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Leo Messi, ¿Quién gana?

Publicado el 12 junio 2014 por Squadraeterna @squadraeterna

 


Leo Messi, ¿Quién gana?

Si ya han pasado cuatro años, si ya hay 32 países en la actuación final, es que las miradas del Mundo tienen un solo objetivo. Este 2014 toca Brasil, el país de la samba y el balón, fútbol como forma de vida, y vida por y para el fútbol. Desde niños sueñas con vestir la camiseta de la ‘Seleçao’, un sueño que sirva a su vez para cambiar tu vida y en la mayoría de casos las de tus seres queridos. Futbol para vivir. La cita definitiva. Un mes tan deseado por el Mundo como repudiado por un sector, nada pequeño pero poco escuchado, de la sociedad brasileña.
Y así ha llegado el momento de escuchar los himnos, de hacer hueco en tu día a día para seguir una fecha señalada y que jamás podrás olvidar. Con el paso de los años recordaremos anécdotas, al campeón, al jugador que más nos impactó, al tipo que los niños imitarán en sus recreos, al hombre cuya camiseta pronto estará en nuestro armario y siempre, siempre, a esa imagen de un capitán levantando el Oro de Maracaná. Un país que saldrá a la calle para celebrar los éxitos, otros ya lo han hecho y muchos, llorarán.
Junto al Mundial, las miradas del fútbol, esta vez de clubes, irán centradas en intereses personales, colectivos e incluso, porque no decirlo, en dañar, todo vale, la imagen del icono e incluso de la camiseta del eterno rival. Y así nos plantamos en Barcelona. Si hay un club que en los últimos años ha copado portadas y elogios mundiales ese ha sido el club blaugrana, un plantel el de la Ciudad Condal que, de la mano de Guardiola, alcanzó la excelencia deportiva. Junto al equipo de Pep, un Leo Messi que coleccionaba éxitos colectivos, medallas y títulos individuales, llenaba sus vitrinas de Balones y Botas de Oro, sus cajones de prensa agradecida, sus oídos de piropos y su bolsillo de ‘plata’. Nadie dudaba de Leo, ni desde dentro ni desde el entorno, fuera culé o no.
Y así nos plantamos en Brasil. El Mundial en el que Messi también será portada, asegurado. Tras una temporada poco vistosa del astro argentino, los medios se preguntan cuál será el Leo que veremos, aquel que paraba al Mundo para verle jugar, o ese del curso del Tata que tanta incertidumbre creó a su alrededor. Los últimos meses de Messi han servido para que el sector interesado haya decidido apostarlo a todo o nada para intentar explicar que su fútbol no había cambiado, simplemente se reservaba para la cita mundialista olvidándose del club que le da de comer, de la prensa que le llenaba los cajones de portadas y de los aficionados que le regalaban elogios. Era tiempo de atacar. Desde el otro extremo acusaban su bajón a las lesiones, al cambio de estilo del equipo y a los problemas externos del '10' de Rosario. Volverá. Nunca se fue. Tocaba defenderse.
Cada aficionado tendrá una visión, ya sea de un color u otro, culé o argentino. El nivel de Leo Messi en Brasil será una incógnita, como el de Iniesta, Modric, Robben, Pogba, Armero, Kokorin u Özil. No existe una fórmula matemática para llegar en plenas condiciones al campeonato, como tampoco si lo haces podrás lograr tu objetivo. Los factores, todos los factores, son tan importantes que nada ni nadie puede asegurar lo que te encontrarás en todo el mes que dura el acontecimiento, y esto, esto es igual para Cristiano Ronaldo, Iker Casillas, Luis Suárez o Leo Messi. Te hayas reservado o no lo hayas hecho, pero unos lo venderán a su modo, a su estilo, al de la ‘plata’ que toque ganarse, al del sector al que te toque escribir.
 
Leo Messi, ¿Quién gana?

Pase lo que pase, sea cual sea el resultado, el debate estará abierto. Quizás es esto o aquello lo que busca una prensa u otra, lo que quieren allí o allá, un debate tan vendido como asqueroso, un debate tan futbolero como poco futbolero. Si Messi no “gana” en Brasil, se ha acabado Leo, su fútbol pone fin, hasta cuando haya que escribir lo contrario, no lo duden. Si Messi “gana” en Brasil, Leo se estaba reservando, y si es así, pobre, ¿Quién manda renovar a un tipo que no sentía la camiseta? Todos ganan, todos los que quieren ganar.
Sea cual sea el resultado, “gane o no gane” Leo Messi, el debate estará abierto, todo valdrá para engrandecer o menospreciar a una figura que guste o no, ha marcado y marca las diferencias, una figura histórica del balón que unos buscan que vuelva y otros sueñan con que desaparezca. Y yo, sin embargo, sigo preguntándome si es que acaso se ha ido o si es que tiene que volver. Y todo, todo dependerá del rasero con que midas, de los ojos con los que se miré que decía mi abuelo. Disfruten del Mundial. Y también de Leo.

