Alrededor de doscientos vecinos del barrio de Salamanca, el de mayor renta de Madrid, salieron ayer a la calle para protestar contra el gobierno y para pedir el fin del confinamiento al grito de "Libertad, libertad".
Lo hicieron, como se puede apreciar claramente en las fotos que han publicado los medios de comunicación, sin respetar la distancia de seguridad y, muchas de esas personas, sin ni siquiera llevar mascarillas para protegerse a sí mismas y para evitar el contagio a las demás.
Que se manifiesten contra un gobierno de izquierdas, "social-comunista" lo llaman, es natural y no puede extrañar a nadie. Allí vive y vota gente rica y de derechas (a sí mismos se llaman "de bien") que siempre se han considerado los dueños de España. Nunca han ocultado que para ellos no hay otra Patria que la suya, ni otras ideas respetables que las que defienden, ni otros intereses que defender distintos a los de sus empresas y familias de rancio abolengo, que su modo de vivir es el natural y sus valores los únicos que expresan virtud y dignidad. Por eso les molesta que unos cuantos payasos, desarrapados y advenedizos se entrometan de vez en cuando en donde sólo ellos tienen derecho a estar o que decidan sobre lo que nadie más tiene derecho y capacidad para decidir.
Es normal que protesten contra un gobierno que no es el suyo; es legítimo y lo bueno es que, justo aquellos ante quienes ahora reclaman libertad (los socialistas y comunistas), son los que lucharon para que ahora puedan salir a la calle a pedir que dimitan. Lo contrario de lo que pasaba en la dictadura que arropó durante años a los vecinos del barrio de Salamanca y a la que añoran, como demuestra la proliferación de banderas preconstitucionales en la protesta que igualmente muestran las fotos.
Todo eso es normal y a nadie puede extrañarle.
Lo que sí es singular es que salgan a protestar, exponiéndose al contagio, para protestar contra las medidas sanitarias frente a una pandemia que hubiera tomado cualquier otro gobierno.
Sabemos que en los barrios más ricos el virus ha hecho menos estragos que en los más pobres, pero eso no quiere decir que allí se esté exento de la enfermedad. Seguro que han muerte de Covid-19 familiares o personas queridas de muchas de las personas que ayer estaban en la calle contagiando y contagiándose.
Eso es lo curioso y lo que constituye una auténtica y significativa metáfora.
Sería lógico que protestaran contra el encierro y que estén deseando salir a la calle las personas de baja renta que lo están sufriendo en viviendas pequeñas y mal dotadas, viendo cómo sus hijos pierden el curso porque apenas tienen medios para enseñarles o para seguir los esfuerzos a distancia de sus maestros y maestras, quienes han perdido sus trabajos y no tienen ahorros para salir adelante... pero no. Protestan más y lo hacen de forma más expresiva y sonora quien tienen viviendas de lujo, criados para servirles, ahorros de sobra, neveras y bodegas bien surtidas, comunicaciones sofisticadas con cualquier lugar del mundo y todo tipo de comodidades a su alcance mientras dure el encierro.
Es verdad que, como economista, eso no me debería extrañar. El coste de oportunidad del encierro (es decir, lo que dejan de ganar mientras este se produce) es mucho mayor en el caso de los ricos que en el de los pobres. Estos últimos apenas pierden nada: una vida anodina, empleos poco creativos, sueldos bajos, algunas copas en bares modestos, un coche de segunda mano, la expectativa de pasar unos pocos días en el apartamento minúsculo de alguna playa abarrotada... todo eso, en el mejor de los casos, pues el 34% de los españoles no tiene dinero para irse ni una semana de vacaciones y casi la mitad no dispone de ahorro para hacer frente a un gasto extraordinario de unos cuantos cientos de euros. Al contrario de los ricos, cuya vida fuera del encierro es mucho valiosa.
Pero ¿y la vida y la salud? ¿Vale la pena salir a la calle para pedir la dimisión del gobierno a costa de exponerse a enfermar? ¿Hacerlo es sólo una temeridad o fruto de una convicción ideológica firmísima? ¿Se hace porque se desconoce el riesgo que eso conlleva? ¿O porque piensan que, llevado de una maldad extraordinaria, el gobierno de los rojos los encierra por gusto y que no es necesario tomar precauciones, como en todos los lugares del mundo, para evitar el contagio?
