[Caminante, haz una pausa y observa la entrada
al paraíso. Inscripción realizada por el aventurero
inglés Mervyn Smith en 1905. Foto: Auro].
[Cascadas de Botsoela, en la época seca. Foto: Auro]
Para quienes disponen de menos tiempo, resulta imprescindible visitar las cascadas de Botsoela, con una caída de agua muy variable según la época, pero siempre impresionante por sus colores y el escarpado camino que baja hasta ellas. Llegar no es fácil, pero sin duda el baño y las vistas merecen la pena.
La otra opción es realizar una ruta más larga, de hasta cinco días, visitando las aldeas más escondidas y durmiendo, generalmente, en la casa del jefe o jefa del poblado. Durante el viaje se pueden visitar las cascadas de Ribaneng, pasando a través de hermosos valles y montañas, cruzando ríos a caballo y comiendo al aire libre. El guía se encarga del agua y los víveres –el espacio para el resto del equipaje es muy limitado- y lo único que el visitante tiene que hacer es disfrutar del paisaje y, todo hay que decirlo, acostumbrarse al caballo –las agujetas se pasan al segundo día–.
[Grabados de los San. Foto: Auro]
En el mismo viaje es imprescindible visitar las pinturas rupestres de la tribu de los San, también llamados bosquimanos, según el nombre que dieron los primeros colonizadores holandeses a los ‘hombres del bosque’. Entre las pinturas destacan las representaciones del ‘eland’ -antílope–, un animal típico de la zona considerado sagrado por los San. En algún caso, pueden decepcionar al visitante, ya que no son comparables con otros vestigios como las pinturas de Altamira, pero el buen estado en el que se encuentran tiene mérito especial por encontrarse al descubierto y no haberse realizado ningún trabajo de conservación en ellas.De vuelta a la ‘civilización’, hay que visitar el pueblo de Malealea, cuyos habitantes, tradicionalmente dedicados a la agricultura, se han especializado también en la realización de artesanía y cerveza al modo tradicional que, como buenos invitados, resulta obligatorio degustar.
[Pintura en la pared con referencias a dos de los símbolos típicos de Lesotho:
el gorrito puntiagudo y la Maluti, cerveza nacional. Foto: Auro]
Si te acercas a alguna casa a la hora de la comida, puede que te ofrezcan pap, una espesa pasta blanca con sabor a palomitas mojadas o algún que otro plato típico del lugar. Pruébalo: no es más que maíz hervido y agradará a su anfitrión, porque existe un verdadero interés por parte de los lesothianos en que el turista conozca su modo de vida, algo que no es difícil dado su facilidad para entablar conversación, aunque sea chapurreando el inglés.
[Dentro de la olla está el secreto. Si te acercas, no dudarán en ofecerte un poco. Foto: Auro]
Será por su forma de ser o porque han asumido que el turismo es su única tabla de salvación en un lugar en el que el PIB por habitante es de unos dos euros diarios y existe un 45% de paro, pero el caso es que la acogida al visitante es cálida y alegre a la vez que natural, sin excesos ‘prefabricados’.
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