 

ía común, colectiva. Ése es el verdadero sentido del Maestro-Modelo, de las grandes figuras que han dominado la vida humana desde el principio. Al llegar a la cumbre más alta de su floración, no han hecho más que recalcar su humanidad común, su innata, enraizada, ineludible calidad de humanos. Su aislamiento, en las alturas del pensamiento, es lo que les causa la muerte. Cuando consideramos una figura olímpica como Goethe, vemos un árbol humano gigantesco que no afirmó otra "meta" excepto el despliegue de su propio ser, excepto la obediencia a las leyes orgánicas profundas de la naturaleza. Eso es sabiduría, la sabiduría de un espíritu maduro en la cumbre de una gran Civilización. Es lo que Nietzsche llamaba la fusión de dos corrientes divergentes en un ser: el tipo soñador apolíneo y el dionisiaco extático. Tenemos en Goethe la imagen del hombre encarnado con la cabeza en las nubes y los pies bien plantados en el suelo de la raza, la cultura, la historia. El pasado, representado por el suelo histórico, cultural; y el presente, representado por las condiciones cambiantes del tiempo que componen su clima mental; se nutrió tanto del pasado como del presente. Fue profundamente religioso sin necesidad de adorar a un dios. Se había hecho un dios. En esta imagen del Hombre ya no cabe el conflicto. Ni se sacrifica él al arte, ni sacrifica el arte a la vida. La obra le Goethe, que fue una gran confesión -"huellas de la vida", decía él -es la expresión poética de su sabiduría, y salió de él como cae de un árbol una fruta madura. Ninguna situación era demasiado noble para sus aspiraciones, ningún detalle demasiado insignificante para su atención. Su vida y su obra asumieron proporciones grandiosas, una amplitud y majestad arquitectónicas, porque tanto su vida como su obra tenían la misma base orgánica. Con excepción de da Vinci, él es quien más se acerca al ideal de hombre-dios de los griegos. En él se dieron el ocio y el clima más favorables. Tenía sangre, raza, cultura, tiempo: todo. Y todo lo alimentaba. En ese momento excelso en que aparece Goethe, en que el hombre y la cultura están en la cúspide, todo el pasado y el futuro se despliegan. Allí se entrevé el final; en adelante el camino desciende. Después del olímpico Goethe aparece la raza dionisíaca de artistas, los hombres de la "época trágica" que profetizó Nietzsche y de los cuales él mismo fue ejemplo magnífico. La época trágica, en que se siente con fuerza nostálgica todo lo que más está negado para siempre. Otra vez se revive el culto del Misterio. El hombre debe volver a representar una vez más el misterio del dios, el dios cuya muerte fecunda ha de redimir y purificar al hombre de la culpa y el pecado, ha de liberarlo de la rueda del nacimiento y el devenir. El pecado, la culpa, la neurosis, todos son una y la misma cosa, el fruto del árbol de la ciencia. El árbol de la vida se torna así en árbol de la muerte. Pero es siempre el mismo árbol. Y de este árbol de la muerte es de donde ha de volver a surgir la vida, de donde la vida tiene que renacer. Lo cual, como lo atestiguan todos los mitos del árbol, es precisamente lo que ocurre. "En el momento de la destrucción del mundo", dice Jung, refiriéndose a Ygdrasil, el fresno del mundo, "ese árbol se convierte en la madre tutelar, el árbol de la muerte y la vida, preñado.". En este punto del ciclo cultural de la historia es cuando tiene que aparecer la "transvaluación de todos los valores". Es la inversión de los valores "espirituales", de todo un completo de valores reinantes. El árbol de la vida conoce entonces su muerte. El arte dionisiaco de los éxtasis reafirman entontes sus derechos. Sobreviene el drama. Reaparece lo trágico. Gracias a la locura y el éxtasis se representa el misterio del dios, y en los celebrantes ebrios se despierta el deseo de morir -morir creadoramente-. Es la conversación de ese mismo instinto vital que impulsó el árbol del hombre hasta su expresión plena. Es salvar al hombre del temor a la muerte para que pueda morir. Avanzar hacia la muerte. No retroceder hacia el vientre. Salir de las arenas movedizas, del flujo estanco. Es el invierno de la vida, y nuestro drama consiste en alcanzar un espacio firme para que la vida pueda avanzar de nuevo. Pero ese espacio firme sólo puede procurarse sobre los cadáveres de quienes están deseoso de morir.
  Fuente: Henry Miller, La sabiduría del corazón, Buenos Aires, Sur, 1966.

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