Yo creo que esa protesta es, en realidad, una metáfora. Si son los dueños de España, los dueños del mundo, si son los hijos y los nietos y biznietos de los más poderosos, de quienes siempre doblegan la voluntad de quien se opone a la suya, si su poder se puede imponer siempre y tienen dinero de sobra para conseguir todo lo que desean o les conviene, también deberán sentirse los dueños de la vida e inmunes ante los virus.
No desafían la pandemia porque sean irresponsables o porque no tengan conocimiento de lo que pasa, porque saben perfectamente lo que está pasando en todo el mundo, como a estas alturas lo sabemos todos. La desprecian porque seguramente creen que ellos también están protegidos de ella, como lo están desde hace siglos de los infortunios que padece la mayoría de la gente, los otros.
En realidad, cuando salen en grupos a la calle para pedir la dimisión del gobierno y contagiándose mutuamente, hacen igual que sus empresas cuando contaminan, exactamente lo mismo que cuando acumulan dinero y riqueza sin cesar provocando crisis económicas (alguien tan poco sospechoso como Martin Wolf escribía un artículo hace unos días en el Financial Times demostrando que el incremento de la deuda y las crisis que produce son la consecuencia de la concentración de la riqueza en muy pocas manos). Lo que hacen es actuar sin darse cuenta de que las consecuencias negativas de sus actuaciones les pasarán cuenta también a ellos.
Que la gente de un barrio rico actúen como si fueran inmunes a la pandemia es la prueba más excelsa de la estupidez de quienes dominan el mundo y lo destruyen día a día sin percatarse de que al hacerlo se destruyen también a sí mismos y a sus descendientes. Es cierto que el desastre o la muerte pillará a los ricos bebiendo buen whisky, renovando la cuota de cualquier selecto campo de golf o paseando en un coche o en yates lujosos (en Estados Unidos se ha multiplicado su uso, pues muchos ricos están pasando en ellos el encierro).
Los vecinos privilegiados del barrio rico de Madrid son los que, sabiéndose dueños de todo, se sienten también dueños de la realidad. Para ellos no debe existir la "realidad real" de la que habla Slavoj Žižek, sino sólo la suya, la exclusivamente propia y la que nadie tiene el derecho de interferir o tratar de modificar. Viven en la realidad virtual que implica creer que sus actos no producen los efectos que los demás sufrimos como realmente reales.
En el barrio de Salamanca ocurre lo que viene sucediendo desde hace mucho tiempo en el mundo. Quienes nos controlan y dirigen se sienten invulnerables porque están seguros de que su poder lo puede todo y que la vida de los demás no es la vida que ellos viven. Lo mismo que la minoría que domina el mundo, los vecinos del barrio de Salamanca creen que viajan en otro barco y que a ellos no les afectan las inclemencias del viaje de los ajenos.
Por eso digo que su manifestación fue una metáfora, igual que lo es también la pandemia que estamos viviendo.
En 1966, Kenneth Boulding escribió un texto (La economía de la futura nave espacial Tierra) en el que describía a nuestro planeta como una nave espacial que viaja por el espacio con recursos limitados en su interior que debemos cuidar y mantener si queremos que la humanidad sobreviva dentro de ella. Y decía que había dos actitudes posibles ante ese viaje. Una era la de quienes dicen "comamos, bebamos, gastemos, explotemos y contaminemos, y seamos felices como podamos, y que la posteridad se ocupe de la nave espacial Tierra". La otra, era la opinión del propio Boulding: "el bienestar del individuo depende de la medida en que pueda identificarse a sí mismo con los demás (...) la identidad individual más satisfactoria es la que hace al individuo sentirse parte de una comunidad no sólo espacial, sino también temporal, que se extiende desde el pasado hasta el futuro". Y en ese mismo texto recordaba las palabras de Fred Polak: "una sociedad que pierde su identificación con la posteridad y su imagen positiva del futuro pierde también su capacidad para enfrentarse a los problemas presentes, y pronto se desmoronará".
Los vecinos ricos de Madrid son la imagen vicaria de esa parte minúscula de la población que quiere apropiarse de todo y que no piensa en las consecuencias que eso tiene en los demás, en el futuro y en ella misma; la que sólo se identifica con sus propios intereses y con sus deseos más inmediatos. Tienen prisa por irse a jugar al golf mientras todo a su alrededor ha empezado a desmoronarse.