"Hemos sido discriminadas tanto tiempo como personas sordas que ahora, ver dentro de la comunidad sorda una doble discriminación por homosexual, resulta inaceptable". Las manos que narran con esta contundencia son las de Carmen Cerezales, lesbiana y coordinadora del área de la mujer y políticas sectoriales del CNSE (Confederación Nacional de Personas Sordas), organización sin ánimo de lucro creada en 1936 y que lucha por los derechos de los sordos. Carmen Cerezales recibe a Femme Fatale en la sede madrileña donde trabaja. Es bajita, de pelo corto, afable y simpática.
Según un informe que nos entregaron en el CNSE, en España hay un millón de personas con distintos grados de sordera, de las que 7.000 son menores de 6 años. El número de usuarios de la Lengua de Signos es de 400.000 personas, entre las cuales la mitad son sordas y el resto se trata de oyentes que por distintas razones la han aprendido. El hecho de que sólo un 20 por ciento de sordos conozcan la lengua de signos se debe a que, durante largo tiempo, estuvo prohibida a favor de la enseñanza de la lectura labial, deficiente e incompleta en muchas situaciones. Las barreras de comunicación a las que todo sordo debe enfrentarse a diario son múltiples, desde la falta de subtítulos en la televisión, hasta la ausencia de intérpretes en la vida pública. Mientras que en algunos países europeos existe un intérprete por cada diez personas sordas, en España esta cifra asciende a un intérprete cada 221, algo totalmente insuficiente.
Carmen Cerezales procede de una aldea leonesa llamada Villarino. Tiene 49 años y llegó a Madrid hace 18 después de un largo vagar por España: Astorga, Barcelona, Teruel, Zaragoza. Buscaba un lugar donde desarrollarse, poder estudiar, pero la barrera comunicativa se lo impidió una y otra vez. "Todas estas dificultades acarrearon en mí una baja autoestima", afirma. Hasta que llegó a Madrid y todo comenzó a fluir con su ingreso en el CNSE.
Respecto a la homosexualidad, la situación también era muy diferente a la actual: "Por entonces sí había discriminación hacia los homosexuales dentro de la comunidad sorda. La mujer, como siempre, ha ido detrás del hombre y, por aquella época, no veías ninguna lesbiana. Lo que sobre todo veías eran gays, pero cuando contactaban con el resto de personas sordas no mostraban su homosexualidad. Estaba segura de que había lesbianas, pero se hallaban ocultas, dentro del armario", continúa Cerezales. Entonces, estos gays sordos se decidieron a crear una asociación propia pero, por falta de recursos, optaron por hablar con COGAM (Colectivo LGTB de Madrid) que les proporcionó un espacio, intérprete y ayuda económica. La labor de sensibilización de este grupo, creado oficialmente en 1996, ha conllevado una realidad de plena aceptación de la homosexualidad dentro de la comunidad sorda. "Además, - prosigue Cerezales - al ser pocos y conocernos, resulta más sencillo evolucionar".
Existen otras teorías que explican esta tolerancia hacia los homosexuales en la comunidad sorda. El sociólogo gallego Xosé Luis Liñares acepta encontrarse con nosotros en Santiago de Compostela. Tiene un aire bohemio, rubio, con gafas de pasta negra y vestido con una camisa de manga larga de rayas rojas y blancas, a lo Wally. Xosé Luis Liñares entró en contacto con la realidad de la comunidad sorda a través de la Federación de Xordos do País Galego, donde permaneció de 1999 a 2003 y donde instauró, recuerda orgulloso, un programa para sordo-ciegos que continúa en funcionamiento. Tardó dos años en comunicarse perfectamente en lengua de signos y, al tercer año, impartió él mismo un curso de formación.
Gracias a este contacto con sordos, y sorprendido de que muchos de los que conocía eran gays, lesbianas o bisexuales que vivían su homosexualidad con total aceptación (incluso los de 40 ó 50 años educados durante el franquismo), Xosé Luis Liñares desarrolló la siguiente teoría (publicada bajo el título de Apuntes para una sociología de la comunidad sorda, en el dossier Bibliotecas públicas y comunidad sorda de 2003): "Las personas sordas (...) han estado escasamente sometidos a la influencia de los principales agentes socializadores y transmisores de los valores de la cultura dominante: la escuela, la familia, y hasta hace bien poco, la Iglesia Católica y la educación religiosa; (...) lo cual ha significado una menor interiorización de prejuicios".
