Revista Opinión

Les voy a contar una historia

Publicado el 13 junio 2013 por Miguelmerino

A todos les sucedería algo que pueda contarse. ¿Les gustaría saber sus historias? A mí también. Muchas que sé, se las oí al seripagari de Kompiroshiato.

El hablador, Mario Vargas Llosa

Buenos días. Quiero contarles algo que me ha ocurrido hace poco. Sí, una historia curiosa y rocambolesca. Una divertida historia. ¿Qué por qué quiero contarla? ¡Anda! Pues porque siempre me ha gustado contar historias. Ya desde pequeño, en el colegio, cuando volvíamos de las vacaciones, después de cenar, nos reuníamos en corros en el patio grande y nos poníamos a contar historias. Es verdad que la mayoría de corros sólo intercambiaban chistes. Cada uno había pasado las vacaciones en pueblos diferentes y traía chistes nuevos. Pero una vez acabado el repertorio de chistes, en algunos corros comenzábamos con las historias. El que más y el que menos contaba, a su manera, por ejemplo, los primeros conocimientos, platónicos, con el otro sexo. Bueno, platónicos a lo ojos de quien no sabe mirar, en nuestros relatos adquirían tintes eróticos festivos dignos del premio literario “La sonrisa vertical”. Pero quién dice que un leve roce sea menos erótico que un arrime de cebolleta.

Vale, vale. Me estoy liando. Les decía que les iba a contar una historia, curiosa, rocambolesca y divertida. Y que se la voy a contar a ustedes porque me gusta contar historias. Y porque supongo que si usted ha llegado hasta aquí es porque le gusta leer historias. ¿Cómo? ¿Qué puso en Google “Entre el olvido y la memoria” porque le recordó unos versos de Sabina y quería buscar la canción? De acuerdo, seguro que ese fue el impulso, pero si entró aquí no se ha podido llamar a engaño. Google me anuncia como “Admirado escritor (Dicho por Marga de Caja de Sueños). Blanco y en botella, piña colada. Y usted dice que buscó “Miguel Merino” porque buscaba las bodegas del mismo nombre. Peor me lo pone. Para encontrarme en Google buscando por Miguel Merino, yo llegué hasta la página veinticinco y me cansé. Me encontré doscientas veces al menos, en las primeras diez páginas, con las mencionadas bodegas y otras veinte veces con mi abuelo, que lo murieron en 1936, y no me llegué a encontrar a mí, así que si usted lo consiguió, es que me buscaba. Ignoro el interés, pero usted no venía a por vino o ya se lo bebió. Así que llegamos (usted y yo) a la conclusión de que a mí me gusta contar historias y a usted leerlas. ¿Aceptamos pulpo? Pues en ese caso, continúo.

La historia que les quiero contar es verídica, pasada por mi Taller de Recuentos, pero verídica. Quiero decir que la adorno, pero no la invento. ¿Qué usted es un lector habitual y sabe que me invento las historias? Usted puede que sea un lector habitual de este blog, pero lamento decirle que es un mal lector. Si usted no se cree las historias que aquí lee, usted no sabe leer. Así, contundente. No sabe leer. Por mucho que sepa que la m con la a forma ma, o que sansirolé es una persona bobalicona y papanatas (por algo lo sabrá), usted no tiene ni puta idea de lectura. Aquí no se cuentan milongas. Aquí se cuentan (contar en forma de cuento) historias. Así que le voy a pedir un favor, salga de este blog. Aquí es bien recibido todo el que quiera venir, pero si no sabe leer, para qué. Es como ir a una casa de niñas a buscar vírgenes, las hay, pero son más caras y a veces remendadas. ¿Ya se salió usted? ¿Sí? pues entonces sigo.

Vaya, con tantas interrupciones, esta entrada ya está quedando un poco larga. Les tendré que contar la historia otro día.


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