bella pero el entorno, entiéndase industria musical, es horrible. Incluso el manager de la banda protagonista no es ningún santo y se aprovecha continuamente de los músicos, los que en verdad lo alimentan; no dejen de ver alegorías en esa relación, pues existen y se manifiestan en varias ocasiones. Digamos que Kaurismäki lleva su humor absurdo más allá para ridiculizar la industria que tanto se nota que le desagrada, más o menos como hacía en "Calamari Union", en el que el humor era un reflejo, un tanto retorcido pero reflejo al fin y al cabo, de la sociedad. En este caso Kaurismäki disminuye la escala, pero tampoco se puede negar que todo el tejemaneje económico de las disqueras -y lo que sea- también es fiel reflejo de cómo es la sociedad y los humanos que la conforman.
Otra cosa que me llama la atención es que por fin, al menos yo como espectador, me encuentro fuera de Finlandia, ese límite que los personajes de "Shadows in Paradise" y "Ariel" se disponían a cruzar en sus respectivos finales pero que quedaban sabiamente sin respuesta porque, aunque Finlandia no sea un lugar amable -según Kaurismäki-, ¿el exterior realmente lo es? No señor. El resto del mundo probablemente tenga los mismos vicios que Finlandia -o Siberia, en este caso- les lanza a sus residentes, personajes del buen Aki.
Mi único reproche a la película, que me tuvo entretenido durante la mayor parte del tiempo, es el final abrupto que tiene y los diez minutos que le preceden, o dicho de otra forma, todo lo que sucede después del "retorno a la democracia" -ya lo entenderán-. En ese lapso la película comienza a reiterarse y perder el interés previo, ese construido a base de críticas a la industria musical y la inocencia con que se mira la labor del músico. A partir de tal punto de inflexión, la película, una road movie, ideal para la reflexión propia de los solitarios -solos o en conjunto, por más que suene paradójico- lejos de casa dedicados a artes que difícilmente llenarán los bolsillos, pierde su reflexión; deja de ser un viaje y se convierte simplemente en un transitar, en un ir de un lugar a otro, en un llegar al destino propuesto al principio. Se sufre un desgaste que afortunadamente no se extiende demasiado y se acaba pronto... abruptamente, como ya señalé. No es el mejor cierre para una buena película, pero no hay nada que pueda hacer.
"Leningrad Cowboys go America" es una película sencilla y ligera que relata las desafortunadas vivencias lejos de casa de un grupo de buenos músicos envueltos en un territorio hostil, rodeados de idiotas que saben como conseguir billetes verdes pero no escuchar buena música. Como es de esperar, los segmentos musicales son variados y numerosos y de mucha calidad, llenos de covers que reflejan el carácter respetuoso, inocente y amante por la música que tan honestamente respiran Kaurismäki y los suyos. Sigue la misma mirada Kaurismakiana, aunque en esta ocasión el resultado es mucho más amable que en el resto de su filmografía, por lo que además de deleitar al oído y la vista -amén de la ya mencionada y característica sensibilidad visual del finlandés-, "Leningrad Cowboys go America" les hará pasar un muy agradable rato.
Disfruten el viaje.
Puntiagudas capturas