Una intérprete con la que se reunió Femme Fatale en Madrid, y que prefiere mantener el anonimato, respaldando esta teoría señalaba: "La comunidad sorda es una microsociedad, donde tienen sus propias normas, por lo que es más fácil salir del armario al no haber prejuicios hacia los homosexuales. Trabajo en una escuela de sordos y entre los alumnos, aún jóvenes, se puede ver claramente muchos gays y lesbianas o, como mínimo, bisexuales". Respecto a que en el pasado el franquismo apenas afectó a la comunidad sorda, Carmen Cerezales discrepa: "No estoy de acuerdo, sobre todo, porque yo viví el franquismo. Tenía 15 ó 16 años cuando murió Franco. Además, he conocido gente mayor que vivió esa época y que me han narrado las experiencias de terror que padecieron".
ENTRE JÓVENESQuedamos en un bar del centro de Madrid, con un grupo de cuatro lesbianas sordas. Como enlace e intérprete se encuentra Leixuri, también lesbiana, que durante una hora realiza auténticos malabarismos para traducir el vendaval de manos que se agitan frente a nosotros. Las entrevistadas se encuentran impacientes porque sólo les queda un día para irse de viaje a Grecia: Oihane (de un pueblo del País Vasco, 31 años y médica en un centro de acogida para personas sin hogar), Mónica (coruñesa, 34 años y gestora fiscal), Laura (bilbaína, 35 años y foto-intérprete) y Araceli (gaditana, de 24 años, que hasta hace poco estuvo trabajando en la Universidad de Cádiz en un programa de empleo). Las acompaña Ricardo, un amigo gay y sordo de 23 años que estudia arquitectura.
Como universitarias (algo excepcional en una comunidad sorda donde, según el CNSE en 2002, el 80% sólo sabe leer y escribir) destacan los obstáculos que han tenido que superar para alcanzar sus objetivos de licenciarse. El caso de Oihane resulta clarificador: "Al comenzar Medicina luché durante años por conseguir un intérprete que me acompañase a las clases: vicerrectorado, decanato, todos me decían que no. Después de siete años me cansé y envié una carta al director de un periódico denunciándolo. Y surtió efecto, aunque ya era mi último año de carrera y el intérprete sólo me acompañaría dos horas a la semana; pero valió la pena".
Todas ellas coinciden en remarcar el rechazo que padecen en una sociedad oyente por ser sordas y que, aunque dentro de la comunidad sorda se encuentra muy normalizada la homosexualidad, a cada una les costó lo suyo salir del armario. Mónica va más allá y afirma: "Todavía, lo que es salir del armario, aún no lo he hecho. Se lo conté a mi madre con 16 y a mis amigos ocho años después. Allí todo era muy complicado, hasta que me independicé y me vine a vivir a Madrid". Oihane comenta: "Durante mi adolescencia siempre había visto lesbianas oyentes, pero nunca sordas. Yo pensaba que era la única. Sentirse así es algo horrible, hasta que a los 21 años aprendí la lengua de signos y al poder relacionarme mejor descubrí a otras".
Al exponer el caso de las dos lesbianas sordas estadounidenses que, a través de fecundación in vitro, lograron tener un hijo sordo, el debate se acalora, en relación a si preferirían tener un hijo sordo u oyente. Araceli y Mónica dudan, porque sería más fácil educarlo como sordo y la relación entre ellos sería más cercana. Laura lo tiene claro: "Quiero que tenga los cinco sentidos. Tendrá una vida más sencilla. ¡Son muchas las barreras que tenemos que superar los sordos!". Oihane también es rotunda al respecto: "Sufrí tanto de pequeña que prefiero que sea oyente. Me gustaría que supiera cómo suena la música". La novia de Oihane es cantante y fundadora del grupo Dale al aire. ¿Que cómo suena? Muy bien, Oihane.
Este reportaje debería haber salido publicado en la revista Femme Fatale. Por problemas internos, FF nos dejó temporalmente. ¡Ojalá regrese pronto!