Me juzgan de blanda, amorosa en exceso, permisiva y hasta negligente. Con lástima y a veces con enojo me dicen que me falta autoridad, orden, límites, reglas. Y yo les digo: les regalo la autoridad, es suya, pueden seguir comiendo autoridad, viviendo autoridad, respirando autoridad… yo prefiero subirme a lomos de la desobediencia, hacer caso omiso de la corrección, olvidarme de la jerarquía, mandar de paseo a la sumisión.
Soy madre, pero no me convertí en madre por cuestiones éticas, con lo cual a mi hija sólo le llevo 28 años, lo que me da experiencia (y también condicionamientos, verdades aprendidas, heridas abiertas), pero no me da en ningún caso, derecho a ponerme por encima de ella para decirle qué, cómo, cuándo, dónde y para qué. Soy madre, pero no carcelera, ni represora, mi palabra no es ley, mi figura no infunde obligación, ni pide obediencia, ni siquiera tengo la razón, ni la verdad. Las reglas no las dicto yo, ni las ejerce Kyara, las construimos juntas en el día a día que vamos gestando...
Porque ella me ha enseñado que no necesita de normas, ni reglas para amar y respetar a sus semejantes, me ha demostrado que basta con amarla, cuidarla, respetarla y ella sabrá hacer lo mismo. Me ha revelado con su estar, con su maravillosa presencia y accionar en el mundo que su esencia es amorosa, creativa y respetuosa, que se conmueve con lo que le rodea, que se asombra con lo que descubre y que conoce del autocuidado y el cuidado por el/la otr@; que es la civilización, esta cultura tal y como la hemos creado la que atenta contra es principio. Que somos nosotros quienes enseñamos a golpear, dañar, maltratar, abusar. Ella no necesita de mi autoridad, necesita de mi compañía. Soy yo quien tiene que ponerse a su altura para reaprender y reconectar con la vida.
Nos hemos inventado esta absurdez del principio de autoridad y la obediencia debida, para no tener que hacernos cargo de las causas de la violencia y solo tratar los síntomas, para poder seguir creyendo que se tratar de ganar o perder y gana quien tiene la razón (por cierto, la razón también se las regalo); hemos legitimado, con teorías, estudios y a fuerza de historias repetidas, la necesidad de hacer de las estructuras fundantes de la sociedad (familia y escuela) espacios de orden militar (donde el acatamiento, la uniformidad y la sumisión se premian), para poner en otr@s el problema que es nuestro, para poder decir: l@s niñ@s necesitan disciplina, orden, reglas y obediencia y así no tener que aceptar: papá y mamá necesitan aprender a dar amor, cuidado, atención, presencia y permanencia. L@s niñ@s no nacen violent@s nosotr@s l@s hacemos violent@s y sus desafíos y rebeldías son la manifestación de la vida que aún se niega a doblegarse al desamparo y desamor.
Y si! Si me lo preguntan si! Quiero criar una pequeña salvaje insumisa conciente de su fuerza, de sus deseos y necesidades, capaz de conectarse con su voz profunda y reconocerse en sus miedos y angustias. Libre y creativa capaz de ir hacia adelante sin importar lo que opine esta enferma sociedad!
Lo cierto es que la autoridad, la obediencia, la uniformidad nos trajeron hasta aquí: la cultura del miedo, la exclusión y la violencia, así que la verdad peor no me puede ir!