Revista Cine
Director: Ladj Ly
Spike Lee vio esta película, montó en cólera, rompió todo lo que tenía a mano y luego suspiró, diciendo, "tomad y bebed...", o sea, perdón, lo que dijo fue "demonios, ya estoy viejo". Es decir, estoy lejos de mis mejores momentos y ya hay nuevos realizadores capaces de hacer lo que yo no he podido en todo este milenio. Porque "Les Misérables", la opera prima de Ladj Ly, que estuvo compitiendo por la Palma de Oro en Cannes el año pasado (llevándose el Premio del Jurado, que es como el tercer lugar de toda la Competencia Oficial), es la película que, de manera frontal y sin concesiones, hace frente al problema, imperecedero y siempre al rojo vivo, de la brutalidad policial y todo cuanto lo rodea, porque no ven brutalidad policial en el barrio alto ¿o sí? Como Spike Lee, Ladj Ly sitúa su historia en los suburbios parisienses, nos mete de lleno en ese espacio desolado y asfixiante, como un túnel sin salida, en donde residen los estratos más bajos de la ciudad y conviven personas de múltiples ascendencias étnico-culturales, sean árabes, africanos, gitanos (por cierto, no tengo idea de francés, pero me llamó la atención que mi oído captara el acento del gitano líder de los gitanos, que es como Brad Pitt hablaba el inglés en "Snatch" se me ocurrió), etc., siempre al borde de la ira, de la furia, de la explosión, de la haine. Los protagonistas son tres policías, en todo caso: dos experimentados y el nuevo, "provinciano", que llega a unirse a esta unidad, unidad que conoce a los personajes de los barrios, que conoce los rincones y las dinámicas interpersonales de la zona, incluso que se instalan como otra expresión humana más del suburbio, pero que no pertenecen y que saben que no pertenecen, no son de ahí, son más que ellos, no sólo porque son policías. Y como era de esperar, el primer día de este policía, que no es novato precisamente, será una verdadera escalada de nervios que desemboca en un explosivo, incendiario y furioso tramo final que, así como Spike Lee lo hizo en los noventa, viene a poner los puntos sobre las íes, sin relativizar ni "poner las cosas en contexto" (aunque en realidad nos presenta un contexto que abre los ojos; las comillas son por el típico eufemismo de los hipócritas: un grupo de diez pacos culiaos golpeó hasta la muerte a un padre de familia que marchaba junto a más personas; "sí sí, una pena, pero a ver, pongamos las cosas en contexto..."), sobre algo que en teoría no debería seguir ocurriendo, menos en países desarrollados, pero que seguirá ocurriendo porque la brutalidad policial es también una expresión del desprecio que el Estado, hermanado con los grandes poderes económicos, tiene hacia las minorías y los estratos menos favorecidos de la sociedad, hacinados, revueltos, hartos, aguantando las burlas de las autoridades, agotando la paciencia gota a gota, hasta que la última es el detonante de estallidos que, no por repetidos a lo largo de la historia, pierden fuerza y vigencia: no por ello son menos necesarios.
Gran película, brutal película, moralmente ambigua, con personajes más complejos de lo que parecen, que no da burdas lecciones de moral, que mira la realidad a los ojos y que escupe sobre esa realidad tan charcha... No se la pierdan por nada del mundo.
Y si quieren más películas de policías bastardos, les recomiendo "A.C.A.B: All Cops Are Bastards" y "Hyena".