Frente a los insultos al Rey y a la democracia española que preparan los seguidores radicales e independentistas del Barça y del Athletic de Bilbao para el final de la Copa de fútbol, contrasta el entusiasmo que le mostraban a Franco, cuando el trofeo se llamaba del Generalísimo.
Aquel espíritu en pro del régimen se justifica ahora alegando obedecía al miedo, algo absurdo porque la policía secreta no podía controlar una masa de 70.000 personas.
Ocurría porque las aficiones más frenéticas del fútbol son todas nacionalistas y el nacionalismo es lo contrario del internacionalismo izquierdista.
Ergo son radicales ultraderechistas, no ultraizquierdistas como quieren presentarse. Fanáticos que identifican los símbolos del territorio con los de su club, que es su ejército imperial. No aman el deporte, sino la guerra de conquista.
Así se explica la veneración mostrada a Franco durante casi cuatro décadas por los aficionados más radicales del Barça y del Athletic, y la pasiva alegría sólo deportiva de otra parte menos belicosa y más democrática.
Los radicales de ambos clubes estaban agradecidos a su Caudillo: cada equipo recibió nueve copas del Generalísimo de sus manos, mientras que el siguiente en éxitos fue el Real Madrid, que ganó solamente seis.
La ultraderecha española admiraba sobre todo al Athletic, al estar formado únicamente por españoles modelo Zarra, un españolazo, fundamentales para la Selección Nacional.
Los ultraderechistas contemporáneos, independentistas catalanes y vascos con sus bandas radicales, prometen durante la final de la Copa del Rey un escándalo mundial de abucheos al monarca y al himno nacional, símbolos hoy de la democracia.
Es que añoran la Copa del Generalísimo, la de la ultraderecha a la que pertenecen.
Debería volverse al viejo nombre para jugar ante la efigie del dictador y rendirle culto, como antes.
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SALAS