Revista Cultura y Ocio
Leamos el inicio de esta novela, porque me parece que el dibujo que nos traza de su protagonista femenina es insuperable y magnético: “Su nombre civil era Crescentia Anna Aloisia Finkerhuber, tenía treinta y nueve años, era hija ilegítima y procedía de un pueblo montañés del Zillertal. En la columna “Rasgos distintivos” de su documentación constaba un trazo oblicuo para indicar que ninguno; pero si los funcionarios estuvieran obligados a incluir la descripción caracterológica, una simple y rápida mirada les hubiera bastado para anotar en aquel punto: Parecida a un jamelgo montés reventado, hueso y flaco”. En efecto, la sirvienta que sirve de base a esta historia era una mujer fea y que no comprendía las cosas con demasiada rapidez. Carecía además de vínculos con el sexo opuesto (“Los hombres la dejaban en paz, ya fuera porque un cuarto de siglo de trabajar como una mula la había despojado de toda feminidad, ya fuera porque ella, huraña y callada, repelía cualquier aproximación”). Trabaja como criada para el joven barón de F., un casado indolente que no ama a su esposa y que, aprovechando un par de meses de estancia curativa de ésta en un sanatorio, comienza a llevar una vida disoluta, donde son varias las mujeres que van pasando por su dormitorio.La estulta sirvienta, que ha comenzado a sentir una admiración fanática por su señor (y que con una mente menos obtusa podría incluso haber confundido con los rayos del amor), se convierte en la alcahueta del barón, llegando incluso a suministrarle alguna doncella para su solaz y esparcimiento... Pero la esposa, como es lógico, acaba volviendo a casa. Y tanto el marido (que ve cortadas las alas de su libertad) como la sirvienta (que odia a la mujer que le secuestra de un modo oficial las horas de su admirado ídolo) se ven incomodados en su rutina.Hastiado, el barón decide alejarse durante unos días de la casa y dedicarse al ejercicio de la caza. Y entonces se produce un hecho inesperado: su mujer es encontrada muerta, por un escape de gas. ¿Ha sido un suicidio? ¿Ha sido quizá un asesinato, perpetrado por la sirvienta? El barón comienza a plantearse esas mismas preguntas y se siente cada vez más desasosegado en presencia de la criada tirolesa.
Elegante, ameno y con una prosa finísima, Stefan Zweig nos entrega aquí una historia donde los lectores somos invitados a presenciar una relación bastante desequilibrada (en el sentido social, pero también en el intelectual y el estético) entre una mujer zafia, casi en el borde de la anormalidad, y un noble tarambana y juguetón, que le prodigará atenciones que ella malinterpretará de un modo lamentable. Nuevamente airoso, el narrador vienés vuelve a convencerme. Me da la impresión de que terminaré leyéndome todas sus obras.