[...] se marchaban llevándose consigo un poco la gracia de aquella mujer que no era hermosa pero a la que encontraban sublime, cosa que, en aquel lugar lleno de arte, resultaba insólito, ya que ella no era música, no pintaba ni escribía, y se pasaba el día conversando con espíritus más brillantes que ella. Pero a pesar de que no viajara y de que no tuviera querencia por los cambios, a pesar de que muchas mujeres con el mismo destino no fueran sino elegantes, Leonora Acciavatti era un universo. De heredera prometida a engorro de su casta, el destino la había convertido en un alma soñadora dotada del poder del más allá, tanto que, junto a ella, uno sentía nacer ventanas al infinito y comprendía que sólo ahondando en un mismo se escapa de las cárceles.
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Un personaje más para mi colección, este de La vida de los elfos, de Muriel Barbery (que, en general, está resultado más bien decepcionante - pero no la culpo... después de La elegancia del erizo, hubiera sido casi un milagro.)